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Sábado, 5 de mayo de 2012
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A LOS 47 AÑOS, MURIO AYER ADAM “MCA” YAUCH, INTEGRANTE DE BEASTIE BOYS

Nada será igual en la escena hip hop

El músico llevaba tres años batallando contra el cáncer: junto a Adam “Ad-Rock” Horovitz y Michael “Mike D” Diamond, fue protagonista del género desde mediados de los ’80 hasta hoy, gracias a una constante búsqueda de nuevos desafíos estilísticos.

Por Eduardo Fabregat
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Yauch dedicó parte de su tiempo a militar por la causa de los tibetanos oprimidos por China.

“Estos tipos son re-cool, siempre se mueven en cámara lenta”, decía Beavis (o Butt-Head), y Butt-Head (o Beavis) emitía su estúpida risita aprobatoria. Es que los clips de Beastie Boys hicieron historia, desde el salvajismo de “No sleep ‘til Brooklyn” hasta el formidable mediometraje Fight for your right revisited del año pasado, cuando anticipaban su disco Hot Sauce Committee Pt. 2. Tanta historia como la misma música del trío neoyorquino, pieza fundamental en el trasvasamiento del hip hop desde la cultura afroamericana hacia los blanquitos con inquietudes, y responsable de discos ineludibles desde los ’80 para acá. Ayer, la banda recibió un mazazo que se supone definitivo con la muerte de Adam Nathaniel “MCA” Yauch, a los 47 años y a causa de un cáncer en la glándula parótida.

Aunque el lanzamiento y algunos shows del soberbio nuevo álbum de BB había disparado apreciaciones positivas sobre su salud, el cantante y bajista se había encargado de aclarar que “agradezco las muestras de energía positiva que me envía la gente, pero es exagerado decir que esté libre de cáncer”. El 14 de abril, la ausencia del grupo en su “inducción” al Rock’n’Roll Hall of Fame de Cleveland “debido a que Adam no está recuperado en su tratamiento” produjo una inquietud que se confirmó ayer, y que disparó un torrente de mensajes de tristeza en las redes sociales, de fans anónimos y músicos célebres que quisieron dar el pésame virtual. Es que Yauch no fue sólo un músico amante del riesgo artístico, con una sólida y valiosa carrera; su militancia por la causa de los tibetanos oprimidos por China, la organización del Tibetan Freedom Concert y su compromiso permanente con la ONG Free Tibet dieron cuenta del largo camino recorrido desde la posadolescencia de License to ill (1986) y sus letras sobre nenas, cerveza y pelotudeo callejero como único objetivo. Desde aquel disco que, a caballo del poderoso efecto de Aerosmith y Run DMC en “Walk this way”, patentó el mestizaje rap’n’roll, los Beastie Boys maduraron de tal manera que cuesta creer que Yauch, Adam “Ad-Rock” Horovitz y Michael “Mike D” Diamond aún estuvieran en su cuarta década.

Como los Ramones –otros chicos blancos judíos del barrio–, los BB arrancaron en 1978 a puro ruido, con un punk y hardcore estruendoso que sería retratado en el EP Polly wog stew (1982) y la edición tardía de Some old bullshit. Abandonarían los instrumentos para dedicarse al rap sobre batería electrónica y guitarras de teclado, y encontrarían su hogar ideal en el sello especializado en rap Def Jam: a mediados de los ‘80, “Fight for your right (to party)” y “No sleep...” los convirtieron en una nueva sensación, y como buenos Pibes Bestia exprimieron hasta la última gota. Arengados por un ahora legendario titular de la revista Rolling Stone (“Tres idiotas crean una obra maestra”), largaron una gira que terminó abrupta y escandalosamente, en medio de juicios y arrestos por el incendiario comportamiento del grupo y la puesta en escena de mujeres semidesnudas en jaulas y un gigantesco pene inflable.

Para Yauch y sus amigos todo podría haber terminado allí, y de hecho hubo quien, dado el silencio posterior, supuso que el trío se evaporaría en la niebla de los one hit wonders. Pero en 1989 los tres idiotas hicieron otra obra maestra: considerado como “el Abbey Road del hip hop”, Paul’s boutique llegó para pasarles el trapo a todos los malos imitadores. Ayudado por el equipo productor de los Dust Brothers (que luego repetirían faenas similares con Beck), MCA, Ad-Rock y Mike D presentaron un disco en el que las canciones se engarzaban unas con otras (al modo del Lado B del disco Beatle), construidas con samples y conformando un paisaje lisérgico e irresistible. De allí en más, la banda se encargó de reformularse una y otra vez, siempre un paso adelante, remodelando el estilo. Retomó los instrumentos en el inevitable Check your head de 1992 –con el aporte de Mark Ramos Nishita, un carpintero que vino a arreglar la puerta de su garaje y se reveló como prodigio del órgano Hammond–; asaltó otra vez los charts con Ill Communication, el de la salvaje “Sabotage” y su clip simulando una serie policial de los ‘70, y en el que Yauch inoculó su pasión budista con los cánticos de “Shambala” y “Bodhisattva bow”. Dos años después, MCA y Beastie Boys impulsaron el Tibetan Freedom Concert, una serie itinerante de festivales que se realizó hasta 2003, y que tuvo su retrato en un formidable CD doble en vivo de la edición en San Francisco.

A esa altura, Adam ya había superado las contradicciones entre la vida de una estrella de rock y sus necesidades espirituales; de hecho, en más de una entrevista señaló que el budismo, la meditación y sus “viajes de caminata” a Tíbet le propiciaban el balance necesario. Lejos de aquella imagen de jovencitos en llamas, los Beastie Boys cosechaban el respeto de sus pares, incluyendo a los afroamericanos que podrían haberlos visto como aprovechadores de sonidos ajenos. Ni siquiera Hello Nasty (1998), probablemente su disco menos interesante, diluyó el prestigio. Sobre todo porque los pasos posteriores, To the five boroughs (2004) –una oda a la Nueva York posatentados–, el instrumental The Mix Up y la serie Hot Sauce Commitee (de la cual por ahora sólo se conoce la Part 2... antes que la 1) mostraron a unos Beastie Boys en perfecto balance entre el pasado y el presente, capaces de seguir pasándose la posta en rimas punzantes que conforman un entretejido personalísimo.

El trío estuvo dos veces en la Argentina, con suerte dispar. La primera fue en 1995 y en Obras, para un show demoledor, a la altura de lo que prometía Ill Communication. La otra, en 2006 y en el Festival BUE del Club Ciudad, dejó un sabor agridulce: el viento conspiró contra el sonido, las pantallas se volaron y los Pibes Bestia poco pudieron hacer para remontar una noche desafortunada. Queda, apenas, como una mínima mota en un historial que deja a Yauch, el Bestia Tranquilo, en el lugar de las grandes pérdidas del mundo de la música. Por esta vez, sin derecho a la fiesta.

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