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Jueves, 26 de agosto de 2010
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El cantor, guitarrista y arreglador Nicolás Ciocchini habla de Viola mía, su primer disco solista

“Siempre hubo guitarras en mi vida”

El músico acaba de sacar un CD en el que hermana, ensambla y resignifica géneros. Ciocchini señala que la fuente de inspiración fue la obra de la dupla Gardel-Razzano. Además del tango aparecen el folklore, la milonga, el estilo criollo y el candombe.

Por Cristian Vitale
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Nicolás Ciocchini se presentará esta noche en Espacio Ecléctico.

Entrarle a Nicolás Ciocchini por el rock es entrarle por la excepción. Hubo un tiempo, década atrás, en que este cantor de tangos, guitarrista y arreglador, indagó en otra vena y se nutrió. Pero además se rió: “Es el día de hoy que no puedo nombrar el nombre”, evoca, con cierta tendencia al enigma. No es tan grave, al cabo: el nombre innombrable es Benitocarlo que, con una simple ‘a’ en el medio, termina en una sugerencia compulsiva de connotaciones inequívocas. “En realidad, jamás pudimos convencer a nuestros seguidores de que se trataba del nombre del almacenero que nos vendía las cervezas. No hubo caso”, se ríe él, en medio de un rewind inesperado hacia su pasado. También de un link, porque el rock –como matiz– aparece en el trasfondo de su disco debut como solista, luego de un ajetreado itinerario en grupos de tango, folklore y música rioplatense. Viola mía –así se llama– es todo eso, más las sutilezas a lo Peter Gabriel que el músico ayuda a revelar entre las capas de arreglos que atraviesan las piezas. “Cuando le digo a la gente que la influencia está clara, me miran medio torcido. Yo creo que sí, que el rock está, pero en forma sutil. Con mi grupo de rock éramos gente fanática de Peter Gabriel, Genesis o Radiohead y claro, desde esas estéticas cuyas atmósferas o arreglos son diferentes a las del rock and roll clásico, sí: aparece en gestos, arreglos o giros, aunque en la superficie es un disco de tangos”, define.

De tangos y un algo más –tal vez menos sutil– que también anida en su mochila. Lo que se podrá escuchar esta noche en Espacio Ecléctico (Humberto Primo 730) es la presentación de un disco que hermana, ensambla y resignifica géneros. Piezas fina y templadamente elaboradas que van de “Guitarra, dímelo tú”, de Yupanqui, a “La mariposa”, antológica canción del dúo Gardel-Razzano, más un revival de milongas, candombes y tangos lado B, mirados por una guitarra de hoy. “Siempre hubo guitarras en mi vida, guitarras colgadas. Mi tía tenía una, mi hermana otra y mi mamá otra, todas en mal estado –se ríe–, pero era imposible no estimularse. Me acuerdo de que saqué una del altillo y me dio por rasguearla un poco, hasta que me encontré solo, en ese mismo lugar, experimentando de una forma casi clandestina”, evoca. Los primeros reflejos guitarrísticos de Choco –así le dicen– fueron por el lado del folklore argentino y la trova cubana, los gustos caseros. Después llegaron la carrera de composición en la Facultad de Bellas Artes de La Plata –su ciudad cuna–, el traspaso de la guitarra criolla a la eléctrica –época Beni(a)tocarlo– y una simultaneidad de proyectos y formatos que expone, reordenados, en su ópera prima. “Estuve cinco años tocando rock, folklore, tango y candombe a la vez, además de hacer una obra de títeres y música con mi mujer titiritera”, dice.

–¿Y qué primó?

–Aunque en un momento me enfervoricé con Salgán-De Lío, creo que la onda Gardel-Razzano. Cuando los descubrí, supe que mi primer trabajo iba a estar centrado en ellos. En efecto, Viola mía nació de la investigación que hice sobre la obra del dúo, que bucea en la relación del tango con otras músicas, que no son cualquier música, sino que tienen que ver con los inicios del género, ¿no? Por eso, lo que aparece en primera instancia es el tango y, después, el folklore, las milongas sureras, los estilos criollos y el candombe. Es todo parte de mí, aunque trato de que esos condimentos no se revelen, no se noten claramente.

–De las once piezas del disco, ninguna le pertenece. ¿No compone o no graba lo que compone?

–Compongo, sí. Pero me resulta más atractivo el lugar del intérprete, siempre y cuando no sea un lugar cómodo. Es un desafío tomar lo que hizo otro y buscarle un sentido personal.

–Un desafío que puede tener varios propósitos: vender más, tratar de tornar visible una obra desconocida, embellecerla, “competir” con la original... ¿Cuál es su intención?, ¿hay una misión?

–Más bien, un impulso. Y también una lógica racional en la elección del repertorio que tuvo que ver con que todas las canciones tuvieran una referencia con la guitarra y una relación personal con la canción. Escucho un tema, me llega de una manera y toca una cuerda sensible que me genera una idea, una atmósfera o una melodía, algo que te lleva a querer hacerla propia, e intentar traer al acto las emociones del autor, o bien encontrar emociones que están detrás de la composición.

–¿Algún ejemplo subjetivo concreto?

–“Regine”, del Tape Rubín. Cuando escucho la versión de él siento la pulsión del baile, lo siento a él en ese salón, en esa milonga, con esa necesidad de bailar. A mí, en cambio, me aparece una empatía con esa añoranza, no con la pulsión del baile.

–Por tomar una versión del repertorio clásico, ¿qué le produce “Milonga triste”?

–Algo parecido a lo que me pasa con “Guitarra, dímelo tú”, de Yupanqui, que encima conlleva un peso ¿no?, porque Yupanqui solo con su guitarra ya está y hay que tener ganas de hacerla. Ambas son piezas que requieren cierto grado de caradurez para versionar, onda “las voy a hacer porque quiero”, pero también pasa que cuando determinada canción te mueve sentís que podés decir algo más. En el caso puntual de “Milonga triste”, nació de un trabajo de acompañamiento instrumental que yo venía haciendo desde tiempo atrás, y estaba buscando una versión que tuviera tal atmósfera instrumental. Hubo un encuentro que, si bien no excluye la milonga, tiene una lectura actual. No sé, cuando te pinta versionar aparecen dos caminos diferentes: o te ponés la ropa del otro o te ponés la tuya por lo que te provocó el otro... No hay otra.

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