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Domingo, 19 de agosto de 2012
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Juan Carlos Godoy, 90 años, tanguero de ley con nuevo disco

“En cierta época de mi vida todo era tango y escolaso”

Conoció como pocos la noche porteña y supo prestar su voz para una época de oro de las orquestas. Pero no se conforma con la historia: hoy a las 18, en el Centro Municipal de Exposiciones, el cantor demostrará que tiene cuerda para seguir emocionando.

Por Cristian Vitale
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“Uno se conecta con el ambiente y se prende en alguna fulería, pero yo no quise, no necesité...”

“Dónde vengo a morir, ¡la puta que lo parió!”, gritó como pudo Juan Carlos Godoy, mientras un árbol impactaba de lleno contra el techo de su auto. Estaba mal estacionado, en un lugar oscuro, y cierto movimiento en la tierra, originado por un camión municipal que estaba prensando basura, hizo mover el viejo tronco del suelo. “No me mató porque las ramas hicieron puente, si no moría como un gil... abrí la puerta a patada limpia y salí”, recuerda. Fue en 1966 y el resucitado tenía 44 años, cierta carrera hecha como cantor de tangos –de guitarras primero, de orquestas después–, un hijo y un pasado de jugador empedernido. Incluso ese auto, cuyo techo quedó reducido a chatarra, había sido producto de una fija ganada en el Hipódromo de Palermo. “Yo, en esa época, cantaba casi todas las noches en el Rincón de los Artistas y me daban mil pesos por función. Los guardaba, en una cajita y no los tocaba..., pero esa vez me batieron una fija, me peleé con mi mujer para sacar los 20 mil pesos que tenía ahorrados y me jugué entero: gané 580 mil pesos: ¡era un fangote!”, evoca el viejo cantor, en medio de un largo relato que cruza secuencias de todo lo que fue: obrero del Frigorífico Anglo, herrero, cantor de las Orquestas de Félix Guillén, Ricardo Tanturi y Alfredo De Angelis, y del Sexteto Mayor, empleado del Banco Municipal, burrero sin retorno, jugador a tiempo completo.

Y de todo lo que es, porque este hombre de linaje irreverente, sobretodo negro, bastón y sonrisa de rufián pícaro que llega bien puntual a la cita en la Academia Nacional del Tango, a punto de cumplir 90 años, acaba de grabar un disco, y lo va a presentar hoy a las 18, en el Centro Municipal de Exposiciones (Figueroa Alcorta y Pueyrredón) en el marco del Festival de Tango. “Después de tantos años es bueno que avancemos con algún disquito, ¿no? En realidad, cuesta un poco, pero todavía puedo. Todo a su tiempo, vamos llegando... estamos luchando para ver lo que pasa. Por ahora, tengo una guitarra en casa y hago ejercicios vocales para agilizar la voz, porque uno, si se quiere ganar la vida cantando, no puede dejarse estar. Está bien que siempre me cuidé, que nunca me mandé macanas”, manifiesta, con un codo en la rodilla y otro apoyado en un escritorio lleno de carpetas y papeles de oficina.

–¿Nunca una macana?

–Bueno, me refiero a que uno se conecta con el ambiente y se prende en alguna fulería, pero yo no quise, no necesité... había otros que estaban afónicos y necesitaban darse un saquecito, ¿vio?, pero eso trae consecuencias. Yo tenía un compañero de canto que se sacudía lindo y me decía “hay algunos que son bobos y no se sacuden”, obviamente refiriéndose a mí, pero yo me defendía porque no me gustaba eso. Claro, vos lo tomás en el momento y te sentís fuerte, con la garganta limpita, y repetís cada vez que tenés la garganta rayada, pero a la larga te hace pelota.

