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Domingo, 6 de noviembre de 2011
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THE STROKES Y BEADY EYE ENCABEZARON LA PRIMERA FECHA DEL PERSONAL FEST

Sonidos y reflexiones del rock actual

Cada uno a su manera, los ex Oasis y la banda neoyorquina que surfea su propia crisis encontraron los modos para conmover a 40.000 personas que se acercaron a la sede San Martín de GEBA.

Por Luis Paz
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Liam Gallagher no llega a ninguna nota, pero sabe de escenarios.

El rock de masas estaba en crisis. Aparecieron los festivales. Entraron en crisis también. Los años recientes no fueron oxigenados para la industria del espectáculo rockero y, con la debacle, se armó un entramado de preconceptos festivaleros. Se asumió para el rock que los sponsors eran maléficos, que los VIP eran ocupados por lejanos al fanatismo, que las bandas que daban shows en Argentina vibraban una demagogia insoportable, que los zapatos y botas texanas no tenían razón de ser y que la diversidad de propuestas generaba conflictos de grupos. Para escribir (y leer) sobre la segunda jornada del Personal Fest ’11 (la apertura fue Lenny Kravitz en GEBA, el 2 de octubre), hay que olvidarlos y preguntarse: ¿qué tal si no había allí problemas, sino soluciones?

Con Beady Eye (armada por los últimos Oasis tras la salida de Noel Gallagher) y The Strokes (el grupo neoyorquino que hizo creer en un siglo XXI de cepa rockera) como actos más convocantes, el festival que terminaba anoche con Sonic Youth, Calle 13 e INXS agitó avisperos. A separar mieles, pues. La telefónica había traído en enero a MGMT, y con el regreso de su festival (cuyo lugar fue ocupado en 2010 por el Hot Festival) acercó a los ex Oasis y a The Strokes. Quizá sean las últimas tres bandas en encauzar los zeitgeists anímicos y rockeros de sus épocas y lugares. Oasis, la vuelta al clasicismo brit en tiempos alternativos y deconstructivistas. The Strokes, la avanzada guitarrera de la Nueva York sintetizada. Y MGMT, la vertiente pop psicodélica de un rock que, también en Nueva York, perdía contra el pop de dormitorio. Si no es casualidad que hayan irrumpido cada siete años (’94, ’01 y ’08), las generaciones rockeras tendrán otros tiempos y 2015 dará un nuevo ejemplo.

Luego, lo demás: ese color que para unos destiñe la naturaleza del rock y, para otros, lo ribetea de modernismo cromático. Si en los últimos años el VIP fue cada vez mayor para los shows, la exageración tuvo aquí su espaldarazo: el calor, la animosidad y la alegría del VIP en The Strokes fue notable y el campo fue uno en la práctica. Las botas sirvieron para que el lodo no enchastrase y los abrigos de vidrieras recientes, contra la lluvia. Los artistas dieron más gracia musical (y gracias) que lugares comunes. Y anoche se veía que si se quería gozar a Calle 13 y obviar a Sonic Youth, o al revés, con un buen planeamiento del encuentro y el rock como gesto tolerante, no había dramas.

Así las cosas, lo que se vio el viernes en la sede San Martín de GEBA fue a unas 40.000 personas, a lo largo de nueve horas, paseando viejas y nuevas tendencias (la vanguardia estuvo en Toro y Moi, estrella del chillwave, y White Lies, oscuro combo británico que perdió contra la tormenta), que se encaramó a los shows de Strokes y Beady Eye con la previa de una experiencia bailable sin bombos en negra: la sónica sensación sexy de Goldfrapp. Lo de Beady Eye fue lo que podía ser: la prepotencia continuada de un grupo sin una guía de la talla de Noel, negado a pasearse por Oasis y formado por músicos con las condiciones necesarias para el rock tradicional (¿cuadrado?) que busca defender. Liam no llega a ninguna nota, pero perfeccionó su manejo escénico como única luminaria y las canciones de Different Gear, Still Speeding fueron defendidas con aguante por un público que quizá por una cuestión tan solo generacional no termina de notar el filo de un sampleo que no cita fuentes pero toca a The Animals, Lennon y McCartney (solistas), The Who y... Oasis.

Lo de Strokes fue mucho más que lo esperable para un grupo en crisis que en su reciente CD (Angles) buscó aggiornarse con dosis iguales de pena y gloria, y por demás estático en el escenario. En su medida, porque es un grupo que a comienzos de siglo hizo una de las músicas más excitantes para los jóvenes y coincidió que esos ahora universitarios o ingresantes al mundo laboral accedieron al show. Pero sobre todo porque que un grupo suene diferente en cada tema y que pueda articular la preeminencia de las guitarras con bases rítmicas estelares y una voz intachable, es un mérito total. Desquiciado, el público agitó desde “New York City Cops” hasta “Take it or Leave it”, con un gesto de maximalismo emocional durante la brillante “Reptilia”. Y con el quicio en su lugar, la discusión acerca de la problemática del rock actual no tuvo lugar: que haya un rock actual determina también a un público actual que, mientras los festivales buscan su forma definitiva a los tumbos, va reencontrándose con la emoción juvenil que el rock supo lograr para todos, una vez más.

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