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Miércoles, 24 de julio de 2013
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Héctor Starc, su disco solista y todos estos años de historia

“Yo soy de una generación que prefirió la intransigencia”

Curiosamente, las canciones que forman parte de su primer disco solista son de una época oscura de su vida. Pero Starc tiene tanto sobre su espalda que las eras se diluyen: “Ya estamos grandes, hay que dejar algo que no sea sólo lo que hicimos hace 40 mil años”.

Por Cristian Vitale
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El punto de partida en la carrera de Starc fue su aparición como telonero de Almendra en el Teatro Pueyrredón de Flores.

“Gracias. Ni siquiera fumo, ya.” Héctor Starc rechaza hasta un simple cigarrillo, y parece ubicarse así en las antípodas del que fue. El de ese reviente tardío que lo encorsetó en ciertos vicios, durante un momento bastante posterior a su época de esplendor como guitarrista de Aquelarre (casi toda la década del ’70) o de Tantor, la sugestiva banda de jazz rock que armó hacia fines de aquel decenio con Machi Rufino, Rodolfo García y Lito Vitale. La paradoja –lo notable– es que de ese momento “oscuro” (los ’90) parten casi todas las canciones que conforman su primer y único disco solista en 44 años de existir musical, si se toma como punto de partida aquel recital de Almendra, en el Teatro Pueyrredón de Flores, que le abrió la puerta a los BA Rock posteriores. “Sí, así salté a la fama”, se ríe él, y frena ahí. Piensa. Va y vuelve en el tiempo. Trata de encontrarle una explicación a este disco también tardío y se mete de lleno en la paradoja. “No sé, con la falopa, con el alcohol, con el no dormir uno se pone sensible, ¿no? Es una sensibilidad medio ficticia que, sin embargo, me ayudó a componer muchas canciones, incluso con acordes que ni siquiera sabía. Es algo loco, pero este disco salió de un ritmo de vida totalmente irregular. Casi todos los temas tienen que ver con la situación que vivía en ese momento... era el ‘te amo, te odio, dame más’, típico del tipo que está fuera de sí”, encara, visceral, este hombre calvo, barbudo, inquieto y absolutamente extrovertido, que también había puesto sus ataques de viola a disposición de Pappo, Luis Alberto Spinetta, Charly García y David Lebon.

Héctor Starc, así se llama el disco, estaba casi listo mucho antes de su reciente publicación, a través de Acqua Records. A instancias de Lito Vitale, el guitarrista había registrado los temas en VHS y así durmieron una larga siesta, dado el típico ninguneo de los sellos discográficos. “Salí a recorrer compañías, pero, bueno, de más está decir que no sólo no me dieron bola sino que ni siquiera tuvieron la educación de llamarme por teléfono y decirme: ‘Lo tuyo es una cagada’. El único que me contestó fue Oscar Mediavilla, que en ese momento estaba en Warner, y me dijo: ‘Mirá, acá si yo no saco un disco que venda 30 lucas, me echan’”, evoca. El disco fue a parar al cajón hasta que un giro en su autoestima le hizo reanudar la búsqueda. “Al final di con Gustavo Gauvry, pasamos todas las canciones de VHS a disco rígido y terminó saliendo. Creo que fue una pegada, porque estos temas marcan mi etapa más alta como guitarrista. Lo que pensé fue: ‘Bueno, sí, lo voy a sacar como un recuerdo de lo que fui’”, se ríe, como varias veces durante la tarde de calor en pleno invierno, que abriga su encuentro con Página/12.

Ubicar su mejor momento en el pasado no tiene que ver con los 63 años que separan el hoy de la fecha de su nacimiento sino con un problema motriz en dos dedos de su mano izquierda. Cuando la levanta, se nota una deformación estética en los huesos similar –a primera vista– a la que sufría Atahualpa Yupanqui. “Pero no es un problema mecánico, no tengo cortado un cablecito, porque, si no, me pongo otro... es un problema de la cabeza. No llega bien la señal a los dedos y eso provoca que no pueda tocar bien”, diagnostica. “Igual le vi el lado bueno porque, desde que no puedo tocar bien, me cambió la cabeza. Siempre me pareció que era un desastre tocando y ahora, como ya se ve que mi cabeza sabe que no voy a poder tocar como antes, cambié: me empezaron a gustar cosas que hice antes... se ve que tenía en el subconsciente una onda ‘lo puedo hacer mejor’, y ahora ya está. Es más: por tener 63 años me siento joven, con ganas de hacer cosas y si no puedo con la guitarra como antes, tocaré el Hammond, que me encanta, o la slide guitar.”

–¿Por qué tardó tanto en sacar un disco solista?