El disco que Godoy grabó bajo la producción general de Cecilia Orrillo lleva el nombre de un tema de Ricardo Lanzetta que hizo furor en Colombia durante la década del sesenta, “Obsesión”, y que Godoy registró en 1964, cuando integraba la Orquesta de Alfredo De Angelis, un auténtico boom en Bogotá, Medellín y Cali, por entonces. “Lo grabé rápido, un día antes de venirme para Buenos Aires y, le digo la verdad, pensé que iba a pasar sin pena ni gloria. Es más, me vine sin siquiera escucharlo y después me enteré de que Colombia se había transformado en un loquero por ese tema”, evoca sobre un éxito de taquilla que, dicen, no tenía precedentes en la industria discográfica del país cafetero. “Volví diez años después con el Sexteto Mayor y pude comprobar que los colombianos se lo habían apropiado, algo que acá nunca se pudo lograr, porque ni siquiera se grabó, hasta hoy”, señala él, sobre el “hit” que cierra el flamante trabajo y opera como la frutilla del postre de una seguidilla de trece piezas austeras y simples, sostenidas por las guitarras de Carlos Juárez y un cantar esencial que ensambla dos pasiones en una (tango y turf) como ecos de un pasado intacto. Como un auténtico cantor criollo, Godoy recrea a registro agudo, decir lunfardo y “s” silbada clásicos de bajo fondo como “El que atrasó el reloj”, “Desdén”, “Leguisamo solo”, “Araca la cana”, “Recuerdo malevo” o “Preparate pa’l domingo”. “Estoy feliz porque me di el gusto de mejorar la calidad de Canchero, el disco que grabé hace dos años y que debería haber hecho en un tono más arriba para que no quede tan conversado”.

–¿Piensa en Goyeneche cuando habla de “conversado”?

–No, porque con Goyeneche no tengo nada que ver, tenemos una forma de cantar distinta. Me refiero a que, al grabar en Mi, tenés que chamuyar un poco más... sale mejor en Fa. Uno quiere sacar lo máximo posible de sí, aunque sin compararme con Gardel, claro, porque Gardel es incomparable, una cosa de otro planeta que llegaba en Do, en Re, en Mi, en Fa, en lo que se le ocurra.

Godoy tiene una memoria impecable. Se acuerda de nombres, apellidos y situaciones como si 90 años fueran uno. Frena dos minutos el relato –está pasando una marcha con bombos, platillos y sirenas por Avenida de Mayo– y se incorpora con otro mojón clave en su camino. “Mi ilusión de siempre había sido cantar con Troilo. ¿No se pudo? Mala suerte”, dispara y es un lujo escucharlo: jamás se pone el casete. Sale sin filtro. “Siempre me encontraba a Pichuco en un boliche cerca de Canal 11, y me invitaba ‘¿qué tomás, pibe?, y yo siempre pedía café, hasta que un día me dijo ¿no tomás otra cosa, vos? (risas). Qué voy a tomar, ¿whisky?... noooo, me quema todo por dentro y me agarra acidez. Bueno, la cosa es que un día me dice ‘mañana no vienen ni Goyeneche, ni Rufino’, que eran los dos cantores de su orquesta, y me convocó a cantar ‘El motivo’ y ‘No habrá ninguna igual’, en los ensayos... Me daba la entrada Baffa y un amigo me decía ‘Troilo te está probando, te está escuchando desde la cabina’, pero yo no quería saber nada, porque quería irme a Colombia con De Angelis, ya estaba todo abrochado y necesitaba la guita para meterme en un departamento, ¿sabe? La orquesta de Troilo era la mejor del mundo, era la mejor para cantar, pero yo tenía que ir a Colombia a buscar esa plata, porque vivía con mi mujer y mi hijo en un conventillo, y cuando llovía tenía que ir al baño en paraguas y esperar al tipo de lado que hiciera sus necesidades para después hacer yo. Además, si me quedaba acá, me iba a gastar la guita en el escolaso. ¡Me iba a morir en el conventillo!

–Y se fue. ¿Qué pasó en Colombia, más allá del éxito que generó con “Obsesión”?

–Me la pasé cantando por Medellín, Cali, Bogotá y todos los alrededores. En 1958 grabé “Quién tiene tu amor”, otro éxito acá y en Colombia, y viví mucho tiempo allá. Cuando volví, me compré un departamento en Ri-ccheri y Escalada.

