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Miércoles, 16 de marzo de 2011
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LUCIO MANTEL PRESENTARA HOY MINIATURA, EN EL MARGARITA XIRGU

Canciones de tiempo y memoria

A través de diez temas acústicos, el trovador entrega un disco intimista, luminoso, prolijo, climático y con un gran trabajo en los arreglos. “Soy partidario de ser conciso, en el sentido de no decir cosas que no estoy seguro de decir”, afirma.

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“Las canciones terminan en las canciones, no tienen una función para cumplir”, afirma Mantel.

“Y veo el tiempo venir corriendo (...) Me grita como detrás de un vidrio / como en un delirio, que no puede contar”, canta Lucio Mantel en “Punto de fuga”, el tema que abre su nuevo disco, Miniatura. Y ese pasaje retrata la esencia de su última obra, donde el trovador dialoga consigo mismo y pone en discusión los juegos del tiempo y la memoria. “Tengo una obsesión con el tiempo. No sé bien cómo explicarlo. Desde la primera canción que escribí hablo del paso del tiempo y cómo no lo entiendo. Y también tengo mucha memoria. Toda mi familia tiene una cosa muy particular con ella. Y entre la memoria y el tiempo hay una relación que siempre termina apareciendo en las canciones”, explica Mantel, quien presentará Miniatura hoy a las 21 en el Teatro Margarita Xirgu, Chacabuco 875.

De hecho, en la canción “En el siguiente suspiro” se le escapa una frase sobre sus orígenes, pero la intención había sido otra: “El pasado no soporta / se pierde en esta sequía. / Mi abuelo nació en Turquía, / mi abuela creció en Atenas”, dice la letra. “Es loco lo que pasa con esa frase –se sorprende–. Es el momento cuando la canción se va por la tangente en el relato. Lo que está contando es que la memoria se perdió y no tiene un contacto con su raíz. Para mí es el momento cuando la canción deja de hablar de lo que está hablando, que en realidad trata de la obsesión de la imagen de alguien que no está más en la vida de uno. Es una milonga y este género siempre habla de sus antepasados.”

Durante más de media hora, Mantel entrega un disco intimista (aunque no tanto como su ópera prima, Nictógrafo), luminoso, prolijo, climático (“Polka mar” podría tranquilamente ser la banda de sonido de una escena cinematográfica), y con un gran trabajo de Pepo Onetto y Alejandro Terán en los arreglos. Son diez canciones acústicas que, por su belleza, hacen que el tiempo parezca más efímero aún. “Soy partidario de ser conciso, en el sentido de no decir cosas que no estoy seguro de decir. Por lo menos en la música. Quizás en la vida cotidiana soy más charlatán o hablo más al pedo. Uno de los signos más grandes de los tiempos que corren es el exceso de información, y me parece que en ese contexto lo mejor que puede hacer alguien que se sube a un escenario para decir algo es decir sólo lo preciso. Estoy seguro de que cuando no se me ocurra nada, no voy a sacar un disco porque corresponde o porque el mercado lo dice”, sostiene Mantel.

–Cuando compone, ¿lo hace pensando en entregarle al otro un momento de serenidad?

–No pienso en para qué va a servir el disco, en qué situaciones va a acompañar. Pienso la música como en un fin en sí mismo. Creo que las canciones terminan en las canciones, no tienen una función para cumplir. La idea de que la música sirva para algo nunca me atrajo mucho. Me gusta darle a la canción ese lugar: que la canción termine en la canción. Lo que le pase al otro, lo pone el otro. Y también la idea es que todos los músicos y los oyentes seamos más chicos que la canción.

–¿Y qué piensa del otro criterio, de quien hace música pensando en un fin?

–Me gusta la gente que compone con otro criterio. Admiro a muchísimos músicos que juegan cuando hacen música. Como compositor me ubico en otra vereda, pero como oyente me fascinan esos músicos. Como Ezequiel Borra, Martín Buscaglia o Tomi Lebrero, por ejemplo. Y no sigo dando nombres porque dejo de mencionar a otros. Son músicos que tienen eso: uno escucha que están jugando. Y sus canciones muchas veces dicen cosas muy pesadas.

–Usted fue líder de la banda de rock QUE. ¿Cómo fue el pasaje a una música intimista?

–El descubrimiento del silencio en mi historia con la música fue muy importante para mí. Cuando nació, el rock tuvo la vocación de golpear con el volumen para llamar la atención sobre cosas que pasaban en la sociedad. Y hoy cambió todo: el rock es una herramienta más del sistema. Esos golpes que nos daban para despertarnos, hoy en día provocan un adormecimiento; es decir, el efecto contrario: hace que uno no pueda escuchar música que no tenga ese mínimo de volumen. Y, en ese contexto, me pareció más interesante llamar la atención desde un lugar más relevante. En un contexto así, el silencio es más llamativo que el ruido. En realidad, este disco es muy contundente, hay partes en donde explota. No es un alejamiento del rock. El rock está en el disco, pero está desde un lugar más orgánico, más natural. Vengo del rock y sé que tiene mucho de pose.

–El anterior ponía eje en “escribir en una virtual oscuridad para evocar la luz”. Este disco es más luminoso, ¿no?

–En realidad, el componente oscuro del concepto de Nictógrafo estaba en componer desde el encierro, en el sentido de hacer canciones sin saber si algún día alguien las iba a escuchar. Y eso en la música es como pintar un cuadro en la oscuridad, que después vas a guardar en el placard. Estas canciones, a diferencia de las otras, fueron compuestas después de que el otro disco tuviera un relativo éxito. Entonces no está esa oscuridad. Igualmente, el momento de la composición no deja de ser íntimo, no dejo de conversar conmigo en las canciones. No es que estoy conversando con el público. Son diálogos internos y hasta por momentos preguntas existenciales.

–¿Por qué lo tituló Miniatura?

–Porque el contraste que hay entre el nombre y el disco es muy interesante. Y también me parece un llamado de atención en cuanto a una tendencia que hay entre quienes hacemos música de minimizar cada vez más las canciones, esa idea de que las canciones tengan que ser más simples y espontáneas, desdeñando las que son más ambiciosas. Y éste es un disco ambicioso. Entonces es una forma violenta de decir que ésta es mi “miniatura”. No me parece mal la simpleza y la espontaneidad, pero creo que la ambición en la música es motor de los artistas que más admiramos. No hay que confundir ambición con grandilocuencia. Siempre digo que la música es un espacio donde podés tirarte a un precipicio y no lastimarte. Por eso hay que correr riesgos.

Uno de los mejores momentos del disco es “Desvelado”, una pieza en la que se unen la voz de Mantel con la de la folklorista Liliana Herrero. En el álbum anterior ya había aparecido una voz femenina, la de Mariana Baraj. Si bien sus canciones coquetean con el folklore, Mantel es consciente de su distancia con ese género tradicional: “Viviendo en una ciudad cosmopolita como ésta, donde llega todo, me parece que no podemos buscar la pureza genérica. Justamente tenemos que buscar los lenguajes que nos representan. Para mí lo que hago no es folklore, es una mirada urbana de ese estilo. Cuando pienso en folklore no pienso en alguien que una vez hizo una zamba, sino en personas que se criaron en peñas. Ellos son los que saben de folklore, yo no sé nada: lo escucho sin parar, pero juego de visitante. A la vez me parece lo más natural, porque vivimos cerca de todo eso. Me parece más artificial no tenerlo, me parecería forzado no tener una zamba, si todos la escuchamos. Debería ser más natural que todos tuviéramos un momento folklórico en la música que hacemos.”

Informe: Sergio Sánchez.

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