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Viernes, 23 de noviembre de 2012
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PULP DESLUMBRO A UN LUNA PARK REPLETO EN SU DEBUT EN LA ARGENTINA

Un show entre epifanías y redenciones

Jarvis Cocker y los suyos ofrecieron un largo set en el que agregaron varios temas que no tocan en su gira de regreso.

Por Luis Paz
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Bajo el escenario, Jarvis Cocker es un gran letrista; arriba, una bomba de succión.

Y así es como uno y una y otra y otro quedan sin reacción. Más o menos como ocurriría si el mundo tal como es conocido se acaba el 21.12.12, salvo porque aún es este capicúa 21.11.12 y el redentor, aunque comparta iniciales con Jesucristo, es este otro J.C. llamado Jarvis Cocker. Esa bomba de succión que es el cantante y gran letrista de Pulp avisa que se acerca el final y quiere ver qué falta. “Fuimos a la disco (‘Disco 2000’) y la rave (‘Sorted for E’s & Wizz’), vimos el amanecer (‘Sunrise’) y tomamos café (‘Bar Italia’)...” Lo que falta es ir al supermercado para que la chica aprenda a vivir como gente común, pero reaccionar es imposible. Pulp acaba de pasar por encima de más de siete mil personas y no hay respuestas con la letra de “Common People”. Sólo gritos aterradores por ese tema, pues esto acaba y no es justo que así sea.

En fin, el mundo es capas y capas de hechos injustos, pero también de sedimentos de otros hermosos, epifanías y redenciones. De eso se ocupó Pulp entre el auge del punk y el derrumbe de las Torres Gemelas. Pulp vivió los fines de los mundos, incluso el propio, cuando tras We Love Life el sello Island, de Universal, les rescindió el contrato (y continuó publicando a Sum 41). En esa época, la aparición de Hits y del brillante videoclip de “Bad Cover Version” les dio a quienes no habían vivido Different Class en sintonía algún indicio sobre la banda más sofisticada del brit pop, capaz de un morbo distinto al de Suede, de salvajía a la par de Supergrass, de “poética obrera” superior a la de Oasis y de madurez anterior a la de Blur. Así, los de veintipico y de cuarentipico tuvieron aquí su primera vez.

“Hagan un poco de ruido”, ordena un haz láser; el tablado con niebla, los sonidos raros. “¿Se acuerdan de la primera vez?”, explota el Luna. Y aquí está Pulp, a 35 años del debut escolar y a 17 de la pelea Oasis vs. Blur de la que se quedó con más que una butaca en la primera fila: con el privilegio de no pertenecer y la misma virtud que tuvieron los Kinks, por fuera de Stones y Beatles, para ser agudos al no estar debajo de los focos más potentes. “Te compraste un juguete que alcanza los lugares a los que él nunca va”, amerita Cocker.

“Esta canción es ‘Guante Rosa’”, explica luego, y lo hace hasta el fin, traduciendo títulos y conectando fuera del lugar común del rocker promedio (asado, Maradona y las chicas), al interior de esta idiosincrasia. Dice que “pipí cucú”, que ésta es “la verdad de la milanesa”, y qué lindo es ir a un concierto a ser respetado. A que cambien el setlist de su gira en su debut local y metan “Razzmatazz” y “Underwear”, gloriosas. O que ante el “Olé olé olé, Jarvis, Jarvis”, él responda que la banda es Pulp. La pulpa del brit pop como género, no musical sino como expresión de masculinidad. Si ése fue el rock de los machos brit y su mística se basó en si Liam era más capanga que Albarn o no, Cocker escribió mejor sobre la sexualidad de las cosas, la ambigüedad, el amor ante el maltrato, la elegancia del malvivir y la vulgaridad del lujo. Y lo hizo atento a aplicarlo en la relación chico-chica y sobre los sonidos narcoeróticos de sus compañeros.

“Escribí esta canción dos horas antes de conocerte”, comienza “Something Changed”, e indica el manejo de los tiempos en la poética de Cocker. Del tempo y los tiempos del show da cuenta en cada voltereta, manotazo y sacudón. Pero además el tiempo es perfume en sus manos: “Juntémonos en el año 2000”, invitaba a la modernidad en 1995; “Empezaste a engordar tres semanas después de que te dejé”, ajusticiaba en “Razzmatazz”. Asimismo maneja espacios, aunque no sepa dónde aterriza la nave espacial o dónde está Camdem Town en la narcoléptica “Sorted for E’s & Wizz”. Y al conectar las coordenadas, como en “Babies”, y asegurar que “esto pasó hace años, cuando vivías en Stanhope Road”, Cocker ataca este mundo (su lugar británico, su momento posmoderno) pero lo pervierte, lo revela, lo ilumina, lo maquilla y lo licua. Ese es su arte de tipo común.

Y en ese camino, la banda asciende a esta gente al ojo de la tormenta perversa de “This Is Hardcore” y la empuja al horizonte de “Sunrise” con estallidos de furia, mugre y mambo. Pero hay más, parece que siempre lo habrá, porque los mayas pifiaron, el mundo pifió al dar al rock por muerto y a Pulp por memorabilia: “Bar Italia” y ahí sí, “Common People”. Y “Mile End”, “A Little Soul”, la hermosa “Help The Aged” (“Ayudá a los ancianos, alguna vez fueron como vos, bebiendo, fumando y aspirando pegamento”), la soberbia “Mis-shapes”, en la que no pertenecer a la sociedad no es privilegio sino condena, extrañamente, a la libertad de acción y reflexión. Y de nuevo no hay más, pero otra vez lo hay, pues vuelven: “Live Bed Show” y “Party Hard” marcan un incesante regreso. No es sólo el de Pulp, sino el de las ganas de vivir bien, riéndose de los que rieron de uno, de una, de otra y de otro.

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