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Lunes, 6 de febrero de 2012
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Circuito turístico-cultural en Bariloche

Música para levantar cabeza

Catupecu y Jaime Torres, entre otros, participaron del encuentro creado entre las carteras nacionales de Cultura y de Turismo, junto con la intendencia local. El público recibió con entusiasmo la movida, mientras se barren los últimos rastros de la ceniza volcánica.

Por Luis Paz
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Vecinos del Alto y del centro, turistas, funcionarios y niños disfrutaron de la fiesta.

Desde San Carlos de Bariloche

Pobrecito, Nahuelito, que no puede descansar. A la vera de sus dominios, de su prehistórico, imponente y salvaje lago Nahuel Huapi, dotaciones de barilochenses, porteños, santacruceños, estadounidenses, venezolanos, cordobeses, chilenos y europeos varios saltan y saltan, cantan y cantan... o gorjean... o por lo menos intentan, por fonética, asemejar el canto que desde el escenario montado en la plaza del Centro Cívico arroja un maravillado Fernando Ruiz Díaz, al comando escénico de Catupecu Machu. Es sábado en la ciudad de los egresados, mágico reino de chocolate, boliches de incontables pisos (o de pisos de vidrio) y artesanato, de lagos, cerros y manteros, de ofertantes de “cambio, cambio” y de frescura permanente. En esta enorme pastilla de mentol que es Bariloche, el grito suculento de Ruiz Díaz provoca pequeños aludes y una réplica a menor escala del lagomoto de 1960; y este gran grupo, acercado por un acuerdo de cooperación entre la Secretaría de Cultura y el Ministerio de Turismo nacionales con la intendencia local, ayuda así a barrer los últimos rastros de la ceniza volcánica que, así como tapó los sueños de una temporada record y mantuvo al aeropuerto de la ciudad cerrado durante cuatro meses, unió a vecinos del Alto (la zona de la postergación) y del centro (la de los posters y postres), a funcionarios y a niños, en una sola misión: levantar cabeza.

Casi todo en la urbe patagónica denuncia el paso de un flagelo que a los ojos y el tacto del ajeno es mezcla de ceniza, arena y piedra pómez. Según cómo sople el viento, su fuerza y la presencia del sol, el horizonte se difumina. Los aleros, las uniones de los baldosones de las aceras, los zócalos de las puertas y ventanas exteriores y las zonas parquizadas en las que el pasto se siente arenoso como césped sintético de cancha de papi fútbol dan cuenta de que aún hay rastro allí del gran problema, que con la reactivación de la actividad aeronaval y turística y un empuje notable de los 130 mil pobladores comienza a quedar atrás, a convertirse en una de esas anécdotas que, no obstante, dejan una cuña en el continuo de la historia y de la histeria: cuentan algunos que todavía hay niños que se despiertan durante la noche con ataques de pánico y miran la cadena volcánica con desconfianza.

Fuera de la temporada de los futuros egresados de la educación media y de los turistas con esquíes, del chocolate hervido al pie del Catedral y el vino fuerte en la calle Mitre, los jóvenes y niños de Bariloche ocupan el espacio público a bordo de sus patinetas y bicicletas. La mayoría de los más pequeños que andan por aquí prefiere la misma prenda (los buzos “cangurito”), pero es elemental la forma de organizarlos: por un lado, los visitantes con la estampa de Bariloche o BRC en el pecho; por el otro, locales con prendas para deportes urbanos. Mientras los típicos perros San Bernardo pasan las horas con más ganas de beberse el contenido de los barrilitos que llevan al cuello que de sacarse la foto, el skate es el mejor amigo del hombre joven local. Patrullas de imberbes (y niños que ya deberían ir considerando una afeitada) sobre tablas se miden entre piruetas y chistes, siendo los primeros en alborotar la plaza central para estos festejos. Luego vendrán los adolescentes, a saludarse sistemáticamente (“Acá nos conocemos todos”, se escucha mil veces), una pequeña murga, metaleros, alternativos y rockeros, señoras a cuidar un lugar contra la valla para sus hijas, padres con niños al hombro y las reinas de alguna fiesta regional al balcón de la Secretaría de Turismo. También el chocolate caliente en vaso térmico, el fresquito en rama y el amargo en barra. Un día después, vendrá Jaime Torres. Y en algunas semanas, el Chango Spasiuk y Tonolec, y La Missi-ssippi también, todos en el marco del programa del Circuito Turístico Cultural Verano 2012.

Sobre la tarde del sábado, cuando el viento amaina y el sol se retira hacia otras tierras, la atención se centra: por el escenario pasan Lord Ehwen, con su heavy sociopolitirromántico, y Gauchos Funk, con su funky jazz fusión instrumental. Muchas etiquetas para una música local de calidad que por igual se goza desde la plaza de los artesanos como desde la vera del Nahuel Huapi o los restaurantes del centro: el sonido es bueno, las bandas correctas y el público está ávido de espectáculos. “La cultura es un derecho y es algo que la generación del Bicentenario sabe bien”, apunta la subsecretaria de Cultura Nacional, Marcela Cardillo. Y asegura: “El rol del Estado es llevar cultura allí donde los particulares no lo hacen”. En esa línea y para generar movimiento en una Bariloche ya erguida, se acercó a Catupecu Machu, una de las bandas más notables del rock argentino actual, capaz de un vivo de una contundencia ejemplar y de una relación fenomenal con todos los públicos federales. El de esta ocasión está integrado por una buena cantidad de músicos locales. De rock, pero también de folklore y pop, cancionistas y percusionistas, experimentales y tributarios. La mayoría participó en la tarde del viernes y desde el mediodía del sábado en las charlas del ciclo Recalculando, un notable espacio de comunicación e intercambio de experiencias coordinado por Marcelo Coca Monte, músico de Vetamadre, productor y técnico de grabación y sonido en vivo, que los instruyó en materia de derechos, organización, técnica, composición, grabación y shows en vivo con unas suculentas y entretenidas charlas en formato de stand-up pedagógico.

“Hace unos meses nos vinimos todos con las motos en el tren y anduvimos paseando por estos lugares hermosos”, le cuenta Ruiz Díaz al público. “Estábamos por Mar del Plata, ya volviendo, y ahí fue que armé la letra de esta canción: ‘Los tubos con olas, las rocas que acechan, sabrosos peligros, la nieve que espera’. Lo de ‘la nieve que espera’ es por ustedes y por su hermoso Cerro Catedral”, lanza como explicación luego de “Metrópolis nueva” y las cuatro mil personas que ocupan la plaza celebran con un grito al que, quizá, hasta el Nahuelito se haya sumado. Un repaso extenso por sus piezas más resonantes (Entre “Dale”, “Magia veneno”, “Confusión” e “Y lo que quiero...”) habilita al público a un exorcismo total. “Para renacer de las cenizas, Bariloche... ¡Dale!”, arenga el cantante. Los cuerpos saltan, las caras se desencajan, las extremidades quedan mal configuradas, embrolladas; el lago trae sus olas; el viento, el aroma a café al cognac; la cultura, hermandad y alegría. Bariloche vuelve a estar contenta. Ahora sí, Nahuelito puede dormir tranquilo.

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