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Domingo, 23 de junio de 2013
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EL REGRESO DE BLACK SABBATH, UN MILAGRO PARA LA PATRIA ROCKERA

“Esto es como si nunca nos hubiéramos separado”

La frase de Tony Iommi no es exagerada: 13, el disco que acaba de aparecer en la Argentina, muestra a un Sabbath que se creía perdido, a la altura de sus mejores discos y capaz de darle lecciones a más de un jovencito duro. En octubre tocan en La Plata.

Por Eduardo Fabregat
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Todo empezó con Mario Bava, el padre del giallo italiano, proveedor de horas y horas de placer a los fans del cine pródigo en hemoglobina. En 1969, un cine de Aston, Birmingham, exhibía su antología de tres cortometrajes

I tre volti della paura (1963), que podía traducirse como The three faces of terror (Las tres caras del terror) pero que en Inglaterra recibió un nombre mucho más sugerente. Tanto, que el bajista de la banda que ensayaba en una sala frente al cine señaló que ese nombre calzaba como anillo al tema que estaban terminando. Tanto, que el nombre bautizó al tema, a la banda y a su primer disco: el viernes 13 de febrero de 1970, Black Sabbath dejó de pertenecerle al cineasta tano para convertirse en contraseña universal del rock duro. Ozzy Osbourne, Tony Io-mmi, Terence “Geezer” Butler y Bill Ward pusieron, junto a Led Zeppelin y Deep Purple, otro pilar fundacional para un edificio que se llenaría de inquilinos.

Flashazo y salto a 43 años después: el 10 de junio de 2013, con océanos pasados bajo el puente, Black Sabbath lanzó 13, el disco que reúne a tres cuartas partes del equipo original. Contra todo pronóstico cínico, resulta que el regreso de la Bruja de Birmingham es una lección para más de un jovencito que se pretende heavy. Si ya el single “God is dead?” había dado muestras de lo que la banda aún puede dar y significar en el siglo XXI, los 54 minutos del nuevo disco son el aquelarre que todo metalúrgico fiel esperaba. Sí, es notorio que el productor estrella Rick Rubin rosqueó unas cuantas cosas y aplicó una compresión bestial para que el disco sea una aplanadora. Sí, seguramente el 6 de octubre en el Estadio Unico de La Plata quedará claro que la voz de Ozzy está algo más estragada que lo que se aprecia en el álbum. Pero lo que importa son las canciones, y estas canciones son 100 por ciento Sabbath, con momentos sublimes como “Damaged soul”, “Loner”, “Age of reason” o “Dear father”, que cierra el álbum con un guiño a la vieja escuela en los campanazos y el sonido de lluvia transportados desde aquel debut con la figura fantasmagórica en tapa. No es el único, en un disco cuya apertura de “End of beginning” es una inspirada variación del clásico “Black Sabbath” y que incluye a “Zeitgeist” remitiendo a esos oasis acústicos con los que solían sorprender en su primera etapa. Pero sobre todo en un disco donde Ozzy suena tan inquietante como siempre, y los riffs de Iommi vuelven a ser una lección de guitarra rock, y Butler vuelve a hacer temblar las paredes. Es Black Sabbath, sin dudas y sin óxido.

Pero llegar hasta acá no fue sencillo, y en el camino se perdió un soldado. El 12 de noviembre de 2012, la conferencia de prensa con la que el grupo anunció su retorno incluyó a los cuatro miembros originales; poco después, el baterista Bill Ward señaló en su página de Facebook que se le había ofrecido un contrato “imposible de firmar”, y que de no mediar una propuesta más respetuosa de su aporte a la banda no tendría más remedio que bajarse. Fue todo un símbolo del tiempo transcurrido: aquello que en 1970 se resolvía fácilmente en la sala de ensayo es ahora un tema difícil de destrabar en la mesa de los representantes. Peor aún, fue el comienzo de un extraño culebrón en el que algunos creyeron ver la pesada mano de Sharon Osbourne (esposa y manager de Ozzy), pero que desde entonces sumó varias teorías. El cantante primero abonó la versión del contrato, pero recientemente dijo que en realidad Ward no estaba a la altura: “Cuando nos pusimos a tocar quedó claro que no podía hacerlo. No recordaba nada de lo que hacíamos. La batería es un instrumento muy exigente, y Bill no iba a poder sostenerlo, y no tuvo la honestidad de decir ‘muchachos, no puedo hacerlo’. De todos modos, yo lo sigo amando hasta la muerte, y es muy triste que las cosas no se hayan podido arreglar”, dijo. Al mismo tiempo, Iommi pintó otro matiz: “Escuchábamos cosas de abogados, ‘tipo no soy feliz con esto y con aquello’, y esperamos a que Bill arreglara de una vez sus cosas. Pero cuando salió mi diagnóstico dije ‘a la mierda, no tenemos tiempo para esto’, y cerramos el asunto”.

Porque, claro, está ese otro detalle. Cuando la banda comenzaba la grabación del disco entre Los Angeles y Londres, al guitarrista se le diagnosticó un linfoma y debió someterse a quimioterapia; todo el proyecto quedó en franca duda, al parecer poseído por una maldición que hacía que, después de esperar 35 años por un nuevo álbum de la formación clásica (el último fue Never say die!, de 1978) y tan cerca de que se hiciera realidad, todo quedara en la nada. Pero Iommi atravesó el tratamiento y alejó las supersticiones, y el 21 de mayo de 2012 la banda reapareció sobre el escenario del O2 Academy de Birmingham, con Tommy Clufetos (de la banda de apoyo de Osbourne) como baterista titular. Sólo entonces, cuando volvieron a ver a los tres integrantes lanzando clásicos como “Iron man”, “Paranoid” y “The Wizard”, los fans de la Bruja se permitieron creer de verdad en un retorno por el que pocos apostaban. Mientras tanto, ese “cerramos el asunto” llegó a tal punto que Ward fue borrado de todas las imágenes del sitio web oficial, algo que despertó la ira de los seguidores, hasta que se aclaró que se habían borrado por pedido del management de Ward.

