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Miércoles, 31 de agosto de 2011
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Terminó anoche el Festival y Mundial de Tango

Volver a Colombia bailando en una pata

Una pareja de colombianos ganó en la categoría Tango Salón y dos argentinos festejaron en el rubro Escenario. Así se despidió un encuentro interesante, aunque cada vez más “achicado”.

Por Facundo García
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Diego Benavídez y Natasha Agudelo, triunfadores en la categoría Tango Salón.

El Noveno Festival y Mundial de Tango no terminará. Miles de personas se llevaron sensaciones que van a evocar en el futuro. Meterse en el Luna Park para presenciar una de las finales del certamen fue una excursión a las sutilezas que todavía guarda la música ciudadana, a su romanticismo, sus reverberaciones internacionales y a algunos pensamientos posibles para un género que se está colando en el siglo XXI a puro firulete.

Era la hora en que cierran las oficinas. El centro porteño ya no guarda la “dulce policromía de las tardes de arrabal”; aunque avenida Corrientes exhibía el colorido de incontables turistas que querían saber qué era este asunto del “campeonato”. En las gradas del Luna –intercalados con tangólogos que asentían en silencio cada vez que sonaban por el parlante las orquestas de D’Arienzo o de Fresedo–, cientos de “gringos” se integraban a la experiencia, indecisos entre mirar a las pantallas de sus celulares o a la realidad. Había, claro, hinchas menos timoratos. Los que más alentaban eran los venezolanos y colombianos. Y, como se vería después, no era por casualidad.

Fernando Bravo, cultor de un bronceado ciertamente original para esta época del año, presentó de diez en diez a las duplas en competición. Por el modo en que entraban, por el porte y hasta por la vestimenta que había elegido cada participante se podían adivinar las distintas acepciones que tiene el tango en otras latitudes. Los estadounidenses Brian Nguyen y Tuliana Basmajyan –que se alzarían con el tercer puesto a pesar del “¡Viva Perón!” proferido por un energúmeno desde las gradas– optaron por las tonalidades fuertes que son marca en los salones latinos de San Francisco; en tanto que las parejas de las provincias argentinas se inclinaron por recursos menos rimbombantes, con algún vestido lleno de flores que a lo mejor le habría quedado bien a la Lujanera que imaginó Borges.

Y se largó el bailongo. Los pies dibujaban fractales invisibles y, a los pocos segundos, un reflejo estético difícil de definir elegía a las dos o tres duplas que tenían eso. Imposible explicar por qué están los que “bailan perfecto” y hay otros que se catapultan más allá, a las fronteras donde germina el sentimiento. Ahora bien: entre las cuarenta parejas que pretendían sacarle viruta al piso el lunes no había un único duende del tango. Quien haya visto a los bailarines de Oriente, por ejemplo, sabe que los japoneses son capaces de una finura que no ha tardado en ser asociada con filosofías ancestrales. Se han escrito, incluso, libros como El tao del tango, de Johanna Siegmann. Se han creado métodos de meditación como el Tango Zen, de Chan Pack. Y eso por no hablar de El tao tanguero, una recordada contratapa que Juan Sasturain redactó para este diario en 2005.

La noche del lunes fue ideal para evocar esas consideraciones, porque a diferencia de lo que ocurre en la corriente electrónica del género o en los certámenes de Tango Escenario, las rondas “de Salón” –menos plagadas de saltos y piruetas– permiten profundizar en los sentidos más íntimos que sigue siendo capaz de movilizar la música rioplatense. Así, Dongjun Kim y Young Ah Yang, de Corea, hicieron gala de su particular estilo. Por su parte, Naoko Tsutsumizaki y Cristian Andrés López, llegados desde Tokio (Japón), mostraron por qué merecían entrar en la nómina de los cinco primeros puestos.

Para seleccionar a los finalistas se concretaron competencias en varias sedes de las provincias y del exterior, en un esfuerzo por dar mayor amplitud a la convocatoria.

Los compases fueron pasando y llegó la hora de que el jurado votara. Rubén Rada aprovechó para estrenar “Araca con el tango”, un tema compuesto en honor al reciente nombramiento del género como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. “Guitarras que puntean/hermosas melodías/y con acordes ciertos/apoyan al cantor/araca con el tango/que ya salió del fango/y es como un baile eterno/hoy de la humanidad.”

“¿Están los resultados?”, repetían, ansiosos, los simpatizantes de cada equipo. Llegaron. Contra la leyenda de que hay reticencia para premiar a los competidores extranjeros, las cinco primeras posiciones fueron para parejas visitantes. Los argentinos Otto Ignacio Honeker y Florencia Aguzín se quedaron con el reconocimiento a la elegancia, sí; pero en el cuarto puesto se ubicaron Mauro Zompa y Sara Masi, de Montecatini Terme (Italia), y el tercero les tocó a los mencionados Nguyen y Basmajyan, de San Francisco (EE.UU.). “Atención. Hay un hecho inesperado que nos obliga a cambiar los planes”, avisó Fernando Bravo. Las dos parejas más votadas habían conseguido exactamente el mismo puntaje.

Fue igual que un desenlace por penales. Con “Nada”, “Tigre viejo” y “Llorar por una mujer” atronando en el fondo, los representantes de Colombia, Diego Benavídez y Natasha Agudelo, y los de Venezuela, John Erban y Clarissa Sánchez, desempataron respaldados por cantitos de apoyo y vivas. El trofeo fue para los colombianos, que salieron a festejar, dejando que Juan Carlos Copes y su hija Johana se ocuparan de cerrar la fiesta.

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