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Jueves, 21 de abril de 2011
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Puente Celeste festeja su 10º aniversario con un ciclo en el CAFF

“El nuestro es un espacio de libertad”

El quinteto, integrado por los virtuosos Marcelo Moguilevsky, Edgardo Cardozo, Santiago Vázquez, Luciano Dyzenchauz y Lucas Nikotián, cumple su primera década eludiendo etiquetas estilísticas: “Hoy las fronteras entre los géneros son menos importantes”.

Por Carlos Bevilacqua
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Puente Celeste interpreta canciones difíciles de encasillar, dentro de la denominada “música popular”.

Más que una banda, Puente Celeste es un grupo de amigos. El afecto, el conocimiento mutuo y la complicidad se perciben tanto en el concierto como en la entrevista colectiva previa. Claro que los amigos en cuestión tocan de lo lindo. Basta repasar sus carreras o simplemente escucharlos un ratito para apreciar los kilates artísticos de Marcelo Moguilevsky (vientos), Edgardo Cardozo (guitarra), Santiago Vázquez (percusión), Luciano Dyzenchauz (contrabajo y bajo) y Lucas Nikotián (acordeón y piano). Además de multiinstrumentistas, son compositores de todo lo que interpretan: temas instrumentales y canciones difíciles de encasillar, acaso sólo asequibles bajo el amplio paraguas de “música popular”. Por estos días, el quinteto está festejando sus primeros diez años con un ciclo de conciertos que se prolongará los restantes jueves de abril, desde las 21.30, en el CAFF (Sánchez de Bustamante 764).

“Somos como esos amantes que se encuentran una vez por semana”, prueba Cardozo en tren de describir la química que se da en el grupo. Moguilevsky prefiere hablar de “un lugar propio”. “Es un lugar de encuentro sincero, algo difícil de encontrar tanto en el interior de uno como en la escena musical. Un lugar donde cada uno puede mostrar sus creaciones e ir puliéndolas de a cinco”, define. Todos coinciden en que la yunta supera ampliamente lo que en principio podría suponerse como la suma de las partes. “Es un espacio de libertad –explica Cardozo–, no nos proponemos mucho más que pasarla bien.”

No la debe tener fácil el empleado de la disquería a la hora de elegir una batea para alguno de los tres discos que el grupo lleva editados. Los textos promocionales hablan de “alrededores del tango, ritmos africanos, cool jazz, bolero, vals, canción urbana y músicas tradicionales de Europa central”. En rigor, apenas referencias de lo conocido para un contexto sonoro bien original. “Los géneros siguen teniendo peso para vender, difundir y hasta para poder tocar. Hubo varias veces que no pudimos entrar a algunos festivales del exterior por no hacer algo definido”, admite Dyzenchauz. “Cuando nos dieron el premio Konex como mejor grupo de jazz de la década, los colegas nos miraban como diciendo ‘pero ustedes no hacen jazz...’ Y tenían razón”, evoca sonriente. Lo cual lleva a Edgardo a recordar otro absurdo: “Después nos dieron el premio Clarín a la revelación en folklore”.

Esas convenciones, sin embargo, no impidieron que Puente Celeste se vincule con una considerable cantidad de oyentes. “Ahora tenemos más posibilidades de llegar al público que cuando empezamos, porque las fronteras entre los géneros son menos importantes. La gente se va relajando más y recibe lo que escucha sin preocuparse por saber cómo se lo puede nombrar”, asevera Cardozo. “Creo que hubo un fenómeno de globalización en la música. Por eso, ya hay muy poca gente que diga: ‘Yo soy rockero’ o ‘yo soy jazzero’”, aporta Luciano como posible explicación. Marcelo, a su turno, agrega: “Somos especiales también en cuanto al tamaño de las audiencias. Pensá que metemos entre 100 y 200 personas por noche, pero durante todo el año y alrededor de una vez por semana”.

En una de esas ceremonias paganas, el neófito puede sentirse por momentos anonadado. No sólo por los objetos exóticos que integran la percusión de Vázquez (el creador de La Bomba de Tiempo) o la versatilidad de Nikotián para tocar simultáneamente el piano y una melódica, sino también por la atmósfera de safari que generan entre todos en algunos tramos. “Están jodiendo, no están tocando en serio”, piensa uno. Pero sí son serios, tan serios como un chico jugando. Por eso cantan, silban y son capaces de pasar de la estridencia a un lirismo naïf sin mayores transiciones. De ahí también los timbres heterodoxos, de los cuales Moguilevsky aporta los de al menos cinco instrumentos.

“Para mí, es un logro no responder a las preguntas tradicionales del mercado. No condicionarnos por la búsqueda de masividad o la pertenencia a un determinado estilo. No tener un jefe económico externo que nos marque cada cuánto sacar un disco o qué temas tocar”, opina Marcelo al evaluar el camino recorrido por el quinteto. “Estar juntos después de diez años también es un logro, particularmente en este país y en esta época”, apunta Edgardo. “Que todavía nos sorprendamos mientras tocamos también es un logro”, retoma el aerofonista. “El otro día lo veía a Lucas tocando tan bien el piano que pensaba ‘¡cómo me gustaría tener a este tipo en mi grupo!’ ¡Y hace diez años que tengo el privilegio de tenerlo como compañero!”

¿Cuánta improvisación hay en la música de Puente Celeste? “Un 20 por ciento”, contesta Luciano para carcajada de todos. La improbable precisión, sin embargo, es compatible con la respuesta que da después Santiago: “Nuestra música tiene bastantes espacios librados a la improvisación, pero además nos permitimos jugar con las partes escritas. Son ocurrencias que surgen gracias a la conexión entre nosotros y con el momento”.

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