Revivir al Black Sabbath clásico no era un desafío menor. Por todo lo vivido entre estos tipos, porque su relación eclosionó en aquel 1978 en una nube de drogas y alcohol y porque volver para una pálida copia no tenía mayor sentido. En su momento, Ozzy contó que más de una vez Rick Rubin le había señalado que, en caso de reunir a la bestia, le permitieran ser el productor. En una entrevista con el sitio de noticias australiano The Age, Iommi señaló una de las claves del buen resultado de 13. “Cuando empezamos, fuimos a la casa de Rubin, que nos preguntó cuánto hacía que no escuchábamos el primer disco de Sabbath y lo puso. Su punto fue hacernos volver a nuestra identidad básica; a través de los años hicimos varias cosas, cambiamos nuestro sonido y Dios sabe cuántas cosas más, pero en este disco buscamos tener elementos de esos primeros discos... y salió bien. Honestamente, es como si nunca nos hubiéramos separado.” Podría ser un lugar común, pero en todo caso es una sensación compartida. “Lo que me pone realmente contento de estas canciones es que no suenan como si no hubiéramos hecho nada en todos estos años, suenan como si no me hubiera ido en 1979”, detalló Ozzy a la revista Kerrang. “Al mismo tiempo, no da la impresión de que hayamos querido volver a hacer Paranoid. Suena como Black Sabbath, sí, pero a la vez es muy actual.” Butler, por su parte, argumentó en la misma revista que “a mí este material me recuerda el costado más pesado de Sabbath, no sólo por lo que suena, sino por su contenido lírico. Quiero decir, las letras son bastante depresivas. Tenemos todos los contendientes habituales: muerte, religión, muerte, abusos, muerte”.

Lo cual tiene toda la lógica, si se tienen en cuenta los coqueteos de los integrantes de Sabbath con la segadora (Butler tocaba con un bajo transparente en el que un sticker imitaba el logo de Coca-Cola, pero donde se leía “Enjoy Cocaine”), la veteranía de los participantes –Osbourne y Iommi tienen 65 años, Butler 64– y la situación médica del guitarrista. La misma autoconciencia quedó patente en el episodio final de temporada de la serie CSI, donde los personajes de Ted Danson y Marc Vann llegan a un local donde los mismísimos Sabbath están tocando “End of the beginning”. Al terminar, se ve a Ozzy hablando con un periodista, que le comenta: “Qué bueno verlos... yo te hice mi primera entrevista en 1986”. “¿Ah, sí? No me acuerdo”, responde el músico. “No, claro, me imagino, con tantas notas que hacés...”, dice el periodista, a lo que Osbourne remacha: “No, no me acuerdo de 1986”.

De esa clase de conocimiento de lo que significan para la patria rockera está hecho este regreso del grupo, que en vivo sigue presentando a Clufetos pero en el disco, luego de que Ozzy y Iommi rechazaran la propuesta de Rubin de enrolar al también veterano Ginger Baker (de Cream), recurrió a los servicios de Brad Wilk, un tipo que sabe muy bien cómo desatar un apocalipsis de parches. Y además el ex integrante de Rage Against The Machine parece en la misma vena que sus insignes compañeros: “Amo su sentido del humor, ninguno de ellos se toma demasiado en serio a sí mismo”, señala el baterista en un video en el sitio oficial de la banda. “Pero ante todo, estos tipos son los mejores en lo que hacen, y es muy inspirador ser parte de eso.” El mismo Wilk estalla en carcajadas cuando, en el mismo video, Geezer le cuenta que “en los ’70 gastamos más plata en cocaína que en el estudio”.

Por obligación de la edad y por el cansancio, todo eso quedó atrás... al menos para algunos. Justo sobre el lanzamiento de 13, Ozzy publicó un comunicado en el que pedía perdón a su esposa, amigos y familia por haber recaído en ciertas costumbres tras años de sobriedad. A pesar de su declaración previa de que “la gran diferencia en este disco es que por primera vez en mucho tiempo estamos todos en nuestros cabales en el estudio”, Osbourne escribió que “en el último año y medio he estado bebiendo y tomando drogas... estuve en un lugar muy oscuro y fui un imbécil para la gente que más amo, mi familia. De cualquiera manera, estoy feliz de decir que llevo 44 días sobrio y no me estoy separando de mi esposa. Estoy tratando de ser una mejor persona”.

Parte de la leyenda o no, anécdota o no, la carta de Ozzy es al cabo un matiz en el regreso de una banda fundamental en la historia del rock. A los tres integrantes históricos ya se los ha visto por aquí pero en diferentes circunstancias, nunca juntos. El domingo 6 de octubre, en la cancha platense y nada menos que con Megadeth como banda invitada, el público argentino podrá darse el demoradísimo gusto de tener al más auténtico Sabbath demostrando por qué son leyenda. Una leyenda que empezó hace 44 años, con la marquesina de un cine clase B de Birmingham. El rock tiene esas cosas.

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