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Martes, 27 de diciembre de 2011
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Balance de la actividad del año en materia de música clásica

Razones para brindar, y sus bemoles

Los conflictos del Colón mantuvieron su influencia: aunque allí se vieron cosas interesantes, lo mejor del año estuvo fuera del Coliseo mayor, en actividades privadas, en el San Martín o en el Argentino de La Plata, que sigue ganando protagonismo.

Por Diego Fischerman
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El gran macabro, de György Ligeti, en versión de La Fura dels Baus, se vio en versión reducida.

Tristán e Isolda, con puesta de Marcelo Lombardero.

Como siempre, podrá verse el vaso medio lleno o medio vacío. Lo cierto es que, por primera vez, mucho de lo mejor entre lo sucedido en el campo de la música clásica, e incluso en la ópera, tuvo lugar fuera del Colón. Por un lado, están los aciertos en las programaciones de instituciones privadas como Buenos Aires Lírica o Juventus Lyrica y, sobre todo, la creciente solidez del Argentino de La Plata, que en los últimos años se ha convertido en protagonista indiscutido. Por otro, el que todavía es el teatro principal de Latinoamérica, con una programación algo errática y con nombres más deslumbrantes en el terreno de la música instrumental que en la lírica, si bien se recuperó de un comienzo de año atravesado por el caos (que se arrastraba desde fines de 2010), hasta el momento no ha conseguido desprenderse del todo de las consecuencias (artísticas y administrativas) de la parálisis a la que lo condenaron los monumentales errores cometidos por la gestión de Macri en sus comienzos. Y, más allá de algunos muy buenos momentos en la temporada, no ha logrado aún perfilar un rumbo artístico con la coherencia suficiente. Ni, tampoco, que se noten en el escenario las inmensas diferencias, tanto presupuestarias como en los precios de las entradas, que lo separan del resto.

El comienzo del Colón fue, desde ya, accidentado. Un conflicto con los delegados de ATE, uno de los gremios con representación dentro del teatro, había llegado a una situación de virtual empate técnico –con las orquestas en paro por tiempo indeterminado– para la que no se avizoraba solución inminente. La visita de Plácido Domingo, que no pudo actuar en el teatro pero, por otro lado, negoció personalmente con los músicos para que lo acompañaran en el concierto en la 9 de Julio y se manifestó públicamente a favor de ellos, fue uno de los puntos álgidos del conflicto. El otro fue la imposibilidad, por parte del teatro, de vender abonos y de estrenar en regla el primer título de la temporada, El gran macabro, de György Ligeti, con puesta de La Fura dels Baus. Las sanciones e incluso denuncias penales contra los delegados no parecían hacer otra cosa que echar nafta sobre las chispas. Sin embargo, bastó con que el GCBA anunciara que no se renovarían los contratos de los huelguistas y que se descontarían todos los días no trabajados para que la medida de fuerza quedara sin efecto. A los pocos meses se realizó la demorada elección para determinar el representante de los trabajadores que integraría el directorio del teatro (un directorio fijado por la Ley de Autarquía, pero que, en los hechos, jamás funcionó). Y el hecho de que quienes habían aparecido como los conductores del conflicto quedaran, en la compulsa, detrás de sus archirrivales de Sutecba, queda como un dato más acerca de la evaluación que los trabajadores hicieron de las maneras en que se desarrolló aquella lucha.

El gran macabro se estrenó sin orquesta, en una versión para dos pianos, sintetizador y percusión que incorporó en una secuencia la grabación de la obra original. El resultado fue presentado como ensayo abierto y su paradójica virtud fue que, gracias a la entrada gratuita, fue vista por una cantidad de público joven que jamás hubiera podido comprar las onerosas entradas. Para el título siguiente, La flauta mágica de Mozart, la dirección del teatro, preventivamente, había contratado una orquesta extranjera. La función se llevó a cabo con normalidad (y con músicos argentinos) y dio lugar a un impactante espectáculo visual, con puesta de Sergio Renán y escenografía de Juan Pedro de Gaspar y con una gran actuación del barítono austríaco Markus Werba en el papel de Papageno. Un muy buen Tríptico de Puccini, con una sugerente puesta de Stefano Poda –que rindió sus mejores frutos en Suor Angelica–, y notables actuaciones de Amarilli Nizza y Juan Pons, y una despareja Pelléas et Melisande de Debussy, junto a una Filarmónica de Buenos Aires que mostró un buen nivel a pesar de programaciones que, con frecuencia, caen o en el lugar común o en la exhumación más azarosa, estuvieron entre lo más destacado de una temporada oficial que sigue teniendo como principales deudas la articulación de una política de encargos de obras a compositores argentinos y la implementación de alguna estrategia que permita el acceso a la sala de un público más amplio. El Mozarteum, una institución a la que mal podría calificarse de marxista, podría servir de ejemplo. Desde hace años ofrece sus abonos, a menores de 21 años, a un precio promocional. También Nuova Harmonia y el Argentino de La Plata brindan alternativas de esa clase.