–Porque no soy un compositor. Para mí es algo muy serio esto; compositor es Spinetta, o es Fito Páez, y por eso no me dediqué. Nunca me consideré con el talento suficiente como para encarar una carrera musical. Sí, toqué en Aquelarre, en Tantor, o como invitado de otros, pero no me daba el cuero para sostener una carrera musical. Igual, el hecho de haber sacado el disco me pone contento porque es como cerrar un círculo. Y esto está bueno, porque somos tipos que ya estamos grandes y hay que dejar algo que no sea sólo lo que hicimos hace 40 mil años.

Starc hizo su disco junto a un trío base (él en guitarra, Machy Madco en bajo y Gustavo Ciardi en batería), más los aportes de Juan Cuneo en guitarra, Lito Vitale en teclados, Babú Cerviño en órgano Hammond y Claudia Puyó en voces. “La idea era un trío, pero como Vitale ponía teclados todo el tiempo, bueno... quedó así. Y vino bien porque son temas con armonías, no de esos en los que digo ‘nena, nena, quiero rock and roll’”, justifica. La mayoría de los temas –“Steve”, homenaje a Stevie Ray Vaughan, entre ellos– son propios, excepto “Para Beto”, un instrumental de Madco, y una versión de “Oh Well”, viejo y alucinado tema de Fleetwood Mac, mechado con citas de Steppenwolf. “‘Oh Well’ es un tema que escuchábamos mucho con Pappo cuando éramos chicos. Yo la canto en castellano, y estuvimos como seis meses esperando que Peter Green –su autor– lo autorice, porque vos no podés cambiarle la letra a una canción y tampoco el idioma si no te lo autorizan. No sé quién lo habrá escuchado, pero quedó fabuloso, porque además le metimos una larga zapada en el medio, afanada de ‘Viaje en la alfombra mágica’ (“Magic Carpet Ride”), de Steppenwolf... una de esas zapadas en tres tonos, sin pies ni cabeza, pero impresionantes, donde la base suena increíble”, describe.

–¿A qué impronta “histórica” responde conceptualmente el disco, en su visión? ¿A la del primer Aquelarre, rockera; a la del segundo, más elaborada; o a la fusionada de Tantor?

–Un poco de cada cosa. El instrumental de Machy suena a Tantor, porque es blues, jazz y rock, con muchos acordes. Hay de todo. Los de Aquelarre, bueno, yo hice los más bolerísticos como “Aniñada” o “Canto cetrino”, que eran temas que le hacía a mi esposa, porque soy medio romanticón (risas). La mejor definición sobre mí la hizo Rino Rafanelli: “Héctor Starc es el guitarrista de Los Panchos, pero con Marshall” (risas). Y tiene otra que dice: “Ahí viene Héctor Starc, ve un cartel de Fender y transpira”, y es verdad eso, porque a mí me gusta la polenta del rock, pero con música. Cuando éramos chicos, yo le decía a Luis Alberto: “Che, Almendra todo muy lindo, pero, viste, le faltan seis Marshalls”. ¿Te imaginás “Ana no duerme” así?

–Bueno, le cumplió el sueño con Pescado Rabioso.

–Mi sueño, sí... los temas de Luis, pero con más polenta, eso es lo que me gusta; pero lo extraño más a Pa-ppo, aunque ya me pasó, porque hace ocho años que murió. No sé, yo sé que ambos me están esperando.

–Quiso mucho a los dos...

–Sí, pero con Luis terminó medio mal la relación. Me enojé porque no me invitó a tocar en el festival de Vélez. Bah, a ver... no a tocar, porque es algo sensible plantearlo así. Lo cierto es que lo fui a ver un día y le dije: “Me enteré de que vas a hacer tal cosa”. Y me dijo: “Me lo están planteando, ¿a vos qué te parece?”. Y le dije: “Yo quiero participar de cualquier cosa: hago petes, barro, enchufo micrófonos, cualquier cosa...”. Nunca le dije de tocar, porque no le podés decir a un tipo eso, pero el mono nunca me llamó para nada... y me rayé, sobre todo porque tocó un montón de gente que no tiene nada que ver con Spinetta... ¡y yo lo conozco desde que teníamos 17 años! Pero, bueh... si no me invitó, por algo debe ser.

–¿Hubo oportunidad de aclarar la situación?

–La última vez que lo vi, él me vino a hablar y yo lo traté medio mal. Después, cuando me enteré de su enfermedad, llamé a la Vieja Barrios y le dije: “Decile a Luis que no tenga miedo, que no le va a pasar nada porque a nosotros ni el cáncer nos quiere”. Cuando falleció, que lo llevamos hasta el Jardín de Paz en Pilar, se acerca la Vieja y me dice: “Le conté lo que me dijiste y me respondió: ‘Decile a Héctor que siga tocando’”. La verdad es que me emocioné, porque es como si me hubiera perdonado. Yo creo que con la muerte de Luis se cerró una época: la nuestra.

