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Jueves, 21 de abril de 2011
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Mariana Carrizo, Bruno Arias y Tomás Lipán en el Tasso

La gran juntada del Noroeste profundo

Por Cristian Vitale

Cuestión de pertenencia. En cualquier peña del NOA, o en algunas –pocas– de Buenos Aires, una juntada así daría, como mínimo, fiesta, alegría y color hasta el alba. En el Tasso no. Tal vez por su impronta tanguera –es, indudablemente, uno de los lugares-punta en ese rubro–; tal vez por una puesta de mesas, velas y silencio que condice más con la densa sobriedad del 2 x 4 que con el desparpajo en colores que traen las huestes del norte con su música; o, tal vez, por su intrínseca porteñidad, el cálido sitio de Defensa al 1500 no condice con la tríada. Mariana Carrizo, Bruno Arias y Tomás Lipán –los tres, nada menos– están jugando casi de visitantes en el ciclo Música y Vino, que seguirá esta noche y el próximo jueves. Poca gente en un lugar habitualmente lleno. Poco entusiasmo, excepto el del “montoncito de jujeños” que Lipán señala cuando sale a cantar. Y poca adrenalina de acullico y poncho entre las gentes cómodamente relajadas en sillas, expectantes pero calmas. Ni siquiera al final, cuando suben los tres y trenzan bombo, quena, guitarra y voces para hacer, por caso, “La Zamba de la Candelaria”, se asoma a lo que podrían provocar, sin más, bajo las estrellas de Humahuaca: apenas dos parejas bailan.

Hecha la salvedad del marco, cada quien cumple con su trabajo de media hora reloj. Bruno Arias, el primero, con su equipo de Palpalá (Ramón Córdoba en guitarra, Juanjo Bravo en percusión) y un set atado a las circunstancias: íntimo, acústico, sosegado... una estética que no le es ajena al músico nacido en El Carmen, Jujuy. El changuito volador puede transformar una tocada en una fiesta interminable, tanto como bajar la luz y ofrecer un plafón sonoro –casi lisérgico– a la introspección colectiva. Este fue el plan. Primero con “Jujeñito”, una bella pieza de Fortunato Ramos, virtuoso del erke que Divididos suele llevar a sus shows; después con “La Humita”, de Alejandro Carrizo, el nativo “Nuestro mensaje”, casi un loncomeo que parece unir norte y sur a través de un flecha estelar, “Viva Jujuy”, el hit histórico que Arias suele sacar del arcón de los recuerdos cuando el marco no es el ideal, y el climático homenaje a Mercedes Sosa que, apuntalado por la guitarra táctil de Federico Pecchia, le pasa la posta a Mariana Carrizo.

Es ella, con sus trenzas renegridas y un carisma que parece cosa de la Pachamama, la que logra casi un imposible: transformar la profundidad –a veces solemne– del canto con caja calchaquí en coplas picarescas, jugadas y divertidas. “El amor es como un lazo, que se enrolla y se de-senrolla, empieza por la presilla, y termina por la argolla”, canta ella fresca, con voz aguda y quebrada, bajando al llano un pedacito de su recopilación de coplas guasas. También es ella la que, en plan más serio, conmueve a las piedras con su versión de “Vidala para mi sombra”. Lipán, encargado de cerrar la juntada norteña, pone su voz –tan dulce como imponente– al servicio de clásicos que lo han ubicado en un lugar de privilegio entre los músicos de su región: “Amor y albahaca” y “Jujuy mujer” como puntales de un repertorio que, aunque breve y entrecortado por los sorbazos de vino que el hombre de la cuesta (se) manda como una ofrenda a “la bebida madre”, alcanza para seguir intentando que el bellísimo folklore del noroeste penetre, alguna vez y como su pulso amerita, en el tozudo imaginario urbano y a veces clausurante del porteño medio. Vale el intento.

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