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Domingo, 14 de mayo de 2006
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INTEGRANTES DEL QUINTETO VENTARRON

El tango de siempre pero con el riesgo de algunos desvíos

El celebrado Quinteto Ventarrón presenta su nuevo y segundo disco, Ciudad de la luz, en el Club del Vino, hoy y el próximo domingo. Precisiones sobre un sonido que ya tiene marca.

Por Cristian Vitale
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Margulies, Ruffo y Angeleri, en Guardia Vieja y Medrano.

La escena es para la foto. Marcos Ruffo, Gustavo Margulies y César Angeleri –tres de los cinco talentos que integran el Quinteto Ventarrón– están sentados en un sillón que hace cinco minutos manguearon a un tapicero del Abasto. No precisamente en un living-comedor, sino sobre los restos de empedrado que unen Guardia Vieja y Medrano. Mientras posan, un 168 se los puede llevar tranquilamente puestos. Margulies está en su salsa. Parece de esos pibes pícaros –hasta insoportables– que en la secundaria prestaba especial atención en poner chicles en el asiento de sus compañeras; Calvo espera que el fotógrafo se apure para llegar sano a su casa y Ruffo, contrabajista, está viviendo una aventura inesperada más entre las tantas que le deparó el tango. “Soy músico de cámara y mi ingreso al tango fue por trabajo, en casa no se escuchaba el género”, dice, tras la travesía en el sillón y tratando de precisar su rol como contrabajista del Quinteto, que presenta su nuevo disco, Ciudad de la luz, hoy y el próximo domingo en el Club del Vino.

Raffo es el más outsider de los cinco, no sólo por su background de sinfonías, sino por cuestiones de argot y hábitos. “Lo hermoso de la música popular es lo personal. En la clásica es muy difícil salir de la partitura. Me pasó encontrarme con un escenario más vivo, eso de ‘eh, tocate La Cumparsita’. Hay mucho de barrio hasta en la forma de hablar, más allá del vuelo de cada uno.” El relato de Ruffo va reconstruyendo de a poco la esencia de los Ventarrón, un grupo que une a músicos de distintas procedencias con un fin común: hacer chocar sutilmente la tradición del tango guitarrero con riesgos clásicos y hasta escapes fronterizos hacia el folklore. De ahí que hayan hablado maravillas de ellos personajes disímiles como Egberto Gismonti, Cacho Tirao –dijo que son a la guitarra lo que Piazzolla al bandoneón–, Leopoldo Federico o el mismo Luis Salinas. Y que para la función de hoy integren a Juan Falú. El eclecticismo estilístico –que no llega a ser fusión– aparece claro desde el disco debut (Tango y guitarras) editado en 2002. En él, hay touchs metatangueros como las propias Desde Lima, un interesante vals peruano compuesto por Angeleri, y Lluvia fue, milonga canción de Roberto Calvo, y también encares estupendos como Palomita blanca y el mismo Ventarrón, viejo tango de Pedro Maffia. Similar fórmula aparece en Ciudad de la luz: dos creaciones (el homónimo, de Néstor Basurto, y La guitarra de Manuel, de Calvo) más un nutritivo recorrido por tangos clásicos.

–La versión de Fuga y misterio te da como un electroshock... es rara, onírica, potente.

Gustavo Margulies: –Es que es difícil hacerla con guitarra. Normalmente, los tangos de Piazzolla son para orquesta, por lo tanto tenés que hacer un trabajo fuerte de arreglo e interpretación. Este, en especial, es muy flaco.

–Piazzolla no componía precisamente pensando en guitarras.

