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Jueves, 10 de noviembre de 2011
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Leopoldo Deza, folklore tucumano

La senda de Valladares

Por Cristian Vitale
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Leopoldo Deza se siente parte del linaje originado en el gurú musical de los cerros tucumanos: el Chivo Valladares. A él se refiere cada vez que trata de explicarse como tucumano, y como músico. Dice que de aquel prolífico hacedor de vidalas, canciones y zambas nació una forma de componer que se sigue transmitiendo. Y una forma de juntarse, también. Una forma bohemia, de yunta, que marcó un rumbo, un tiempo, y que este compositor, flautista y pianista de la generación intermedia trata de continuar. Bohemia le dice al último “trenchito” de amanecidas que vivenció en su provincia, bastante antes de recalar en Buenos Aires.

“Me las viví desde el secundario hasta el conservatorio. Era ir todas las noches al Cardón, a la Cosechera o al Buen Gusto –parte gruesa del circuito peñero de San Miguel– y mezclarme con pintores, anarquistas, poetas, músicos y pensadores, toda esa cosa de bodegón, ¿no?, mucha potencia creativa”, principia. Y yunta es casi un efecto natural de esa bohemia, el lazo empírico entre personas que se juntan para hacer algo que suele resultar maravilloso. Podría pensarse sin esfuerzo en Leguizamón–Castilla, o en Tejada Gómez y Ariel Ramírez o en la que tal vez más le guste a él: la del Chivo con Lucho Díaz, que le ha dado al folklore del Jardín varias de sus piezas clave: “La luna de los pobres”, “Juan Zafrero” o “Amanecer en Famaillá”, entre ellas. “Ahora resulta que son todos cantautores, y eso no es lo mismo que hacer yunta con un poeta o pensar el arte como algo más integral, como cuando armábamos las fechas en San Miguel y venía un amigo plástico a hacer la puesta, un profe de danza a bailar o un escenógrafo a poner las luces y así”, asegura.

El espíritu de juntada, entonces, es el que Deza está proponiendo –-siguiendo los pasos de Juan Falú– vez por mes en el Espacio Tucumán (Suipacha 180), bajo el nombre de Ciclo Alter Nativo. Y que hoy tendrá como parte del par –ya pasaron Litto Nebbia, Franco Luciani y Angela Irene– a Micaela Farías Gómez. Será un homenaje, entonces, en el que ambos, él y ella, tocarán los arreglos que el Chango había hecho de oído en un estudio de grabación y que Deza le transcribió para el disco Chango sin arreglo. “Ya se lo extraña porque él tenía eso de juntarse naturalmente. He comprobado que acá los viejos están aburridos, con ganas de juntarse, y la verdad es que en Buenos Aires faltan espacios. Yo me quejaba de Tucumán, pero veo que proporcionalmente hay más movidas allá que acá, y entonces hay que moverse. Es bueno que se junten las generaciones, aunque te pelees con los viejos y los viejos se peleen con vos. Yo busco ese contacto que se ha perdido, porque hoy son todos pendejos: el que toca tiene 20 y el productor 25”, sostiene. Además del fogueo en la bohemia tucumana, Deza escribió un libro sobre el Chivo Valladares. Solo en mi rancho es una recopilación integral de su obra, en la que plasmó data dispersa: partituras, melodías, acordes, letras y algunos comentarios. Lo mismo está haciendo con el pianista Eduardo Lagos.

–Usted suele defender como concepto la existencia de una especie de folklore a la tucumana. ¿Qué es lo específico de él?

–Varias cosas. Cuando hablo de Tucumán, además del espacio físico, incluyo al Pato Gentilini, que es de Catamarca, o a los hermanos Núñez, que son de Salta, pero la provincia es casi el centro universitario del norte, y sucedía –y sucede– una mezcla muy interesante. Hay una forma de tocar la zamba tucumana que es más lenta, más reflexiva. Y en los colores tiene una cosa más de salón, con armonías más cercanas al jazz en el sentido de séptima, novena u oncena y eso termina formando un lenguaje propio.

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