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Viernes, 14 de septiembre de 2012
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RECITAL DE DIE TOTEN HOSEN EN VORTERIX

Fiesta de rock, fútbol y cerveza

Por Mario Yannoulas
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Los Hosen tocaron a veinte años de su primer show porteño.

Campino se abalanzó por tercera vez sobre el público. Se vació una lata de cerveza en la cara mientras abajo se aferraban a sus extremidades o le arremolinaban el pelo. En sus intentos por navegar entre la gente, el cantante de Die Toten Hosen jamás logró alejarse de la orilla: la banda alemana está de vuelta en Buenos Aires, y el martes por la noche festejó los veinte años de su primera vez en suelo argentino con un recital íntimo. Las 1500 entradas para verlos en El Teatro Vorterix se hicieron humo en apenas cuatro horas. Aunque la presentación “oficial” sea mañana en el estadio Malvinas Argentinas –ya visitaron Tucumán, Salta y Mar del Plata–, el quinteto alemán de punk rock festivo sumó una fecha ad hoc para una doble celebración: treinta años de su debut como grupo y veinte de su primera incursión porteña. El resultado fue “una fiesta de cumpleaños privada” –así la definió el guitarrista Breiti en modesto español– junto al público que desde hace años los adopta como locales. El contenido fue una intensa lista de canciones interpretadas al máximo desde el minuto cero y una serie de golpes de efecto que, aunque refritos y previsibles, siempre le sientan bien al quinteto de Düsseldorf.

Las dos horas del concierto no hicieron sino ratificar lo existente en lo musical y afectivo. Fugitivos de la reputación germánica, los Hosen pecan de descontracturados y divertidos; licuan la parte densa del ideario punk y transforman el recinto en una fiesta. Rock, fútbol y cerveza: he ahí los puentes con la argentinidad que sobrepasan el ámbito de la música, aunque su capacidad compositiva sea envidiable. El show deviene así un carnaval de símbolos de pertenencia, sean banderas, remeras de punk rock o camisetas de fútbol. Llegaron entonces “Auswärtsspiel”, canción dedicada al público argentino en cuyo estribillo reluce un “Olé olá”, y hasta una bizarra versión del tango “Mi Buenos Aires querido”, donde Campino plasmó lo poco que aprendió de pronunciación castellana en estas dos décadas.

El show quedó virtualmente dividido en dos partes. La primera, casi enteramente dedicada a la última década, incluyendo tracks de Ballast Der Republik, placa editada este año. La segunda, para una metralla de clásicos como “Hier Kommt Alex”, “Opel-Gang” y “Paradies”, más el cierre definitivo con “You’ll Never Walk Alone”. El profesionalismo de la banda nunca fue en desmedro de lo espontáneo, y aunque los trucos se repiten año tras año –alguien del público que sube a cantar un tema, los covers fiesteros y las voladas desde el escenario–, la propuesta no pierde frescura, en gran parte gracias a Campino, que a sus 50 años realiza un despliegue escénico notable, porque una base sólida le da la posibilidad de sentirse libre y seguir pensando que el rock es un juego.

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