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Sábado, 31 de diciembre de 2011
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Festival Internacional de Jazz de Punta del Este

Improvisaciones en el medio del campo

Cerca de Punta Ballena se desarrollará desde el próximo jueves la 16ª edición de este encuentro jazzero. Además de estrellas internacionales como Harold Mabern y Eric Alexander, entre muchos otros, estará mucho de lo mejor de Brasil, Argentina y Uruguay.

Por Diego Fischerman
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El notable Paquito D’Rivera participa como músico y como director artístico.

Veinte años podrán no ser demasiados para un tango. Dieciséis, en cambio, conforman una cifra más que considerable si se trata de la vida de un festival de jazz. Y mucho más si obedece al designio –y hasta a la tozudez– de muy pocas personas y si, además, a lo largo de su historia ha convocado nombres como los de Benny Golson, McCoy Tyner, Phil Woods, James Moody o Kenny Barron. Cerca de Punta Ballena, a la entrada de Punta del Este, y en el medio del campo, el próximo jueves comenzará la decimosexta edición del Festival Internacional de Jazz de Punta del Este.

Como siempre, además de las estrellas internacionales, que esta vez incluirán al legendario pianista Harold Mabern y el saxofonista Eric Alexander, entre muchos otros, estará mucho de lo mejor de Brasil, Argentina y Uruguay. Y entre ellos, como músico pero también como director artístico, compartiendo los méritos del festival con su creador, Francisco Yobino, aparece la figura del notable saxofonista y clarinetista cubano Paquito D’Rivera. “El perfil del festival, a lo largo de estos años, ha sido muy variado y ecléctico”, dice a Página/12. Y bromea: “‘Para las niñas y para señoras’, como canta el viejo montuno cubano. Siempre hay para (casi) todos los gustos en el muestrario musical de Yobino, desde los viejos maestros del Bebop y el post Bop como James Moody, Slide Hampton, Benny Golson y Joe Lovano hasta músicos brasileños, españoles, argentinos y cubanos de las más variadas tendencias. Nunca fue raro aquí encontrar en una sola noche a Michael Breker, Leny Andrade, Pablo Ziegler, Kenny Barron y Edmar Castañeda; y al final de la noche, una jam session hasta las 4 de la madrugada con los Fattoruso, Danilo Pérez, Frank Foster y Claudio Roditi”.

Paquito D’Rivera tiene una larga experiencia con el jazz y en más de un país. Sin embargo, para él, lo que sucede en la Finca El Sosiego es especial. “El sitio es ya de por sí algo mágico –explica–. El encanto de la naturaleza, el carisma y pretendido ‘anonimato protagónico’ del Quijote del Tambo y la camaradería entre músicos que en otro lado jamás se habrían juntado a conversar, pasear por el campo, jugar con los animales, comer y de paso hacer música juntos, producen obviamente una química muy positiva, inspiradora e irrepetible.”

–En el momento de programar, ¿tiene en cuenta sólo su gusto o busca encontrar una suerte de equilibrio entre estéticas y un mix más o menos representativo de distintas tendencias?

–Bueno, entre las pesquisas que hace Francisco, algunos de mis amigos mayormente en Nueva York y otros músicos que admiramos, vamos formando el festival a través del año. El trompetista argentino Diego Urcola, quien ha estado a mi lado por 20 años, es una figura muy familiar en el festival y también nos ayuda a contactar y programar a veces grupos completos. Es imposible imaginar la cantidad de gente de todas partes del mundo que quiere participar de este evento. Muchos de ellos artistas reconocidos mundialmente, que desean regresar por segunda o tercera vez.

–¿Cuáles fueron, para usted, los hitos de este festival?

–Hubo tantos... Aquel concierto de McCoy Tyner al rocío de la mañana fue memorable. También la emotiva presentación de Toots Thielemans con Kenny Werner; y el homenaje a Dizzy Gillespie, cuando por todo el campo alrededor del escenario pusieron trompetas gigantes jorobadas como la del Dizzy, y todos los músicos del festival terminaron tocando “A Night in Tunisia”. En esa misma oportunidad fue cuando Djavan, el (adorable) perro negro del vecino, totalmente empapado en agua del arroyuelo, me trajo al escenario, en plena función, un enorme madero con el que habíamos estado jugando toda la tarde y me lo dejó caer a mis pies, como para que continuáramos el juego. Sus ojos parecían preguntarme: “¿y vos dónde estuviste que no te encontraba, che?”. Inolvidable fue también la noche que trajeron aquel grupo de candombe con vestuarios de colores, y aquella negra hermosísima muy alta bailando en una brevísima tanga que volvía locos a todos. ¡Parecía una mujer de chocolate!

–En su opinión, ¿qué le dio Cuba al jazz? ¿Y el jazz a Cuba?

–El Jazz y la música cubana tienen raíces comunes, y se han enriquecido recíprocamente desde que muy al principio del siglo XX, Jelly Roll Morton hablara de aquel “Spanish Tinge in American Music”. El formato conocido como Big Band, por ejemplo, se adaptó tan bien a la música de la isla de Cuba como lo hizo el béisbol, que desde tiempos inmemoriales ha sido el deporte nacional de los cubiches. Por otro lado, nombres como Alberto Socarras, Marco Rizo, Chano Pozo, Mario Bauza, Candido Camero, Machito, Cachao, Chico O’Farrill y muchos otros han estado ligados indisolublemente a la historia del Jazz.

–¿Qué queda, en su capital musical, de los tiempos de Irakere?

–Chucho Valdés es un creador, un visionario musical, y una influencia temprana en mi carrera, y aunque a través de estos 30 años he agregado muchas experiencias y elementos nuevos a mi estilo, Irakere siempre será parte muy importante de mi ADN. Todavía, de vez en cuando, toco aquel “Adagio sobre un tema de Mozart” que fue tan popular en los días de mayor éxito del grupo. A veces, mientras compongo o toco alguna melodía, siento mi voz irakérica hablando dentro de mí. Entonces me río solo.

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