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Jueves, 6 de septiembre de 2012
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MELINA MOGUILEVSKY PRESENTA ARBOLA, SU DISCO DEBUT, EN EL CC DE LA COOPERACION

Música en el borde de lo incierto

La cantante, hija del músico Marcelo Moguilevsky, trabaja exquisitamente con matices, timbres y alturas expresivas más allá de las palabras, usando su voz “como un instrumento más”. El álbum trae canciones propias y versiones de Hermeto Pascoal o Egberto Gismonti.

Por Karina Micheletto
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“Canto desde muy chica, desde antes de que tenga memoria, según me cuentan”, dice Moguilevsky.

“Clarice Lispector dice: ‘Agua en la sed del agua: escuchar hasta donde ya no se escucha, hasta lo que comienza a decirse’. Y eso de escuchar hasta el límite, hasta el borde de la percepción, ese filo en el abismo de lo desconocido, pero donde sigue siendo un lugar de uno... Ahí nace algo nuevo para decir. Y ahí, en ese lugar, siento que nació Arbola”, dice Melina Moguilevsky sobre su disco debut. En ese filo de la escucha, esa posibilidad de entregarse a lo que a priori resulta incierto –en la experiencia de la composición, pero también la de la escucha–, trabaja la cantante la materia de sus creaciones, exquisitos momentos donde la voz gana matices, timbres y alturas expresivas más allá de las palabras. Y no es que el resultado de esta forma creativa sea algún tipo de inaccesible experimento vocal. Por el contrario, si algo hay de acierto en las bellas composiciones que forman este disco –que son tanto propias como versiones de Hermeto Pascoal o Egberto Gismonti, e incluyen musicalizaciones de Leopoldo Castilla, Juan L. Ortiz, Alejandra Pizarnik o Juan Gelman– es la simpleza con la que Moguilevsky usa su voz “como un instrumento más” –así destaca ella su búsqueda–, en dificilísimos hallazgos armónicos.

Tuvo un intenso trayecto de formación: clases de canto, piano, percusión, composición, improvisación, también incursiones en la danza, el teatro, la literatura, participaciones en ensambles como Desarmadero o Karenautas, el cuarteto de jazz y bossa nova Indigo, el trío de música popular Tata Bambú, entre muchas otras formaciones, además de trabajos como “coach vocal” y docente de técnica vocal. Ahora, con 25 años y cinco “madurando” estas canciones, Moguilevsky se lanza a este Arbola, propio tanto en voz, piano, composición y arreglos, como en los trabajos de producción del arte del disco o de grabación y mezcla posterior. Lo mostrará por primera vez hoy, a las 22, en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543), junto a un trío integrado por Tomás Fares, Ezequiel Dutil y Mario Gusso, y con Jonatan Szer y Víctor Carrión como invitados.

“Canto desde muy chica, desde antes de que tenga memoria, según me cuentan”, comienza la música a trazar su recorrido, hasta llegar a este presente. “Así fui pasando por distintas músicas y estilos: canté folklore, jazz, música brasileña, investigué mucho en la improvisación. En un momento me di cuenta de que ningún estilo estructurado me alcanzaba para expresarme, así que empecé a componer, a probar canciones”, explica con naturalidad. “Ya desde chica me gustaba componer y escribía poemas, me metí en algunas clases y talleres para encontrar disparadores para la composición. Estos temas empezaron a salir unos cinco años atrás, les fui dando forma y llegué a estas composiciones. Después de haber participado en muchos proyectos y grupos de otros, sentí que era el momento de salir con lo mío. Me encontré con el pianista Nicolás Ospina, que también estaba en un proceso de composición y empezamos a trabajar juntos en los arreglos. Finalmente sentí que había encontrado la manera de decir algo verdaderamente propio, después de mucha búsqueda. En estas canciones confluyen un montón de influencias, armonías del jazz, ritmos más latinoamericanos, lo que investigué sobre improvisación, los timbres de la voz, su uso como un instrumento más...”

–Dice que canta desde antes de recordarlo. ¿Hubo influencias familiares?

–Nací en una casa con un papá músico y una mamá artista plástica y psicoanalista, desde que tengo recuerdos los cumpleaños eran tocando, me cuentan que mi papá (Marcelo Moguilevsky) me dormía silbándome una melodía y yo terminaba cantándomela sola. De eso no me acuerdo, pero sí de que me llevaba a sus ensayos, me sentaba con él al piano y jugábamos a hacer melodías, me enseñaba a escucharme. A los siete años grabé con él un disco de música para chicos... Y sí, influencia hubo. Por eso, cuando empecé a tomar clases, esa formación se sumó a la que ya venía conmigo.

–¿Por qué hace hincapié en “la voz como instrumento”?

–A mí me gustan las canciones, pero también la música instrumental, y me gusta reproducirla con la voz. Me fascinan las canciones sin letra de Hermeto Pascoal o Egberto Gismonti, o esos unísonos imposibles de Mário Laginha y Maria Joao, esa manera de pegarse tímbricamente a los instrumentos. De manera medio autodidacta, empecé a investigar sola la técnica para usar la voz instrumentalmente, amalgamarme a un violín, un clarinete, una flauta, ese tipo de ejercicios. La pregunta que abrí fue: ¿por qué música instrumental o música cantada, una u otra? Si hasta en las carreras hay que pelearse para poder cursar materias para instrumentistas, siendo cantante yo tuve que insistir para que me dejaran cursar Improvisación, o para ser parte de ensambles, con la voz como instrumento. ¿Por qué no te van a dejar explorar esas posibilidades? Perfectamente se puede hacer, si uno lo estudia y se interesa. Todo depende de hasta dónde te llegue la curiosidad.

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