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Lunes, 9 de abril de 2012
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A cincuenta años de la muerte del “bajista” Stuart Sutcliffe

El beatle que no pegaba una nota

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Stu ocupa un lugar extraño en la historia rockera.

Si Stuart Sutcliffe no fue una pieza clave para los Beatles, quizás sí lo haya sido para aquello que se llama periodismo de rock. A 50 años del derrame cerebral que en abril de 1962 le costó la vida, aquel estudiante de plástica escocés que se lookeaba como James Dean, que era amigote de John Lennon y que hasta 1961 interpretaba el rol de bajista de los Beatles a pesar de no saber tocar el bajo, tal vez terminó encontrando un lugar extraño. pero único en la historiografía rocker. Es que la avidez periodística por encontrar “lados B”, historias ocultas y personajes malditos detrás de las grandes estrellas supo advertir en Stu algo así como un mito fundacional: fachero, atormentado, muerto a los 21 años y... ¡beatle!

La influencia de Sutcliffe en todo lo que luego serían los Beatles en la historia de la música popular resulta casi indiscutible; poco y nada. Sin embargo, sus pergaminos lo colocaron en la metahistoria de la banda. Además de haber sido uno de los más calificados “quintos beatles” –del productor George Martin al baterista Pete Best, pasando por el manager Brian Epstein, el colaborador Neil Aspinall, el cronista Derek Taylor o, por qué no, el difusor Juan Alberto Badía–, Stu reunió en su fugaz vida una serie de características que, a la luz de lo que pasaría luego con los Beatles, lo convertirían en objetivo imprescindible de la prensa a la hora de bucear en las profundidades de la génesis del grupo. Fue miembro activo de la banda “en las malas”, cuando los Beatles no eran nadie y descontrolaban en el under alemán; ocupó –cual Sid Vicious en los Sex Pistols– un lugar escénico de atractivo visual más que musical (tocaba de espaldas al público, para disimular que... no tocaba), fue el primero del grupo en usar flequillo y tuvo un rol fundamental en la estética de aquellos por entonces Fab Five, a punto tal que George Harrison lo definió como “el director de arte”. Esos méritos reales se conjugan con tres morbos simultáneos: el de la muerte joven, el de las habladurías sobre su íntimo vínculo con John Lennon, y el de que su salida del grupo tuvo una consecuencia impensada y fértil: que Paul McCartney se hiciera cargo del bajo.

Desde los días en que se ponía anteojos RayBan para cantar el hit de Elvis Presley “Love Me Tender” durante los shows beatles en Hamburgo, lo de Stu era entrar por los ojos: recibió el homenaje póstumo de sus camaradas al integrar el collage de tapa de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, fue musa de la película protobeatle Backbeat (1994, de Ian Softley) y sólo cosechó elogios por sus obras pictóricas, que hoy administra su hermana. Por tanto, resulta lógico que sean poquísimas las grabaciones musicales que atestigüen sus días como bajista sin bajo, como Beatle que no sabía tocar, como –diría Peter Capusotto– el Juan Carlos Pelotudo de Liverpool. Apenas, en el volumen I de las compilaciones Anthology, aparecen tres piezas de ensayo de 1960 (un instrumental, un cover de Ray Charles y un ignoto Lennon-McCartney, “You’ll be mine”), registradas en la casa de Paul, donde la mala calidad de grabación y la sumatoria de guitarras hace inaudible el aporte sonoro real de Stu. Es que, a veces, la música es lo de menos.

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