G. M.: –Claro, no nos había escuchado todavía (risas).

El quinteto nació hace cinco años casi por accidente. El experto guitarrista Gustavo Mozzi le había encargado a Calvo el arreglo y la dirección de un disco suyo y el resto se integró para la presentación en vivo en el TGSM. “Estábamos tocando y Mozzi nos presentó repentinamente como el ¡Cuarteto Ventarrón! Podría haber dicho cualquier cosa, pero no estuvo mal: algo intuyó y todos dijimos “está bien, vamos en ésa”, recuerda Margulies. Después se integró Ruffo al contrabajo y Basurto se reveló como un prominente cantor, que los salvó de transformarse en sexteto. Ergo, no tuvieron que apelar a un profesional del canto para Fangal y Absurdo, versiones cantadas de Ciudad de la luz. “Es un cantante de voz suave y carismático. Es como un posguardia vieja”, define César. Pero los temas cantados son apenas una huida dentro el escueto y trabajadísimo repertorio de Ventarrón. Además de Fuga y misterio, se las ingenian para decir distinto –y bien– aquel tango vanguardista que Pichuco Troilo compuso para los nuevos-viejos tangueros (A la guardia nueva), Nieblas del riachuelo y, muy especialmente, La Cumparsita.

–¿Cómo “decir” distinto uno de los tangos más conocidos y versionados de la historia?

G. M.: –No está hecha para asombrar. El arreglo se hizo de a dos y parecería el más fácil de todos, pero es el más difícil. ¿Cómo decís distinto La Cumparsita? Hubo que hacer un trabajo compactísimo y se logró, en dos minutos metimos variaciones y todo.

Roberto Calvo: –Para hacer una casa no necesitás construir siete pisos, a veces, tocar lo justo es más virtuoso que llenar de notas una composición que no lo merece.

–¿Por qué no más composiciones propias? Hay dos en cada disco y el resto es de otros.

G. M.:–Porque no son tangos y el enfoque del grupo es tanguero. Cuando abarcás muchos géneros es un quilombo, porque la gente no te identifica con uno en especial. La idea sólo es meter perlitas extratangueras.

–Ciudad de la luz es de ustedes y sin embargo suena retanguero.

G. M.: –Bueno. nos interesa más recrear tangos clásicos que en encarar músicas nuevas.

–¿Cuáles son los compositores más complicados de arreglar?

R. C.: –Arreglar para guitarra Don Agustín Bardi de Salgán me costó un montón. Es tramposo. Travesía también, porque es un arreglo-adaptación de una versión para cuarteto de cuerdas, bandoneón y piano. Trasladarlo a un cuarteto de cuerdas con el piano solista fue un trabajo muy duro. Menos mal que a Beytelman le encantó. Vino y lo grabó.

–Y además les abrió la puerta en Europa. ¿Cómo fue la gira que hicieron a fin de año por Holanda y Suiza?

R. C.: –Las giras son como las lunas de miel. Te vas con tu mujer y no sabés si venís a las patadas o no. La convivencia es brava, pero salió bien.

–Más allá de llevarse bien en los viajes, ustedes son prácticamente un grupo de solistas. ¿Cómo congenian sin que estallen problemas?

R. C.: –Cada uno tiene sus proyectos propios y es más sano para todos. Descomprime. Es bueno que un músico toque con la mayor cantidad de grupos posible, porque en el grupo cada uno respeta el lugar del otro.

G. M.: –Y te lleva a trabajar bien. Todo nuestro repertorio de cinco años es de 25 temas, cuando para cualquier proyecto profesional César, Roberto o Néstor preparan la misma cantidad en dos meses. Quiero decir que cada tema tiene mucho trabajo, ensayo y discusión.

–¿Qué lugar ocupa hoy el tango con guitarra? ¿Acompaña el boom o marcha detrás?

R. C.: –No sé. Hubo una época fuerte, que fue la de Roberto Grela, Lainez y Rivero. Eran máquinas que se juntaban y hacían 14 temas en media hora. Tipos reparrilleros, que te acompañaban hasta debajo de la cama. Había un código que hoy no existe. De Rivero a hoy, no pasó nada.

–¿Ustedes se sienten continuadores de esa tradición o rupturistas?

G. M.: –No hacemos un rescate de época. No renegamos de eso, pero me parece que el concepto de Ventarrón no es una continuidad lineal de la historia. Hay otros grupos que lo están haciendo fenómeno. Pero nuestra característica es que tenemos tres arregladores, cada uno con un lenguaje en sí. Hay un campo de batalla para esas armas y no temas bajados del papel. Será positivo o no, pero hay un compromiso con la música.

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