Este último teatro, por su parte, abrió la temporada 2011 con una puesta de Michal Znaniecki del Eugene Onegin de Tchaikovsky, en coproducción con las Operas de Cracovia y de Poznam, en Polonia, de Bilbao, en España, y del Sodre de Montevideo, a la que acaban de otorgarle en España el premio al mejor espectáculo lírico presentado durante el año en ese país. Una notable Tristán e Isolda de Wagner, con muy buenos elencos, dirección musical de Alejo Pérez y puesta de Marcelo Lombardero, y La ciudad ausente, de Gerardo Gandini y Ricardo Piglia, con puesta de Pablo Maritano y dirección musical de Erik Oña, destacaron entre lo mejor del año junto con otra puesta de Lombardero, en colaboración con su equipo habitual –el escenógrafo Diego Siliano y la vestuarista Luciana Gutman– y también con la conducción desde el podio de Alejo Pérez: una Carmen de Bizet en su versión original como opéra comique (con diálogos y más cercana a la comedia musical) a la que se le devolvió la marginalidad de sus personajes y el dramatismo de sus acciones, protagonizada con brillo por Adriana Mastrángelo y Martín Muehle. En el ámbito privado también resultó encomiable la versión de Pescadores de perlas, de Bizet, con puesta de Florencia Sanguinetti, para Juventus Lyrica.

En el terreno de la música contemporánea fueron relevantes los encargos de obras multimediáticas realizados por la Secretaría de Cultura de la Nación y la programación de la Biblioteca Nacional, convertida en un verdadero centro cultural. Tanto el Tacec (Centro de Experimentación y Creación del Argentino), como el CETC (del Colón) presentaron temporadas con atractivos pero, obviamente, la parte del león fue para el ciclo de conciertos del San Martín, con una apertura apoteótica –la Filarmónica en el Colón, con la dirección de Alejo Pérez, haciendo composiciones de Edgar Varèse– y puntos altísimos como un estreno de una ópera de Sciarrino extraordinaria, Luci miei traditrici, el Cuarteto con piano de Morton Feldman o el concierto de cierre, con la violinista Carolin Widmann junto a integrantes del Cuarteto Prometeo y músicos locales, en que ella tocó a solas piezas de Rihm y Berio y, en grupo, la fundante Noche transfigurada de Schönberg. En el FIBA, por su parte, se presentó otro de los acontecimientos del año, la obra escénico musical Eraritjaritjaka, de Heiner Goebbels sobre textos de Canetti, con la participación del actor André Wilms y el Cuarteto Monrdriaan. Entre las visitas extranjeras sobresalieron las de la Orquesta de Budapest con Iván Fischer en el podio, la del Cuarteto Emerson, la Orquesta de Cámara de Munich, con Christiane Oelze como solista, la Orquesta Simón Bolívar de Venezuela, conducida por Gustavo Dudamel, la pianista Ingrid Flitter, el notable coro francés Accentus junto al Ensamble orquestal de París, en un concierto memorable, dirigido por Laurence Equilbey, en que tocaron el Requiem de Fauré (todos pertenecientes al ciclo del Mozarteun), la presentación, para Nuova Harmonia, de la Sinfónica de Bamberg dirigida por Jonathan Nott y con Till Fellner como solista y la actuación de la pianista Valentina Lisitsa para el ciclo de Festivales musicales.

En el territorio de los fiascos, en cambio, debe contabilizarse el aburridísimo concierto de Philip Glass quien, más allá de las discusiones posibles acerca de su estética, tocó sus obras sin precisión ni gracia.

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