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Viernes, 9 de noviembre de 2012
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LA NOCHE DE GIECO Y EL TRIBUTO AL FLACO SPINETTA

La sonrisa de Carlitos y las voces de los cuatro gigantes

Charly García, Fito Páez, David Lebon y el mismo León fueron las presencias estelares para enhebrar varias perlas del músico de Bajo Belgrano. Fue un apropiado regreso a las ceremonias públicas para el premio con la cabeza de Gardel.

Por Cristian Vitale
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El set terminó con una conmovedora visita de los cuatro a “Muchacha ojos de papel”.

La entrega de los premios Gardel a la música transcurría dinámica, normal, amena, cuando Soledad y el Bahiano reciben una orden confusa: “Va el homenaje”. Automáticamente, el telón se abre mientras alguien, desesperado y a los gritos, intenta cerrarlo desde adentro. Fueron cinco segundos tensos y tirantes, hasta que la enorme tela negra cede hacia dentro y los presentadores calman todo con una sonrisa. Y anuncian dos premios más: Tangos de Discépolo, de Liliana Felipe, en el rubro Mejor álbum cantante femenina de tango, y Vos y yo, de la dupla Susana Rinaldi-Leopoldo Federico, en el rubro Mejor álbum orquesta de tango e instrumental. El speech de la cantante viene bien. Cuida y permite que se ajusten los detalles para lo que todos, esa noche en la Usina del Arte, estaban esperando: el tributo a Luis Alberto Spinetta.

Cuando el telón finalmente se abre aparecen David Lebon, León Gieco y Fito Páez en primera línea. El anfiteatro, colmado hasta no más de la mitad, estalla en aplausos. Los tres, secundados por una big band que incluye formato de rock más cuarteto de cuerdas, se disponen a imbricarse en un fin de año que extraña muchísimo al viejo y querido Flaco, y lo demuestra en la acción. El mix de fotos e imágenes del homenajeado que aparece en las tres pantallas de fondo tiene mucho –de hecho– del corpus estético que prosigue en la Biblioteca Nacional hasta mediados de diciembre: secuencias de videos de Pescado Rabioso o Almendra, fotos del genio con la camiseta de River, durmiendo y el pelo teñido de naranja, o de cuando era chico y cantaba en televisión; o de cuando ensayaba con Invisible los temas que iban a formar parte del gran jardín de los presentes... de su mundo, al cabo, que es un poco el de todos. Y que Gieco, Páez y Lebon, junto al ayudín que vendrá después, se proponen intentar.

El set es corto pero intenso. No hay palabras. Empieza con una sentida versión de “Post Crucifixión” en la voz de Lebon –que toca la guitarra sentado–, la dirección de Páez y la armónica de Gieco; prosigue con una poco imaginada visita de León a “Durazno Sangrando” –tan inhabitual como emotivo escucharla en esa voz–; con el rescate de uno de los temas más bellos de Los niños que escriben en el cielo (“No te busques ya en el umbral”) por parte de Páez y una cuerdas que se lucen; con “Laura va”, versión llana que se “disputan” Lebon y Gieco, y con “Seguir viviendo sin tu amor”, consumada por todos. Pero esa primera línea, esa plana mayor del rock argentino pocas veces vista en escena, superó su propia marca cuando, ataviado en unas calzas violetas y brillantes, saco rojo y cuellera al tono, emerge Charly García, el ayudín. Suena –claro– “Rezo por vos”, coincide con la imagen del último abrazo entre ambas potencias en el Vélez de 2009 y termina con una conmovedora visita de los cuatro a “Muchacha ojos de papel”. Sin palabras.

Si hubo algo, entonces, que sumó un plus –vaya plus– de interés a esta decimocuarta edición de los premios Gardel a la música fue tal juntada. Tal ofrenda. Tal preocupación por que el vate de Arribeños siga brillando en su luz. Tal intención explícita de reivindicar al mejor entre los mejores, al primus inter pares de la música de rock en Argentina, y no porque lo designe tal o cual premio. Tal agradecimiento que no sólo Páez deja sentado mediante su “Siempre estarás, Luis Alberto, siempre estarás en mí”, sino también Fernando Ruiz Díaz, cantante de Catupecu Machu, que se lo dedica mientras recibe el Gardel al Mejor álbum grupo de rock por el disco El mezcal y la cobra, o Baltasar Comotto, uno de los guitarristas “estrella” del Flaco de los últimos tiempos, por haberlo ayudado a gestar Blindado, a la sazón ganador en el rubro álbum rock pop alternativo; o todos, cuando aplauden su figura en un video que recordaba a los que ya no están. La decimocuarta entrega de los premios Gardel –que anteayer volvió a convertirse en ceremonia pública luego de tres años sabáticos– pagó largamente su deuda.

