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Martes, 30 de octubre de 2012
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Pepita Jiménez, una formidable puesta de Calixto Bieito

Amor terrenal y espiritual

Es la primera vez que se presenta la ópera de Isaac Albéniz con su libreto original, en una coproducción entre los teatros del Canal de Madrid y el Argentino de La Plata. La versión de Bieito logra convertir en atractivas sus debilidades teatrales.

Por Diego Fischerman
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El trabajo de Calixto Bieito no se limita al trabajo escénico.

La escenografía muestra una especie de edificio de cuatro pisos construido con armarios de doble puerta. Una sacristía, un espejo, una virgen que abre su manto para quedar desnuda frente al público, una mujer crucificada. O, simplemente, el lugar por donde aparecen –o donde permanecen– los personajes. Ese es el paisaje de la formidable puesta de Calixto Bieito para Pepita Jiménez, de Isaac Albéniz. Y si en esos armarios, que ocultan, en rigor, la historia de España, se cifra toda una ética de lo no dicho, en esta visión de la ópera, también, lo que se cuenta aparece en los intersticios. Cada interludio instrumental es aprovechado para abrir el texto. Para llevarlo hacia un terreno nuevo. Pero, sobre todo, cada palabra cantada es comentada de alguna manera, en un incesante y extraordinario contrapunto, por acciones que las completan o desmienten, que las ponen entre paréntesis y logran hacerles decir otra cosa. Y estas acciones pueden ser tanto de otros (alguna puerta de algún otro armario que se abre) como de los mismos que las cantan.

El libreto, que sigue bastante literalmente a la novela original de Juan Valera, plantea el enfrentamiento entre el amor terrenal, y sus casi insoportables tentaciones, y el espiritual. Bieito no hace nada demasiado distinto, pero lee aquello que los personajes, españoles al fin, no se atreven a pronunciar. Y lo que sucede en escena, consumación o fantasía, no acaba de ser lo mismo que lo que las palabras enuncian. Para él, “amor espiritual” se traduce como “represión sexual” y, entonces, el enfrentamiento cobra otra dimensión. Con mucho de Buñuel y algo del primer Saura, hay una escena, aparentemente festiva, que condensa la oscuridad y densidad de la puesta. Hay una fiesta; se recuerda la del año anterior. Los niños cantan. Pero, vestidos de monaguillos y de pequeñas lloronas, aprisionan a Pepita en una ronda tan terrorífica como sobrecogedora. El sacerdote que sienta a un monaguillo sobre sus rodillas y le habla seductoramente al oído, los azotes, las figuras de prisioneros y de inquisidores, una gigantesca cruz arrastrada sobre los hombros de un penitente y las pequeñas cruces que, en las manos de algunos de los personajes, cumplen más el papel de instrumentos de opresión que de fe, completan el marco indiscutiblemente español con que Bieito cuenta su historia. Una narración signada por los silencios y las traducciones incompletas, en una ópera donde, lejos del último lugar en importancia, lo español se canta en inglés. Más allá de la anécdota –las óperas de Albéniz fueron financiadas por su libretista, un rico inglés con veleidades literarias–, esa distancia idiomática de origen aparece cargada de significados.

La puesta estrenada en La Plata es, en rigor, la primera en que se la presenta con su libreto original, en los más de cien años que separan el presente de la composición de esta ópera. Coproducida con los teatros del Canal de Madrid –que fueron los que la pagaron– y construida impecablemente en los talleres del Argentino, sirvió para exhumar un título de notable interés y belleza musicales, y en una versión que logra convertir en atractivas sus debilidades teatrales. El trabajo de Bieito, desde ya, no se limita al dispositivo escénico –que fue magníficamente diseñado por Rebecca Ringst–, sino que abarca un detalladísimo trabajo con los cantantes, que conformaron un elenco verdaderamente excepcional. Nicola Beller Carbone –en una Pepita Jiménez descomunal–, Enrique Ferrer –como el torturado seminarista al que ella declara su amor– y Adriana Mastrángelo –que, más allá de su personaje de asistente de Pepita, funciona como verdadera demiurga– unieron actuaciones vocales impecables a una entrega y una convicción en escena asombrosas. Gustavo Gibert compuso adecuadamente el papel del pretendiente desplazado por su propio hijo, y Víctor Castells, Sebastián Angulegui, Francisco Bugallo y Juan Pablo Labourdette se desempeñaron correctamente, al igual que el Coro Estable, preparado por Miguel Martínez. El Coro de Niños, que dirige Mónica Dagorret, fue absolutamente convincente en lo teatral pero, en la función del estreno, mostró una afinación sumamente imprecisa. La Orquesta del Argentino, independientemente de algunos desajustes, tuvo un buen rendimiento y se destacó su solista de cello en el diálogo final (en realidad es un monólogo de ella ante él) de los protagonistas.

9-PEPITA JIMENEZ

Opera de Isaac Albéniz con libreto de Francis Money-Coutts, basado en una novela de Juan Valera.

Dirección musical: Manuel Coves.

Dirección de escena: Calixto Bieito.

Diseño escenográfico: Rebecca Ringst.

Diseño de vestuario: Ingo Krügler.

Diseño de iluminación: Carlos Márquez.

Dramaturgia: Bettina Auer.

Elenco: Nicola Beller Carbone, Enrique Ferrer, Adriana Mastrángelo, Gustavo Gibert, Víctor Castells, Sebastián Angulegui, Francisco Bugallo y Juan Pablo Labourdette.

Orquesta Estable, Coro Estable (director: Miguel Martínez) y Coro de Niños (directora: Mónica Dagorret) del Teatro Argentino de La Plata.

Teatro Argentino de La Plata. Domingo 28.

Nuevas funciones: viernes 2 (a las 20.30) y domingo 4 (a las 18.30) de noviembre.

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