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Sábado, 26 de noviembre de 2011
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Miguel Botafogo y su nuevo disco, Don Vilanova y sus secuaces

“Soy invitado en mis temas”

El guitarrista concibió el álbum más heterogéneo de su carrera. Lo define como un “experimento”. Envió sus temas a otros artistas –de Nativo a Pier, pasando por La Mississippi y Emmanuel Horvilleur– y le devolvieron versiones alejadas de las originales.

Por Cristian Vitale
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“Hay mensajes crípticos contra toda esa moral que nos quisieron imponer durante dos mil años.”

Don Miguel Botafogo Vilanova (para que no se le enoje ningún nombre) se ve borroneado. Está en el furgón de cola de un vagón abandonado, de carga. La foto de tapa es en sepia y continúa en el reverso de Don Vilanova y sus secuaces, su flamante disco. Esta la explica él. “Estoy en el umbral de la persiana donde nos sentábamos con mi viejo a escuchar los partidos, todos los domingos de calor. Y las peleas: recuerdo muy bien la transmisión de Bonavena-Clay por la radio”, evoca y de paso enmarca. La locación es Villa Urquiza, el barrio donde nació hace 55 años, y lo que el consecuente guitarrista de blues criollo –tal vez es más, muerto Pappo– está empezando a desentrañar es por qué la música que está dentro opera como una traducción dinámica de las imágenes. “Tanto en el vagón como en la persiana, lo que quiero mostrar es una impronta medio de bandido rural, de fugitivo... una cosa atemporal, porque lo que intento hacer en el disco es lo que hubiese querido tocar cuando tenía 13, 14, 15 años mientras fantaseaba en el umbral”, redondea.

El círculo empieza a cerrar: tres de los nexos instrumentales que Botafogo usa para conectar temas disímiles entre sí están tocados en dobro, alguno más (“Lo mejor y lo peor de mí”, por caso) y el track oculto, que empieza mucho después de terminado el cuerpo central del disco, asumen, como las fotos, un aura atemporal.

Eso, la idea de atemporalidad, por un lado. Por otro, la de secuaces. Botafogo nombra así a todos los que intervienen en el disco, el más heterogéneo y “participado” de su itinerario solista. Se refiere, uno por uno, a Nativo, Pier, Mississippi, Emmanuel Horvilleur, los Reggae Rockers, Ciro Fogliatta, Celeste Carballo y Blues Motel. Lo de secuaces, acorde con su significación exacta, tiene que ver con que todos ellos siguieron sus creaciones musicales (su tendencia), pero con la salvedad de un giro: excepto Mississippi con “Blues hasta que salga el sol” (casi un cover), el resto tomó cada composición pura de su creador y la resignificó bajo su propia impronta. “Funcionaron como una especie de bandidos desbandados –ríe él–, porque la idea básica fue que cada banda le pusiera su magia y su química a un tema mío y así todo fue mutando: a los Reggae Rockers les mandé un blues (“Abre”) y volvió un reggae, a Nativo le mandé un soulito medio setentoso (“Vos ya sabés”) y volvió un heavy recontra pesado, y así. La verdad es que me quería regocijar escuchando eso, y viendo si era posible, porque es como un experimento también, un experimento que te otorga mucha energía. Es algo que estuve elaborando desde hace un par de años y me resultó: soy un invitado en mis propios temas.”

–Lo más personal quedó relegado a los temitas que hace con dobro y al track oculto. ¿De qué va esa pieza sin nombre, que aparece cuando todo termina?

–Es un rezo anónimo de los negros a Dios. Al Dios que guía sus pasos. Es una cosa precaria que tiene que ver con mostrar lo que hay debajo del blues, su espíritu, su origen ¿no...? Está tocado con un latón que construí yo con sonido de bajo y unos papeles que funcionan como percusión.

Producido por Sergio Berdichevsky y Gustavo Rowek, el baterista de Nativo que Botafogo conoce desde las épocas de V8, el disco será mostrado en vivo hoy en La Trastienda (Balcarce 460) y, dicho está, trasciende en medio de una tensión entre lo propio y ajeno. Una operación de alteridad musical que muestra al blusero en plural. “Me di el gusto, porque son temas que venía tocando con la banda hace un montón, y lo hacíamos de una manera muy mía, pero escucharlos así da un resultado loquísimo, muy enriquecedor, te hace verte de otra forma, una onda ‘bueno, así me ven ellos’. Y está bueno hacerlo en esta etapa de mi vida porque, si bien soy un hombre que está más cerca del arpa que del violín, aún puedo seguir brindándome.”

–¿Más cerca del arpa de que del violín?

(Risas.) –Es una forma de decir. Lo que me importa como propósito es mostrar que llevo un largo camino tocando, como si dijera: “Bueno, mirá, no estuvo mal que un pibito que escuchaba la radio en ese momento, porque también escuchaba a Pappo, a Alemán, a Armstrong, haya terminado cumpliendo un sueño”. A ese niño jamás se le hubiese ocurrido que iba a tocar al lado de su ídolo Pappo, recorrer el mundo, tener hijos músicos y armar una familia con la música, en fin... yo me considero un discípulo de Pappo: me pasé más tiempo tratando de sacar “Stratocaster Boogie” con la viola que “Sweet home Chicago”, me considero de esa camada, y siempre tengo esa cosa de querer demostrar que no eran unos putos, drogadictos y degenerados, los tipos le estaban comunicando a un pibe como yo algo útil para hacer su vida gracias a la música.

–¿Por qué la espiritualidad es el principal tópico en sus letras?

–Tengo un problema con la Iglesia Católica (risas). Hay mensajes crípticos contra esa moral que nos quisieron imponer durante dos mil años, como digo en “Calaveras en el banquete” y algunas salidas alternativas que provienen de lecturas que hago sobre una nueva espiritualidad, y que tienen que ver con abrir el corazón y la mente, pero de verdad. Son reflexiones y pensamientos que hago para mí y para que, de paso, alguien los escuche.

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