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Jueves, 23 de agosto de 2012
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Gallos y huesos en el Centro de Experimentación del Teatro Colón

Los ecos de una amistad a distancia

Pablo Ortiz enseña composición musical en California; Sergio Chejfec da clases de escritura creativa en Nueva York y el artista plástico Eduardo Stupía permanece en Buenos Aires. Los tres concretaron un proyecto conjunto, sobre la base de un poema del escritor.

Por Diego Fischerman
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Ortiz compuso sobre la obra de Chejfec y Stupía ideó la puesta en escena.

La relación entre los tres amigos está signada por proximidades y distancias. Nacieron en la Argentina, son más o menos de la misma edad, comparten algunos gustos. Cada uno de ellos está entre los artistas más importantes del momento y dos de ellos viven en Estados Unidos, donde son profesores universitarios, aunque tan lejos entre sí como sólo pueden estarlo Davis, en California, donde Pablo Ortiz enseña composición musical, y Nueva York, en que Sergio Chejfec da clases de escritura creativa. El tercero, el artista plástico Eduardo Stupía, permanece en Buenos Aires.

Chejfec define: “Nuestra amistad es triste y celebratoriamente contemporánea; crece en la distancia”. Y Ortiz completa: “Al mismo tiempo, la distancia crea una cierta sensación de intensidad”. El escritor es el autor del poema “Gallos y huesos”, incluido en el libro del mismo nombre que publicó en 2003 y en cuya solapa se habla de “libro de versos”. El músico compuso, conteniendo ese texto –comentándolo, bordeándolo, nunca mimético–, una obra para grupo coral, arpa y percusión. Y Stupía realizó la puesta en escena –en rigor, más una tercera voz que una mera escenificación– que hoy a las 20.30 se estrena en el Centro de Experimentación del Teatro Colón y que volverá a presentarse mañana y el sábado. “Elegí este texto porque me parecía interesantísimo”, cuenta Ortiz a Página/12. “Me atraía la luz gris de las 2 de la mañana y el mármol de la pileta. Ese patetismo de lo cotidiano”. El poema dice: “Ciertas noches de luz en la ventana/ Se ven latir los huesos/ Tornasolando ajenos/ A la circunstancia/ Como almas/ Animadas apenas por un sueño liviano/ Son los restos dejados/ Desde tiempo atrás en la pileta/ Con desgano, sin atención ni fuerza”. Stupía enuncia, a su vez: “Lo matinal; el hueso visto con otra luz. La crudeza lumínica contra la crudeza del hueso pelado. El lirismo y la sequedad”. Y arriesga una hipótesis: “Nuestra distancia geográfica tal vez sea una analogía de la distancia entre los materiales. Hay un autonomismo expreso, en el sentido de que ninguno de nosotros ilustró lo que hacía el otro. Es imposible ilustrar nada”.

En los versos de Chejfec, un hombre que entra arrastrando los pies come un gallo y arroja los huesos en la pileta. “Esa autonomía de la que habla Eduardo (Stupía) funciona porque hay una gran confianza mutua. Es, digamos, una confianza espiritual”, afirma Ortiz. El compositor, al hablar de su trabajo, relata que “hay unas líneas argumentales, para llamarlas de alguna manera, y yo pensé historias musicales paralelas. Se trata de afinidades formales, de aplicar a la música ciertos principios que están en el texto. No es que haya un leit-motiv de la pileta, por ejemplo, pero sí su equivalencia musical”. Chejfec destaca, precisamente, “la dimensión tensional, el hecho de que hay un discurso sobre otro; eso me parece lo más interesante”. Y Stupía habla de una escena regida “por la ilogicidad”, que produce “una incógnita en el espectador”. Dice que “las imágenes, a diferencia de la música, son siempre explícitas. Y con un texto como éste, cualquier imagen parece excesiva”. Ortiz, por su parte, al referirse al poema, habla de algo “tenue, que no fuerza la lectura en ningún sentido”. La distancia geográfica de la que hablaban, en todo caso, resulta, trasladada a una cuestión de mirada y a una pudorosa falta de énfasis, una declaración de principios.

Con dirección de Valeria Martinelli y el notable Nonsense Ensamble, junto a la arpista Lucrecia Jancsa, como intérpretes, la puesta de Gallos y huesos ideada por Stupía tiene lugar en tres pantallas sobre las que se proyectan imágenes y, en determinado momento, un film. “Hay una cuestión rítmica moderada en la manera en que fluyen las imágenes y una muy discreta puesta de luces”, dice el artista plástico. “Pero en el programa debería decir, al lado de mi nombre, más que ‘director de escena’, ‘encargado de sentido común’. Me limité a que se plasmara el diálogo. Las imágenes refieren al texto y a la música pero no los repite. A veces anticipa algo. A veces es como un eco transformado”. Chejfec resume: “Así como el poema no es declarativo, los trabajos de Pablo y Eduardo tampoco lo son. Hay un sistema de movimientos y alusiones. Esa es la obra”.

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