Un techo fijo que mejoró claramente las condiciones de existencia de este cantor bohemio y jugador empedernido que había nacido en Campana, y se había mudado a La Boca de adolescente, bajo la condición de trabajar en el Frigorífico Anglo de Dock Sud (“para no morirme de hambre”) y la intención de dedicarse a lo que finalmente fue. “Me gustaba cantar, pero en Campana no había nada y entonces empecé a cargosear a mis padres... me las quería tomar para acá, y al final enganché un laburito en el Frigorífico Anglo y me vine”, recuerda. Con un magro sueldo –lo que ganaba cualquier obrero tipo antes de Perón– logró alquilar una pieza en un conventillo de La Boca y, tras dos años de servicio militar, consiguió un puesto en el Ministerio de Obras Públicas. Su primer oficio formal fue como herrero y, en las horas libres, le entró al tango. “Un oficial herrero me hacía cantarles tangos a los obreros y el jefe no quería... pero yo cantaba igual”, se ríe. “Eso era más o menos en 1942 y cantaba tangos reos, con guitarras. Y a veces cantaba en festivales, me gustaba mucho.”

–¿Cuánto duró en el ministerio?

–Doce años. Me fui, la verdad, porque me escolaseaba toda la guita. Me gustaban las carreras, la quiniela, todo. Cobraba a fin de mes y tenía que pagar todas las deudas del juego... quedaba pelado, eso es lo triste del caso (risas). No me convenía porque trabajaba todo el mes y quedaba pato, entonces me fui con un guitarrista de Ignacio Corsini. Hacíamos boliches, en fin, arranqué. Había muchísimo tango en Buenos Aires, estaba lleno de bares, llenísimo. Para mí todo era tango y escolaso. Me acuerdo de que empecé a cantar en el Tibidabo, el cabaret, y los cinco pesos que me llevaba los jugaba al dominó o al pase inglés, siempre. Jugaba, ganaba, me iba a cantar y volvía... toda la noche. Una vez fui con cinco mangos, gané 300 y me acusaron de tener los dados cargados, ¡pero yo no sabía nada! Me metí en cada lío tremendo. Tenía un montón de amigos que vivían del escolaso.

–¿Participó de trifulcas alguna vez?

–Se pudría seguido, sí, y uno era medio atorrante, pero yo nunca me peleé, no.

–¿Y cuándo empezó a frecuentar los hipódromos...? Muchos de los tangos que versiona anclan en ese tema.

–¡Mamá!, bien temprano, y tenía la cabeza llena de fijas (risas). Iba a Palermo, a San Isidro, a La Plata, a los tres, y siempre en colectivo o tren. Fue la época en que empecé a probarme en orquestas. La primera fue la de Juan D`Arienzo, pero reboté. Me dijo que ya estaban Echagüe y Laborde, y que no los podía sacar, porque tenían nombre y cantaban bien. Pero yo le expliqué que no había ido para que me tomara, sino para que me entreverara con alguna otra orquesta, y ahí fue que me metió en la de Félix Guillén, que trabajaba en Radio El Mundo. Con esa orquesta me metí de lleno en el circuito Sans Souci, Montecarlo y Picadilly. Cantaba “Chirusa”, un clásico, en vermouth y noche, y cuando descansábamos en la vereda y pasaba Nélida Roca, por dios, ¡qué nami!... se la pasaba esquivando buscas en la avenida Corrientes. Tenía un físico que era una cosa de locos, impresionante. La verdad es que me gustaba cantar en la orquesta de Guillén, pero tuve algunos problemas, porque había conseguido un trabajo en el Banco Municipal y el problema era que salía a las cuatro de la mañana de tocar, llegaba a casa a las cinco, dormía hasta las nueve, me iba al Banco y me quedaba dormido en el baño, hasta que vino la bronca.

–¿Lo echaron?

–No. Yo después ya cantaba con De Angelis, y el gerente general me dijo “renuncie y si ve que no puede cantar más, vuelva y lo tomamos”... Una cosa de otra época. Agarré, firmé, pero nunca más fui. Mi vida estaba jugada y se puede decir que la viví como quise. Y, por suerte, la pude seguir viviendo pese a ese árbol que casi me aplasta como un gil.

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