Imprimir|Regresar a la nota
Martes, 30 de julio de 2013
logo espectaculos
A los 82 años, murió el excepcional guitarrista, compositor y docente Walter Malosetti

Cuando tocar es enamorarse de la música

Su fascinación por el jazz llegó desde temprano y través de la radio; desde ese primer momento desarrolló una tarea de intensa actividad, grabando, tocando en vivo y a través de una escuela que lo convirtió en referente de la enseñanza.

Por Diego Fischerman
/fotos/espectaculos/20130730/notas_e/na31fo01.jpg
“Tardo en conocer mis discos. Soy lento para valorar mis propias cosas. Las acepto, simplemente, porque entiendo que me representan.”

La noticia circuló primero por las redes sociales. Y hubo un dato llamativo. Había muerto, a los 82 años, Walter Malosetti, uno de los músicos más queridos y respetados del jazz argentino. Y entre los comentarios resaltaba una palabra, escrita una y otra vez por quienes se inspiraron en él, por quienes fueron sus discípulos, por los que tocaron junto a este notable guitarrista o, simplemente, por los que lo conocieron o estuvieron cerca suyo en algún momento de su fructífera vida: “maestro”.

“Finalmente papá terminó su lucha y ahora descansa en paz. Gracias por el amor que sabemos sus hijos y familiares que todos ustedes sienten por él”, escribió su hijo, el excelente bajista Javier, que siempre reconoció haber aprendido de escuchar tocar a su padre. Nacido en la provincia de Córdoba el 3 de junio de 1931, Walter Malosetti se enamoró del jazz, como muchos en esos años, a través de la radio. Su padre y su hermano mayor eran músicos y ya desde antes de cumplir veinte años tocaba en bandas de jazz, la Guardia Vieja Jazz Band, la California Ramblers, The Georgians Jazz Band. “Uno siempre toca solo”, había dicho en una charla con Página/12 en la que se refería a la grabación de su primer disco a solas, PALM (iniciales de Pedro Alfredo Lucas, su hermano, luthier y también guitarrista). Un disco nacido del insomnio y, a la vez, de un largo sueño. “Había muerto mi mujer, de golpe tenía mucho tiempo, al no tener que cuidarla, y no podía dormirme, así que tocaba la guitarra toda la noche.”

Además de prócer del jazz argentino, con una trayectoria que incluye el paso por Swing 39, aquel grupo en el que transitaba por el estilo del quinteto del Hot Club de Francia de Django Reinhardt y actuaciones con los más importantes músicos de jazz de varias generaciones, parte de su peso en la escena musical local tiene que ver con la escuela con la que durante años fue referente en el campo de la docencia de música de tradición popular. “Hay cosas, desde ya, que no pueden enseñarse”, explicaba. “Paradójicamente, no se le puede enseñar a alguien a ser músico; a ser sensible, a escuchar, a tener algo para decir. Pero sí se pueden dar los elementos para que quienes tienen adentro eso tan difícil de transmitir lo puedan sacar afuera. Para que quienes son músicos de alma encuentren la mejor manera de serlo. Creo que puedo ser útil –decía– y que lo que se transmite no es sólo la técnica; también hay palabras, hay cosas que se le pueden decir a un chico que uno ve que tiene real interés y pasión por aprender, para guiarlo. A veces es más importante decirle ‘no toques’, ‘guardate algo’, ‘dejá que se oiga el silencio’, que enseñar a tocar. Hay que buscar la sencillez.”

Con Swing 39 grabó seis discos, y participó en el primer álbum solista de David Lebon. También tocaría, años después, en el tema “Cazar toreros”, del disco Horno para calentar los mares de Illya Kuryaki and the Valderramas. Autor de los libros Bases de improvisación para guitarra y Armonías de blues, había sido reconocido como Ciudadano Ilustre de Buenos Aires y, también, de Ushuaia, donde el Festival de Jazz de esa ciudad lo homenajeó en 2010, cuando cumplió 79 años. Un año antes, Mariano Otero había grabado Desarreglos, el disco con la música que había escrito en homenaje al guitarrista, a pedido del Festival de Jazz de Buenos Aires. “Walter fue muy amigo mío, lo admiré mucho”, comentaba ayer el contrabajista. “Era un maestro. Me dio mucho amor, y yo lo quise como un padre o un abuelo. Nunca nadie habló mal de él. Tengo mucha tristeza. Sabía que estaba mal, y que se iba, y cuando vos querés a una persona querés lo mejor para ella, pero cuando esa persona se va, eso te destruye.”

La última producción discográfica de Malosetti, del año pasado, fue Esencia. Allí tocaban con él Mauro Vicino y Walter Coronda en guitarras rítmicas, Guillermo Delgado, Pablo Carmona y Fernando Lupano alternándose en contrabajo, Pablo Gignoli en bandoneón, Larry Martin en batería y Marcelo Peralta en saxo tenor, y el repertorio incluía una versión de “Soledad”, de Gardel y Lepera. “Elegir lo que uno va a tocar no se trata sólo de quedarse con los temas que a uno más le gustan, sino con esos con los que siente que tiene una afinidad”, contaba a este diario. “En mis últimos discos predominan los temas lentos, y tal vez sea porque es allí donde siento que tengo algo que quiero expresar. No sé, también los músicos que me gusta escuchar son los que eligen más lo que dejan de tocar que lo que tocan. Mi ídolo es Jim Hall y él jamás va a meter una escala veloz porque sí, sólo para lucirse o para demostrar que puede tocarlo. Todo es fino, tiene que ver con los matices, con el desarrollo de una idea. Ojo, hay músicos como John McLaughlin que tocan rapidísimo y son muy grandes artistas. A mí puede no gustarme demasiado lo que hacen, pero eso es sólo una cuestión de gustos. En casos como el de él, la cantidad de notas y la velocidad son, directamente, parte del estilo. Ellos son eso. Sé que muchos dicen lo mismo, pero lo importante es lo que hay para decir, no la técnica. Louis Armstrong no había estudiado música y era genial. B. B. King toca pocas notas y a uno se le pone la piel de gallina. Y Pappo era maravilloso. Mis discos, no sé. Tardo en conocerlos. Yo soy lento para valorar mis cosas. Las acepto, simplemente, porque entiendo que me representan.”

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.