A mirada de Starc, la época que se cerró con la muerte de Luis Alberto Spinetta es la de la intransigencia y la honestidad musical en el rock. “Esa época, repito, parte con Luis. Yo lo admiraba y lo envidiaba por su posición honesta frente a la música. Me acuerdo de que cuando se juntó Almendra, a fines de los ’70, él no quería cantar ‘Muchacha’, y yo lo volvía loco. ¿Por qué? ¡Si McCartney canta ‘Yesterday’, loco! Bueno, pero no quería. Y yo le decía: ‘Vos debés ser el único músico en la Tierra que no tiene una canción que le dé vergüenza haber hecho... ni siquiera hiciste ‘Obladi Oblada’ (risas). Pero él era totalmente intransigente. La guerra entre rockeros y comerciales sigue vigente, y eso me lo enseñó Luis, porque si nosotros no hubiésemos sido tan cerrados frente a todo, se hubiese armado el licuado de banana que es ahora, donde todo es rock, todo mata e incluso Valeria Lynch es rockera, yo qué sé... Si nosotros no hubiésemos sido totalmente estrictos como fue Luis Alberto, o como es Emilio del Guercio, esta música no hubiese existido, porque nos hubiesen puesto en la tapa de un disco a una mina en bolas. Las luchas que tenía Emilio con las tapas de los discos eran tremendas, porque te querían poner cualquier cosa, y ni hablemos de cuando Luis sacó Artaud... esas cosas hicieron posible que existiera un movimiento de música, porque si no ahora seríamos todos Trocha Angosta, Pintura Fresca o Francis Smith. Fue una lucha que pasaba por decir no. Toda una lucha que Luis encabezó, ¿no? Un tipo defensor de lo que hacía, y de los demás”, se despacha.

–¿Hay algún ejemplo puntual, personal?

–Bueno, sí, cuando toqué de telonero de Almendra en el Pueyrredón de Flores. Yo tocaba sentado, y entonces me caí y los tipos del teatro, imaginate, año ’70, cerraron el telón porque creían que era un papelón... no sabían que en el rock estaba bien. Lo cerraron y Luis subió y lo abrió de nuevo mientras yo seguía tocando en el piso. Yo creo que gente como Luis, como Emilio, y ni hablar de Javier Martínez, de Claudio Gabis, de Edelmiro Molinari o del Negro Medina, eran tipos aguerridos, jodidos, en el sentido “no me toques lo que hago”. Estoy feliz de haber pertenecido a esa generación.

Starc acaba de atravesar la ciudad con una Harley Davidson gris, gigante y sin el asiento de atrás. Dice que se lo sacó “para no llevar a nadie”, y que no forma parte de las huestes motoqueras, ni de los encuentros de tal palo que confluyen en diversos puntos del país. “Salgo a andar solo porque no me caben esas juntadas. Hay mucho concheto, mucho caretaje que se compra una Harley porque está de moda”, apunta, en su habitual verba sin editar. El fierro en dos ruedas, al que cuesta sacarle los ojos de encima, lo ubica naturalmente en el universo Pappo, un mundo que, lógico, tampoco le es ajeno. “Me la compré porque Pappo me rompió las pelotas desde que teníamos 17 años. Y justo cuando me la compré, se murió. Recuerdo que me llamó 15 días antes del accidente y me dijo: ‘Me enteré de que anduviste por Harley para comprarte la moto... te vendo la mía’. ‘¿Otra vez lo mismo, Pappo?’, le contesté, porque él siempre quiso rescatar una Gibson que tengo suya, que es la que usaba en Pappo’s Blues, y yo le decía: ‘Te la cambio por la moto, porque cuando vos te mueras tengo que tener algo para mostrar, si no tengo la guitarra, tengo la moto’”, se ríe. “Yo siempre pegué mucha onda con Pappo. Luis siempre fue más cerrado, muy culto, cerebral, y yo no soy así. Yo me llevaba mejor con Charly o con Pappo que con Luis, porque con él era para sentarse y hablar de filosofía egipcia, qué sé yo... en cambio con Pappo era: ‘¡Qué lindo tener una Harley!’. O con Charly, ¿no?, siempre le decía: ‘Vos sos Palito Ortega y Luis es Sandro’, porque en esa época se decía que Sandro era más grosso que Ortega”, ironiza.

–¿Y sus compañeros de Aquelarre?

–Están muy viejos... no sé si les voy a seguir dando bola (risas). La otra vez los llamé para hacer un bis en un show mío e hicimos “Aventura en el árbol”, completa. Siempre que nos juntamos, muchos pendejos se vuelven locos por sacarse fotos con nosotros y yo no entiendo... ¿Me querés decir qué sacan estos pibes?

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