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Martes, 12 de abril de 2011
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Slash y una ceremonia de rock’n’roll sucio y desprolijo en el Malvinas Argentinas

La comodidad de saberse un clásico

El ex guitarrista de Guns N’Roses y Velvet Revolver ya tiene claro que dio lo mejor de sí hace años, pero como solista disfruta de hacer las cosas cómo y cuándo quiere. Y trajo a un cantante, Myles Kennedy, que demostró estar a la altura de cualquier histórico.

Por Leonardo Ferri
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Melena enmarañada y pose rocker: Slash en estado puro, para deleite de los fans.

9 SLASH

Músicos: Slash (guitarra), Myles Kennedy (voz, guitarra), Bobby Schneck (guitarra y coros), Todd Kerns (bajo y coros), Brent Fitz (batería y coros).
Público: 7500 personas.
Lugar: Estadio Malvinas Argentinas,
10 de abril.
Duración: 120 minutos.

Hay mucho de comodidad en el hecho de ser un clásico, sin que dicha comodidad deba ser entendida como algo negativo. Slash parece conocer sus virtudes y sus limitaciones y, aunque muchas veces haya jugado a traspasar ciertas fronteras estilísticas, se lo nota consciente de que lo suyo es el rock’n’roll duro, sucio y desprolijo. Cuando en el primer solo de guitarra de la noche recibe una ovación por parte de las 7500 personas que desbordan el Estadio Malvinas Argentinas, se entiende que los aplausos no son sólo por sus dotes como guitarrista –que las tiene, por supuesto–, sino por un todo que es más que la suma de las partes: la imagen rocker, las poses y movimientos perfeccionados a lo largo de los años, la mística de haber fundado una de las bandas fundamentales de la historia, su estilo y esos yeites tan reconocibles forman una sinestesia única, que se apoya en decenas de hits que ya son parte del imaginario popular.

La propuesta del guitarrista no trae sorpresas: no hay grandes estructuras, ni decorados ni nada que desvíe la atención del eje principal, que son las canciones. Sólo hay un telón de fondo con la tapa del disco, algunas columnas de amplificadores y cinco pelilargos vestidos de negro que rockean como si todavía anduvieran por los 20, aunque tengan como mínimo el doble. Tal vez para no desentonar entre compañeros jóvenes o quizá porque con ellos logró tener esa química que tanto necesita a la hora de tocar, Slash eligió músicos con oficio y varios años en la ruta: el baterista Brent Fitz (tocó con Alice Cooper y Vince Neil), el guitarrista Bobby Schneck (Aerosmith, Green Day, Weezer) y el bajista Todd Kerns (Michael Monroe, Age of Electric) le dan al hombre de la galera una base sólida, sobre la cual es evidente que se siente cómodo.

Por tratarse de la presentación de un disco que tiene muchos cantantes invitados, es de imaginarse que sea difícil de reproducir en vivo. La voz elegida –¡y qué voz!– estuvo a cargo de Myles Kennedy, un casi desconocido por estas tierras, cantante del grupo Alter Bridge. Kennedy no sólo participó en dos de las canciones del álbum (“Back From Cali” y “Starligh”, que también sonaron), sino que se convirtió en el cantante de toda la gira. Y los motivos están a la vista, porque además de darle su estilo a cada tema, sale airoso de la tarea de interpretar canciones de toda la historia de Slash –las de Guns N’Roses incluidas– sin perder en la comparación con Axl Rose, Scott Weiland (cantante de Velvet Revolver) o Rod Jackson (voz de Snakepit).

Las veinte canciones de la noche fueron a lo primordial, sin preámbulos ni interrupciones que cortaran el clima. El comienzo fue con “Ghost” –de su álbum solista– y siguió demoledor con “Mean Bone” y “Sucker Train Blues”, de Snakepit y Velvet Revolver, respectivamente. Justo cuando empezaron a sonar los primeros acordes de “Nightrain”, la conclusión se hizo evidente: aunque Slash siga haciendo buenos discos (Ain’t Life Grand y este último solista lo es), el poder de aquellos riffs compuestos allá por 1986 sigue siendo imbatible. Y aunque siga adelante y sea –muy a pesar de Rose– el más “gunner” de los Guns, el guitarrista sabe que Appetite For Destruction será su disco fundamental. De esa época salen los otros “covers” de la noche, como “Rocket Queen”, “My Michelle”, “Sweet Child O’Mine”, “Mr. Brownstone”, “Paradise City” y “Civil War”. “Patience”, aquella balada acústica que tanto sonó en las FM hace ya veinte años, marcó el único momento calmo de una noche en la que la temperatura no dejó de subir hasta el final.

Aun siendo un hombre de pocas palabras y que elige hablar por medio de la música, Slash tuvo mayor protagonismo en ésta que en sus cuatro visitas anteriores al país, cuando era parte de una banda y no un solista. Habla (“Es genial estar acá otra vez”), corre de un costado a otro y se ubica en el medio –frente a todos– para poner su guitarra en vertical, subir un poco la pierna y entregar las melodías que ya todos conocen. Y en el medio juega un poco a ser Jimi Hendrix con “Voodoo Chile”, se vuelve metalero con “Nothing to Say”, blusero con “Jizz Da Pit” y épico con “Godfather”, su adaptación de la canción de la película El Padrino.

¿Hacía falta algo más? No mucho. Aun con el pasado que todos conocen, y que quizá sea imposible superar, el presente de Slash es bueno. Ya tendrá tiempo para resolver sus históricos problemas con el cantante de Velvet Revolver, y para responder una y otra vez si Guns N’Roses volverá o no a juntarse. En esta ocasión, mientras tanto, todo parece estar como le gusta. Bien por él.

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