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Viernes, 18 de marzo de 2011
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PETRONA MARTINEZ, “LA REINA DEL BULLERENGUE”, OTRA VEZ CANTARA EN BUENOS AIRES

“Esta música es una reliquia de los ancestros”

La “cantadora” colombiana fue descubierta por alguien que la escuchó mientras ella, ya bisabuela, lavaba la ropa en el río cercano a su pueblo. Se presentará esta noche en el Festival de Otoño.

Por Karina Micheletto
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“Vida, salud, alegría, triunfo”: el bullerengue según Martínez.

“Hay una rumazón que se asoma que ni le cuento, vea.” Esa rumazón, descripta por esta mujer con ese acento encantador, trae hasta aquí olor a lluvia, remolinos al aire, nubarrones “grisitos”, como dice ella. Petrona Martínez está sentada frente a la puerta de su casa aguantando la rumazón: le han dicho que tenía que estar atenta a un llamado y está allí hace rato, esperando. La escena transcurre en pleno Caribe colombiano, más precisamente en Palenquito, un pueblito que “si se quiere es una sola calle, porque es la carretera que conduce pa’ Palenque”. La forma en que esta mujer campesina –que nunca había salido de este paisaje, ni siquiera para ir a Barranquilla– se convirtió en un icono de la música colombiana es un historia que de tan bucólica parece armada. “La reina del bullerengue”, como la apodaron en su país, habla de esto con una simpleza tan contundente que apabulla. Ahora vuelve a la Argentina a mostrar los cantos festivos que la han llevado por el circuito de las “músicas del mundo” en el marco del Festival de Otoño: se presentará esta noche en el escenario del Lawn Tennis Club, en una extensa jornada que comenzará a las 18 y que tendrá, entre otros números, una previa con La Bomba de Tiempo y un cierre con Olodum.

Petrona Martínez se entusiasma describiendo ese paisaje que se extiende, a media hora de su San Cayetano natal. Lo hace como acostumbrada a que lo que para ella es natural sea exótico para otros, pero también como quien le cuenta a la vecina: “Es un paisaje muy lindo, aquí hay trabajadores de parcelas, cultivadores de yuca, hay areneros, las personas que sacan arena del arroyo y ése es su trabajo. Y en el tiempo del mango hay mucho mango, tenemos también un festival de mango en el pueblo de Malagana. Aquí en casa vive mi hija, la que canta conmigo. Las otras hembras viven bien cerquita, aquí mismo al lado”. Allí cerquita, también, en el arroyo de Lata, alguien la escuchó cantar mientras lavaba ropa, en lo que fue el comienzo de una feliz sucesión de hechos que no sólo volvieron conocido el bullerengue en el mundo, sino que también lo rescataron de cierto olvido en Colombia.

El presente de Petrona Martínez incluye siete hijos, treinta y cinco nietos, diez bisnietos, un marido que “no anda con la música”, pero que la apoya en esto de ser “cantadora”, y que sigue trabajando como albañil. El pasado se extiende en una familia de tamboleros varones (los que tocan los tambores), un padre que componía “canciones de décima” y bullerengues, un tío “tocador de ballenato”, una bisa-

buela, una abuela y una tía cultoras del bullerengue. “Así que ya ve, la vena del ballenato la llevo por un lado y la vena cultural del bullerengue, por el otro”, se alegra ella. “Las cantadoras de mi familia eran cantadoras del tiempo antes, cuando comenzó a salir bullerengue para que las mujeres pudieran divertirse y los hombres tomarse su trago ahí, en la puerta de los bailes. Eso era cuando no podían entrar”, cuenta.

–¿Cómo que no podían entrar?

—¡Claaaro! Porque eran bailes para señoritas, no podían entrar ni las casadas, ni las de unión libre, ni las mujeres de embarazo. Eran bailes muy rescatados y decentes, ¡pura niña! Y ahí entonces las señoras como yo, las rodillonas como les decían antes (risas), se quedaban afuera de la casa y cantaban sus bullerengues, hacían los septetos. Ya con el tiempo esa tradición se fue opacando, comenzaron las casetas y quedaron todos revueltos en los bailes...

–En sus shows se la ve mostrando no sólo su música, también elementos de fiestas tradicionales. ¿Cómo arma estos espectáculos?

–Tomo para mis shows lo que más me importa, que es lo que antes veía hacer a mis ancestros. Fíjese que le estoy hablando de una tradición que viene de muy, muy atrás. Todo eso ha ido llegando hasta mí, y es lo que hago hoy yo, igualito: cómo manijeaban las polleras, cómo cantaban las mujeres, eso quiero mostrar. Me toca a veces, cuando va mi hija, anunciarla en una tarima como una cantadora. Y bueno, lo hago como lo hacían las antiguas cantadoras, que se iban pasando en los bailes de una en otra.

–A estas hijas que actúan con usted, ¿las preparó, aprendieron por tradición familiar?

–Lo que pasa es que ellas nacieron de mí y así como yo recogí esto de herencia de mi abuela, de mi bisabuela, de mi papá, así también ellas han crecido al lado mío, oyéndome cantar y cantando conmigo. Con la gordita que vive conmigo, por ejemplo, cantamos todo el día: yo estoy cantando y ella me está contestando los coros. Así es cuando se lleva la música en las venas.

–¿Y su hijo varón?

–El es tambolero varón y eso es hereditario, también.

–Usted comenzó su carrera de grande. ¿Qué hacía antes, de qué vivía?

–Al principio me dedicaba a los quehaceres de mi casa, a atender a mis críos chiquititos, mientras mi marido trabajaba en el ordeñe. Después entramos los dos en la arena, el trabajo es sacar arena del arroyo, con palas... Es pesado el trabajo arenero, lo hacemos las mujeres, pero es trabajo de hombres, vea. Si no, vendía mis cocadas en Malagana... Y siempre cantando, vea.

–¿Le gusta esta vida que lleva ahora, viajar, andar de país en país?

–Me gusta salir a trabajar, pero cuando ya tengo un ratito de estar afuera de mi casa, ya estoy extrañando mi patio, mis matitas de flores sembradas, mis gallinitas... Y ya vengo pendiente de mis animalitos, y de los nietos, quiero saber cómo pasaron, cómo están, qué hicieron, qué no hicieron, si me troncharon la mata, si me desordenaron, si se han portado bien...

–¿Le gusta que la llamen la reina del bullerengue?

–Bueno, eso es algo que puso el director del periódico Universal de Cartagena, pero yo digo que soy reina sin corona. Sigo aquí, en mi casa, limpiando mis vacas, sembrando mis matas, cosiendo mis encajitos... No me siento como reina, me siento Petrona Martínez, la misma de siempre.

–¿Qué es para usted el bullerengue?

–Vida, salud, alegría, triunfo... Es la música tradicional que viene de muy atrás, y por eso no se debe dejar perder. Es una reliquia, reliquia de ancestros.

–¿Corría riesgo de perderse?

—¡Claaaro! Porque las cantadoras no grababan, cantaban sólo en los patios, con las músicas de bandas. Ahora el bullerengue ha cogido realce y todas salen a cantar, a bailar...

–¿Y en eso usted habrá tenido que ver?

—¡Claaaro!

Del otro lado de la línea telefónica, desde Palenquito, allá en Colombia, estalla una carcajada grave. Y de este lado, una no puede sino contagiarse.

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