Pero no fue solo el de Spinetta el nombre que retumbó fuerte entre las altas alturas del techo del anfiteatro de La Boca. A la misma altura se alzó el de uno de los protagonistas del homenaje: León Gieco. Su disco más reciente, El desembarco, se llevó las cinco estatuillas para las que estaba nominado. Empezó con los rubros Mejor álbum artista de rock y Mejor ingeniería de grabación. También se quedó con el reconocimiento a la Producción del año y, algo casi redundante para él, la de Mejor Album artista Canción testimonial y de autor.

No fueron los únicos, el videoclip del tema “Hoy bailaré” resultó elegido entre una terna de nominados que incluía “Muñeco de Haití” (Babasónicos) y a los glamorosos Miranda! con “Ya lo sabía”. No fue el único rubro en que el grupo pop quedó relegado. De las siete nominaciones que concentró su disco Magistral, el más postulado de la edición, sólo se quedó con el Mejor álbum grupo pop –ya lo había logrado en 2010 con Miranda es imposible– frente a 11, de Ella es tan cargosa, y Escaleras doradas, de Tony 70. Pero relegó el mejor diseño de portada ante la tapa de A propósito (Babasónicos), ingeniería de grabación y producción –ambos rubros ganados por El desembarco, de Gieco–; Mejor canción ante “Paisaje”, de Vicentico, y el álbum del año, frente a Piazzolla plays Piazzolla.

Y le abrió un crédito al jazz, porque aquel Gardel de Oro que el Flaco –sin ceremonia– se había llevado en 2009, fruto del disco Un Mañana, y que después fue a parar a manos de Gustavo Cerati (2010) y Divididos (2011), esta vez quedó en el haber de Escalandrum. Aún sin saberlo –o sí, o por ahí– el sexteto al comando del baterista Daniel “Pipi” Piazzolla, nieto del otro genio, había rendido examen de merecimientos mediante un set –casi telonero del homenaje a Spinetta– en el que presentó esbozos del disco ganador: Piazzolla plays Piazzolla, sexto disco del sexteto que también tiene en la mochila un Grammy latino. Giro inesperado para algunos –nunca un disco del género se había alzado con un Gardel de Oro–, justicia por sobre billetes para otros, lo cierto es que otra noticia poco frecuente atravesó la sorpresiva y sorprendente noche. El mismo baterista había dicho, durante el minirrecital, que estaban contentos de tocar en tal auditorio “acostumbrados a hacerlo en lugares llenos de humo y oscuridad, como es el jazz” y al recibir el premio profundizó en la línea: “Nosotros tocamos jazz sin cantante, sin difusión y sin productor... esto nos parece increíble”. El sexteto, que completan Damián Fogiel en saxo tenor; Nicolás Guerschberg en piano; Gustavo Musso en saxo alto y saxo soprano; Martín Pantyer en saxo barítono y clarinete bajo, y Mariano Sivori en contrabajo también se hizo del cetro “producción del año” y, lógico, mejor disco de jazz.

La Cámara Argentina de Productores de Fonogramas y Videogramas (Capif), legitimada por el voto de periodistas especializados y gente relacionada con el palo, también entregó galardones a Liliana Herrero por Este tiempo (Mejor álbum artista femenina de folklore), Peteco Carabajal por El Viajero (Mejor álbum artista masculino de folklore), el Dúo Malosetti-Goldman por su disco homónimo (Mejor álbum de folklore alternativo), a Luis Pescetti por Tengo mal comportamiento (Mejor álbum infantil), a Juan Carlos Baglietto y Lito Vitale por Más de lo mismo (Mejor álbum conceptual) y a Los Cafres por El paso gigante (Mejor álbum de reggae y música urbana), pero la evocación al Flaco Spinetta, las merecidas cinco estuillas que se llevó a su casa León Gieco y lo novedoso de premiar fuerte a una banda de jazz tracción a pulmón fueron, sin desmerecer el resto, el sino destacado de una ceremonia para el recuerdo.

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