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Sábado, 13 de mayo de 2006
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HERMETO PASCOAL Y ALINE MORENA EN BUENOS AIRES

El romance del norte y el sur

El ya legendario músico de Alagoas llega en dúo con una gaúcha. Y los instrumentos anunciados incluyen patitos y pileta inflable.

Por Diego Fischerman
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Hermeto Pascoal y su mujer, Aline Morena, tocan hoy y mañana en La Trastienda.

Una vez le preguntaron a Miles Davis si creía que en una nueva reencarnación sería músico. “Sería Hermeto Pascoal”, contestó. El brasileño, que tocó teclados en varias de las sesiones ligadas al proyecto del disco Jack Johnson, de Miles, es, en todo caso, uno de los músicos más originales aparecidos en las músicas de tradición popular de las últimas décadas. Y los porteños lo saben. Todavía forma parte de la leyenda aquel concierto que comenzó en el teatro Coliseo y terminó en la plaza de enfrente, cuando ya era demasiado tarde para que la sala permaneciera abierta. Hoy a las 22 y mañana a las 21, en La Trastienda (Balcarce 460), Hermeto Pascoal vuelve a esta ciudad. Pero los shows, cuyo título es O som nosso de cada um (el sonido nuestro de cada uno), lo mostrarán de una manera totalmente novedosa: en dúo y como acompañante.

El dúo se llama Chimarrao com Rapadura, una expresión que alude a las geografías de las que son oriundos sus integrantes. El proviene de Lagoa de Canoa, en Alagoas, bien al nordeste de Brasil, y su compañera de rubro, de Rio Grande do Sul. Ella se llama Aline Morena, es su nueva mujer, canta, es pianista y, como no podría ser de otra manera, es capaz de utilizar un extraño instrumento consistente en un vestido de metal. Acaban de sacar su primer disco y prometen, esta vez, “no cumplir con nada de lo prometido”. El CD permite adivinar, de todas maneras, que de lo que se trata, como desde los primeros discos de Hermeto, es de un reelaboración meticulosa, gozosa, abierta y siempre sorprendente de músicas del Brasil y del cruce permanente entre las más diversas tradiciones culturales.

Próximo a cumplir 70 años (el 22 de junio), el caso de Hermeto es bastante atípico dentro del panorama musical brasileño. No viene de la bossa nova ni del tropicalismo ni formó parte de la gran movida de la canción que tuvo lugar a mediados de la década de 1970. Y aunque haya tocado con músicos de jazz (con Miles, entre ellos) y su música a menudo vaya y venga desde allí, jamás fue un músico de jazz en sentido estricto.

Más bien, apareció de la nada y su aparición, además, fue explosiva. Por un lado estaban esos pies rítmicos circulares del nordeste, que se devoran a sí mismos, y por otro, un espíritu de experimentación sonora que trasciende lo estilístico. En uno de sus mejores discos, Misa de esclavos, incluía, como percusión, la grabación de dos chanchos. Y para esta visita anuncia, además de la voz, el piano, la viola caipira, la percusión y la danza de Aline Morena, hacerse cargo del cavaquinho, la guitarra, el flugelhorn, el piano, flautas de diversa índole, acordeón e instrumentos menos imaginables, como una pileta inflable, vasijas, pavas de aluminio, muñecos, patitos y otros juguetes sonoros construidos para niños.

Si en toda historia hay un comienzo, el de Hermeto tal vez haya estado en el momento en que, siendo muy pequeño, tomó por primera vez en sus manos una gaita da ponto –un acordeón típico nordestino–. Y quizás haya tenido un punto de inflexión cuando fue nombrado por Caetano Veloso, en la letra de Extranjero, como uno de los grandes de este mundo. Hermeto, por supuesto, no considera que haya nunca “un punto de llegada definido”. Para él, “no se llega, se va hacia allí”. Su estilo se constituye alrededor de una suerte de rescate del Brasil profundo, del pobrísimo sertâo que pintó Drummond De Andrade. Sus materiales son el forró, el maracatú y el frevo. “Cualquiera puede aprender a tocar un instrumento, pero no cualquiera puede ser un músico”, dijo a Página/12. “Las cosas pueden decirse de manera complicada o de manera sencilla y contundente. Ese era el secreto de Miles, como lo era de Pixinguinha, y me gustaría que fuera, también, mi propio secreto.” Nieto de un herrero e hijo de un agricultor, cree que “si algo puede convertirse en costumbre, hay que evitarlo” y asegura haber estado, hasta ahora, “mirando y escuchando lo que pasaba por ahí”. Ahora, dice, “comienza el tiempo de la cosecha”.

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