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Jueves, 10 de noviembre de 2011
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Valle de Muñecas se presentará hoy junto a normA en Niceto Club

“No nos imaginamos la vida sin tocar”

Los hermanos Mariano y Luciano Esaín son parte de la banda que acaba de publicar La autopista corre del océano hasta el amanecer, que aspira a ser uno de los discos rockeros del año. “Cuando éramos chicos ya tocábamos en casa, así que es natural”, dicen ellos.

Por Luis Paz
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“Hay mucho más criterio para hacer música y se notó en los discos de este año”, dicen los Esaín.

A la hora de agrupar a una variedad de discos publicados en los últimos quince años por bandas del underground metropolitano, despertadores de algún tipo de excitación o emoción y dotados de una belleza, hay un nombre que funciona como pivot: Mariano Esaín. El músico que lleva acoplado el apodo “Manza” produjo discos de Pez, normA, Nikita Nipone, Coiffeur, Superlasciva, Mataplantas y Les Mentettes; y desarrolló su valor como compositor, guitarrista y cantante en Menos que Cero, Valle de Muñecas y Flopa-Manza-Minimal (junto a Flopa Lestani y Ariel Minimal). Por estos días, comparte con su hermano Luciano, baterista de otros grupos notables como Acorazado Potemkin y Motorama, la banda Valle de Muñecas, que en 2011 lanzó su brillante tercer disco, La autopista corre del océano hasta el amanecer. Allí, su conocimiento sobre rock, producción y canción logra un cauce brillante. “Es un gran año de lanzamientos discográficos. Salieron muy buenos discos de gente de nuestra generación, como Pablo Krantz y los Potemkin, pero también de gente más joven, como los Cosmo o La Perla Irregular”, entra en la entrevista el mayor de los Esaín, Mariano.

“Para encontrar gente de 20 o 25 años a la que le haya ido bien y que haya podido hacer de su música su forma de vida, hay que irse veinte años atrás, hasta la época en que las bandas salían a tocar por todos lados y hacían giras en sus primeros años. Tengo una fe ciega en la camada de jóvenes que está apareciendo”, sigue. Es todo un gesto de parte de un músico que trabaja en el rock desde que muchos de aquéllos eran niños, lo que implica que también experimentó las transformaciones en las músicas, los gustos y la industria en la última década y media: “De a poco se va dando otra situación. En un momento dejó de haber presupuesto para grabar y la gente empezó a grabar en su casa, en condiciones para nada ideales, y esa tarea que antes realizaba gente profesional pasó a ser realizada por gente que no tenía los conocimientos. Pero esa gente ya aprendió o está aprendiendo a hacer la parte técnica que necesita para cerrar sus ideas, y el nivel fue subiendo en los últimos años. Creo que hay mucho más criterio para hacer música y se notó en los discos de este año”, destaca.

Si el punto son “los discos del año”, hay que reservarle un lugar a La autopista..., uno que abreva de esas canciones capaces de articular sentimientos fuertes, bases bien marcadas y guitarras con juego, a la manera de The Smiths, pero también de cierta doma del rock como espacio explosivo y de la canción entendida como otra forma de belleza poética. “Es el disco más trabajado desde la producción y también es la consecuencia de muchos años de tocar juntos y de haber crecido: uno escribe sobre lo que siente, lo que ve o lo que quiere escribir y es cierto también que uno escribe en momentos en que las emociones son más extremas, para bien o para mal, y que madurar te ayuda.”

–¿Existe alguna particularidad en el hecho de compartir una banda entre hermanos?

Luciano Esaín: –Para mí es buenísimo tocar con Mariano. Cuando éramos chicos ya tocábamos juntos en casa, así que es algo natural. Es algo que iba a pasar y tomó la forma de Valle de Muñecas.

Mariano Esaín: –Obviamente hay un entendimiento, una base de música en común que escuchamos en la época en que vivíamos juntos; y luego, cada uno tiene sus particularidades. Hacer música con él es distinto a haberla hecho con cualquier otro con los que toqué. Si no toco con él, lo llamo a papá...

No es que Manza vaya a recurrir a su padre para que rete a Luciano, sino como músico: Esaín padre es baterista “por hobby”, pero en su relación con el jazz tradicional hay un hecho filial para los hermanos: “Lo que mamamos de él fue el amor a la música. Ibamos a ver jazz y era una cosa de entender el momento de la música que se tocaba y de dejarla ir para donde quiera ir”, recuerda el menor. Pero el hecho de compartir fraternalmente una banda es también, aunque no conscientemente, un modo de continuarse en espacios donde la supervivencia de grupos es complicada. Dice Manza: “Al no haber un estímulo externo, un reconocimiento, se crean fricciones porque surgen distintos objetivos entre los miembros de una banda. Las que no tienen éxito duran menos de lo que tienen que durar y las que lo tienen, más de lo que tendrían, porque hay mucha gente cuya subsistencia depende de ellos. Pasé por un montón de crisis respecto de las personas con las que tocaba y de lo que estábamos haciendo. Pero no lo puedo evitar: quiero seguir tocando, no me imagino la vida sin tocar”.

–¿Imaginan mejores condiciones para hacerlo si se sanciona y aplica la ley de la música?

L. E.: –Todo lo que tenga que ver con la difusión de las cosas no producidas en masa, de lo que no está en la vidriera, debería estar bueno. El espíritu debería ser que gane el que hace cosas buenas y no el que tiene más plata y las medidas tendrían que facilitar el intercambio, porque acá hasta ir a tocar a La Plata es complicado cuando debería ser cotidiano ir a tocar a Montevideo.

M. E.: –No sé si es un tema del que tiene más o menos plata, porque conozco un montón de grupos de hijos de millonarios que no suenan en ningún lado. Si la ley hace que sea más fácil para las bandas tocar por el país, o que la gente escuche las canciones de las bandas y que pueda decidir por sí misma y no por imposición, por lo menos va a mejorar la situación. Lo ideal sería que bandas chicas puedan tocar todos los fines de semana y que logren hacer una forma de vida de todo eso.

* Valle de Muñecas se presentará junto a normA hoy a las 21 en Niceto Club, Niceto Vega 5510.

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