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Miércoles, 13 de junio de 2012
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Nelson Freire actúa hoy y mañana en el Teatro Colón

Una oferta de esas que no se pueden rechazar

Por Diego Fischerman
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“No escucho lo que grabo en estudio”, dice Freire.

En 2000, Diapason, la revista francesa especializada en música clásica, publicó un suplemento dedicado a los grandes pianistas de la historia. Y allí estaba, junto a Clara Schumann y, más cerca, Sergei Rachmaninov, Sviatoslav Richter, Dinu Lipatti y Martha Argerich, un brasileño que en más de treinta años no había grabado ni un disco y cuyo nombre, Nelson Freire, circulaba casi como un secreto. “No me interesaba grabar”, es la explicación que el pianista dio a Página/12, desde su casa en Río de Janeiro, pocos días antes de viajar a Buenos Aires, donde hoy y mañana se presenta en el Colón, para el ciclo del Mozarteum Argentino.

“Fue la época de las integrales; de grabar todas las Sonatas de Beethoven, todos los Nocturnos de Chopin. A mí me interesaban algunos, no todos. Tenía ganas de tocar los que más me inspiraban en ese momento. No de hacer una enciclopedia en disco. No estaba para eso. No todavía”, explica Freire. “Fue una época, además, un poco aburrida. Se pusieron de moda pianistas aburridos. Sin libertad.” El, sin embargo, es un intérprete sumamente literal. “Es que sin disciplina no hay libertad”, completa su idea. Nacido en 1944, su primer concierto público fue a los 4 años, con uno de los movimientos de la Sonata Nº 11 en La Mayor, K331 de Wolfgang Amadeus Mozart, la misma obra con la que abrirá sus conciertos de hoy y mañana. El programa se completará con la Sonata Nº 14 en Do Sostenido Menor “Quasi una fantasia”, Op. 27 Nº 2 “Claro de luna”, de Ludwig van Beethoven, las Escenas infantiles, Op. 15 de Robert Schumann, el Preludio de la Bachiana Brasileira Nº 4 y el Choro Nº 5 “Alma Brasileira”, de Heitor Villa-Lobos, y tres piezas de Fréderic Chopin, la Barcarola en Fa Sostenido Mayor, Op. 60, el Nocturno en Si Mayor, Op. 62 Nº 1 y el Scherzo Nº 4 en Mi Mayor, Op. 54.

Amigo de Martha Argerich, a quien conoció de adolescente, cuando participaban en los mismos concursos, comparte con ella esa cualidad de rara avis a la que el mercado perdona, incluso, su rechazo al mercado. Siempre tocó lo que quiso y cuando quiso y, como su amiga, circunscribe su repertorio a unas pocas obras situadas, casi todas, en el clasicismo-romanticismo. En 2000 volvió a grabar discos, porque le propusieron “hacer lo que quisiera”. A partir de ese momento todas sus publicaciones fueron multipremiadas y tanto sus tres volúmenes dedicados a Chopin, los consagrados a Schumann, Debussy y a Liszt (Harmonies du soir), como su extraordinaria versión de los Conciertos para piano y orquesta de Johannes Brahms, junto a la orquesta de Gewandhaus de Leipzig con dirección de Riccardo Chailly –con un grado asombroso de intimidad e interrelación entre solista y orquesta–, se convirtieron en referencias obligadas. “No escucho lo que grabo en estudio”, cuenta. “Ni durante, ni después. Hay gente a la que le tengo confianza y dejo todo en sus manos. Yo escucho mucho la radio y a veces me pasa que oigo un pianista que me gusta y después de un rato me doy cuenta de que soy yo. Ahí ya deja de gustarme, me pongo sumamente crítico y no lo disfruto en absoluto.” Sí le gusta volver sobre los registros de algunas de sus actuaciones en vivo que recuerda especialmente. “Me pasó con una presentación que habíamos hecho hace tiempo, con Rafael Kubelik como director. Yo tenía un buen recuerdo y cuando me enteré de que había aparecido por allí una grabación, me encantó volver a oírlo.”

Las ocasiones para escucharlo no son frecuentes y sus seguidores las valoran. “Es que las imposiciones del mundo de la música han convertido en lógico lo que no lo es”, reflexiona. “No es lógico que uno toque música, con todo lo íntimo que eso es, con todo lo que uno involucra en ese acto, con la profundidad de la expresión a la que uno pretende arribar, cuando está muy cansado, cuando se siente fatigado o cuando no tiene ganas de hacerlo. Por más profesionalismo que uno tenga, tiene que haber ganas y disposición para hacer música y uno debe darse el tiempo para llegar a los teatros con un espíritu propicio.” Tampoco son habituales las veces en que toca con otros. Sus dúos con Argerich son parte de las excepciones (son antológicas sus interpretaciones de las versiones para dos pianos de La Valse, de Ravel, y las Danzas sinfónicas, de Rachmaninov, grabadas en el Festival de Salzburgo de 2009). En sus palabras, la explicación nuevamente es sencilla: “Somos amigos, tocamos desde siempre y lo hacemos sin pensar. Tocamos para divertirnos”.

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