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Viernes, 8 de octubre de 2010
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JUAN “EL POLLO” RAFFO Y EL NUEVO REGRESO DE SU BANDA DE CULTO EL GÜEVO

“Se conserva mi veta irónico-musical”

Con cinco de los seis integrantes originales, El Güevo recrea sus calientes pasajes instrumentales en Jazz & Pop, el antro que los vio nacer. “Tocamos la misma música de entonces, pero mejor”, ríe Raffo.

Por Cristian Vitale
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“La música de El Güevo es sencilla de salvar”, dice Raffo.

“Dicen que si te acordás de los ochenta es porque no los viviste”, se ataja Juan Raffo, El Pollo, para ironizar que, si el dicho es verdad, él no los vivió. O los vivió a su manera, claro. Está la memoria intacta sobre El Güevo y todas sus circunstancias enmarcadas en un período efervescente si lo hubo (1983-1988). El rodeo de toques por el circuito under de entonces (Prix D’Ami, La Esquina del Sol, Jazz & Pop), el estigma de “banda de culto”, un concierto que alguien le recuerda al pasar con el patio de Exactas a pleno, el cassette –único registro– que le editó el sello Circe, y las caras, los nombres, el tacto musical de cada quien que, con no más de 25 años, ensayó un raro emprendimiento, una exótica avis dentro de un universo pop, fresco y reventado. “Eramos un grupo de música instrumental, con toda gente que venía del palo del jazz. Pero rítmicamente la cosa era más cercana al rock y al pop, incluso había una tarantela que yo le había escrito a mi papá. Eramos un grupo de ‘moustritos’ que ya tocaba con Baglietto, Lito Vitale, Spinetta o Víctor Heredia”, reseña el tecladista y compositor, parado frente al retorno. Hoy, con cinco de los seis integrantes originales (él, Marcelo Torres, Daniel Volpini, César Silva, Pablo Rodríguez) más una variante (Víctor Skorupski por Sebastián Schon en saxo), El Güevo recreará sus calientes pasajes instrumentales en el reabierto Jazz & Pop, el antro de Paraná 340 que los vio nacer. “Tocamos las mismas músicas de entonces, pero mejor”, se ríe Raffo, alejando la nariz del humo del café con leche.

–¿Los mismos? ¿Fue un trabajo moño o sencillo?

–La verdad es que la música de El Güevo es sencilla de salvar, es bastante directa. Yo me sorprendí, porque me salió todo de memoria. Objetivamente, la dificultad no pasa por lo técnico, porque es una música memorizable, sino por cosas que nos pasaron a todos en los últimos 25 años... no sé, personales, académicas, y eso se nota en la ejecución, pero es algo que va por otro lado. Musicalmente es lo mismo. Es como reconocerse en una foto vieja.

–¿Y qué pasa cuando ocurre el reconocimiento en esa foto? Es como cuando un escritor relee un libro viejo y dice “esto no lo hubiese escrito así”, “acá hubiese puesto otro verbo”, y tal...

–Bueno, sí, los materiales son diferentes. Yo, en aquel momento, escribía más cercano al funk, o al rock instrumental, incluso al jazz, y ahora estoy más pegado a lo latinoamericano. Pero los procedimientos son los mismos, incluso más sencillos, diría. Igual, hay piezas de aquel Güevo que yo he conservado en su ironía. Temas que, escuchados hoy, suenan a una especie de sarcasmo del pop de los ochenta. Me parecía hasta realmente gracioso hacer tal línea de bajo o tal ritmo, como caricaturizando cierta bizarrez de lo que pasaba en el momento. Creo que he conservado mi veta irónico-musical de los 25.

El regreso es en realidad un re re re regreso, porque a la diáspora de la banda en 1988, cuando Raffo se radicó en Boston para estudiar en la Berklee, le sucedió una primera vuelta allí cuando el músico, en medio de afiebrados estudios, amplió la propuesta a doce músicos. “Le agregué un sexteto de vientos con la misma música, pero reorquestada”, evoca. La tercera encarnación fue en España y motorizada por Gustavo Gregorio –bajista de la segunda formación– y Guillermo Arrom, con Raffo a la distancia. “Me pidió Gregorio que le mandara las músicas desde acá y funcionó un tiempo. Por eso, ésta es la cuarta vez que El Güevo se reúne... todo un record”, se ríe el hombre que ha aportado arreglos y dirección musical a infinidad de artistas (Divididos, Piojos, Gieco, Vox Dei, Moris y Ratones Paranoicos entre ellos). “Es raro, es como pasar el tiempo y seguir siendo vos –retoma–. Hay un cierto optimismo en la música de El Güevo, una cosa lúdica que estaba muy relacionada con el momento (fin de la dictadura, juventud) y una situación de expansión increíble de la cultura musical.”

–Diferente de la de la época en que armó Trigémino con Minissale, Pusineri y Garófalo... Rock sinfónico, progresivo, con los tardíos setenta como marco...

–Síiii... ¡nos mataba Premiata Forneria Marconi! (risas). Esa fue una banda de rock progresivo y, casualmente, estamos terminando de grabar un disco que no pudimos hacer en ese momento. Estoy de regreso en regreso y en algún punto, a la distancia, muchas cosas que escribí en aquel momento siguen estando. Lo que pasa es que están como más mezcladas. Es como el crisol de razas, ¿no?, se empiezan a mezclar y vos notás los rasgos que vienen de Africa, los que vienen de Europa, o de la América profunda y, en la medida que la música se mezcla, siguen estando ahí pero sublimados. Lo importante es que uno termina armando su propio cóctel y las proporciones son absolutamente personales. Es a lo que aspira cada compositor, cada escritor o cada cineasta: una combinación de confluencias que, al cabo, termina siendo algo personal.

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