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Viernes, 17 de septiembre de 2010
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ENTREVISTA A LA ACTRIZ Y CANTANTE MARIA DE COUSANDIER

Versiones para un redescubrimiento

La austeridad es la esencia de su CD Del tiempo viejo, que incluye tangos, milongas y valses de los años ’20 y ’30. La presentación será hoy en La Casona del Teatro de Beatriz Urtubey, pero De Cousandier también suele programar shows en el sótano de su casa.

Por Karina Micheletto
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“Este disco es el salto de la actriz que canta a la cantora”, dice De Cousandier.

Del tiempo viejo, anuncia María De Cousandier: de allí vienen los temas del disco que la presenta como una intérprete justa y delicada, un feliz descubrimiento en el panorama del tango. Del tiempo viejo son estos tangos, valses y milongas que también suenan como un descubrimiento, a pesar de haber sido compuestos hace mucho, entre los años ’20 y ’30: “Allá en el bajo”, “La uruguayita Lucía”, “Betinoti”, “Usted sabe señor juez”. Un repertorio que la voz de De Cousandier va hilvanando con cadencia encantadora, secundada por el guitarrista Diego Kvitko –también arreglador y director musical del trabajo–. Hoy a partir de las 21 podrán escucharse estas bellas historias Del tiempo viejo en la calle Corrientes, más precisamente en el 1975 de esa avenida, en La Casona del Teatro de Beatriz Urtubey.

María De Cousandier es actriz, además de cantante. Por estos días anda de ensayo en ensayo, ocupada también al ritmo de ese otro oficio, preparando El regalo de mamá, de Pablo Ini, una producción del Teatro Cervantes que estrenará en gira a fin de mes. En una y otra pasión también se la puede ver –y escuchar–, cada tanto, en El Sótano Teatro, que queda en su propia casa, en el barrio de Colegiales, más precisamente, como su nombre lo indica, en el sótano de esa casa. Allí las funciones suelen terminar con rondas de empanadas y vino, entre el living y el comedor diario. “Todo nació aquí. Como las raíces, también el sótano está bajo tierra y viene dando sus frutos. Las noches de tango, las de folklore, las obras de teatro, las noches de boleros, las clases, las muestras... los alumnos, los amigos. Todo es ganancia y satisfacción. Hasta ahora, lo único que perdimos fue plata”, anuncia con orgullo De Cousandier en la página web de su casa (www.elsotanoteatro.com), con un “nosotros” que incluye a su marido Norberto.

El canto es, en el recuerdo de De Cousandier, su “elección de infancia”, una elección que fue quedando tapada, o relegada, por esas cosas de la vida. Desde aquel colegio de chicas en el que las compañeras insistían con pedir que cantara boleros en el recreo, una y otra vez. Desde que, llegado el momento de decidir una vocación que a la familia no le cerraba del todo, optó por lo más cercano que encontró, Bellas Artes. El canto siempre estuvo, repasa ahora De Cousandier. En el coro de la facultad, en la música entre clases, en las reuniones de amigos. “Pasó mucho tiempo hasta que finalmente me decidí a volver a colocar el canto en ese lugar que me había quedado pendiente –cuenta–. Cuando abrimos el sótano, mi marido, que me había escuchado cantar cuando éramos novios, me dijo: acá vas a cantar, y vas a hacer tangos. Si no cantás vos, ¿quién lo va a hacer?”

Después de un primer disco “más caserito, de consumición interna”, llegó este cuidado Del tiempo viejo. Si la austeridad es la esencia que distingue estas versiones, se impone junto a la voz y el decir de De Cousandier el sostén musical de Diego Kvitko. “Este disco es el salto de la actriz que canta a la cantora”, define ella. “Es la síntesis de un pasito más en una elección, nos lo tomamos los dos muy en serio. Y es un disco para escuchar en soledad: yo canto para que alguien escuche estas historias. Me emociona sentir que es el repertorio que conmovió a mis viejos y a mis abuelos. Un tema como ‘Usted sabe señor juez’, por ejemplo, lo saqué de un casete de Mercedes Simone. Son canciones que mi suegra, que tiene 89 años, tararea, porque las recuerda de su infancia.”

–Y para usted cantar también tiene que ver con una elección de la infancia.

–Tiene que ver con reencontrarme con una fortaleza muy clara que tenía de chica y que después se disolvió. Si me preguntabas a los 15, 16 años, yo quería ser cantante. Pero no existían lugares para ir a estudiar. Y mi familia no me alentaba mucho: ¿Qué, vas a ir a Si lo sabe cante?, me decían. Eso de alguna manera quedó siempre latente, y en cualquier reunión de amigos era fija que yo terminaba cantando, nunca sabiendo bien en qué tono empezar. Hasta que empecé a dedicarme, a cuidarme la voz, porque hay todo un entrenamiento en esto de empezar a cuidarse. Como es un momento de mucho placer, hay que saber preservarlo. Ahora sé que no podés largarte a cantar en cualquier lugar, en cualquier momento y con cualquiera que te acompañe.

–¿Qué herramientas del teatro pone en juego para cantar?

–Me sirven en escena, desde luego, diría que soy cantante para vivo. Pero para lo que más me sirve mi aprendizaje teatral es para quedarme quieta: para no agregar nada que la canción no necesite, para que la versión vaya para donde tiene que ir. Para confiar en que cuente la canción.

–¿Ese despojo cuesta trabajo?

–¡Claro! Es muy difícil hacer una versión despojada, sencillita, es como que sin querer uno se engolosina con los adornos. Entonces hay que concentrarse para ir en el camino contrario: despojar, quitar lo innecesario, dejar que la música y la letra sean las que vienen a contar la historia, porque para eso uno elige historias potentes en esas músicas y esas letras, historias con las cuales una se identifica. Yo quiero cantar, solamente. ¡Y cantar es mucho!

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