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Martes, 8 de noviembre de 2011
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Terminó una nueva edición del Festival Internacional de Jazz de Buenos Aires

Con la salud de los cruces estilísticos

Siete sedes, seis días, setenta conciertos, cincuenta mil personas: el encuentro que terminó ayer dejó un nuevo saldo positivo, no sólo en las cifras, sino en la intención de su director, Adrián Iaies, de propiciar siempre el encuentro de mundos.

Por Diego Fischerman
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El set del guitarrista Diego García incluyó a Andrés Calamaro en “Hound dog” y “Naranjo en flor”.

Los festivales de jazz son, en el mundo, cada vez más festivales y menos de jazz. El que dirige Adrián Iaies en Buenos Aires cerró este fin de semana su edición de este año. Su arco estético fue lo suficientemente amplio como para incluir desde un prócer como el trompetista Charles Tolliver hasta el grupo Argentos interpretando música de Ginastera, las aventuras de Nguyen Lé, un virtuoso guitarrista francés, hijo de vietnamitas, y hasta la improbable actuación sorpresa de Andrés Calamaro haciendo “Naranjo en flor”. Y, sin embargo, todo estuvo, indudablemente, en el universo del jazz. Eventualmente, si a algún purista algún objeto no le encaja en la definición será, como siempre, cuestión de la definición y no del objeto.

Iaies defiende la idea de que, más allá de la actuación de algunos grupos extranjeros preexistentes, el festival promueva los cruces entre los visitantes y los locales. Poco antes de que comenzara el último concierto, con las actuaciones del trío de Nguyen Lé y el cuarteto de la percusionista danesa Marilyn Mazur, el pianista contaba ufano cómo, gracias a esos encuentros, Tolliver conoció a Mariano Loiácono y le ofreció las credenciales académicas necesarias para que pueda estudiar en los Estados Unidos. Por su parte, la actuación de ese trompetista que tocó en algunos de los discos más importantes de Andrew Hill y Jackie McLean junto a la Big Band de la carrera del jazz del Conservatorio Manuel de Falla (que dirige Ernesto Jodos) queda también como uno de los logros a futuro, más allá de la mera sucesión de espectáculos. Por otra parte, las cifras fueron contundentes: 50.000 personas asistieron a los 70 conciertos, repartidos en siete sedes a lo largo de seis días.

Además de la apertura, con el trío de Kenny Werner, y las actuaciones de los principales músicos argentinos, se destacaron las presentaciones del trío del contrabajista Arild Andersen, donde deslumbraron, junto a él, el saxofonista Tommy Smith y el baterista Paolo Vinaccia, y del trompetista italiano Paolo Fresu junto al Devil Quartet, cuyo disco Stanley Music, editado por Blue Note, acaba de ser publicado en la Argentina. El domingo, en la terraza de la Recoleta, había estado, a la tarde, el trío del guitarrista español Diego García –integrante de la banda de Andrés Calamaro–, con el baterista Gastón Baremberg y el contrabajista Gonzalo Fuertes. El repertorio recorría el blues, el country y el jazz cuando, sin que nadie entre el público lo esperara, entró Calamaro en el escenario, se sentó al piano e interpretó “Hound Dog”, de Elvis Presley. Luego, fue “Naranjo en flor”. Más tarde, también en el Centro Cultural Recoleta, actuaron El Cuatriyo, Argentos y Roxana Amed con su quinteto.

Y a la noche, en el Teatro Coliseo, llegó el cierre. Nguyen Lé, con Mieko Miyazaki en koto y Prabhu Edouard en tablas comenzaron haciendo una música sumamente sugerente, con obvios parentescos con aquel Shakti de John McLaughlin. En este caso, no obstante, resulta significativa la presencia de Miyazaki, no sólo una notable intérprete de koto, con el que improvisa como si se tratara de un instrumento occidental, aun cuando las escalas no lo sean, sino una cantante de inusual fuerza y expresividad. La actuación, por obra del histriónico Edouard, culminó con el público cantando en sánscrito, en alegre contrapunto con los instrumentos. Después, Marilyn Mazur, una excelente percusionista que toca habitualmente junto a Jan Garbarek, actuó con su propio cuarteto, integrado por Fredrik Lundin en saxo, Krister Jonsson en guitarra y Klavs Hovman en bajo. Un abordaje climático, con mucho del sello que ECM impregna en sus artistas, donde fue notable, sobre todo, la solvencia técnica de los músicos.

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