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Martes, 27 de junio de 2006
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EL NEGRO GARCIA LOPEZ Y SUS “NUMEROS ROJOS”

“Yo volví para quedarme”

El guitarrista, ex integrante de una de las mejores bandas de Charly García, puso fin a su exilio mexicano con un disco en el que rinde honores al rock and roll más sanguíneo.

Por Cristian Vitale
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“Cuando me fui la cumbia me estaba matando, abrías la heladera y la escuchabas. Hoy no pasa eso.”

Encaró el escenario un tanto descontrolado. Saco rojo, corbata negra, camisa desabotonada, zapatos azules, lentes de sol y jean destruido. Le pegó dos besos a su agua peruana, rechazó la guitarra acústica –“la última vez que la usé fue en Sui Generis, sacala de acá”, le dijo al plomo– y se plantó con “Cerca de la revolución”. Charly García ocupó, como siempre, el centro de la escena y se quedó un buen rato. Pero no era él la estrella de esa fría noche en La Trastienda, sino Carlos García López, guitarrista incendiario que lo había secundado en su grupo durante ocho años y que un día, “cansado de oír cumbia por todos lados”, disparó hacia México. Allí permaneció seis años y retornó con un disco –Números rojos–, que mostró junto a Charly. Fueron 30 minutos de divague que incluyeron versiones –todas caóticas– de “Popotitos”, “Fanky”, “Sucio y desprolijo”, “La sal no sala” y “Chipi chipi”, pero ninguna de las que García tocó en el disco de su amigo: la que da nombre al disco y “Olvida lo pasado”. “Lo invité porque lo amo. La idea era que viniera y tocara lo que quisiera... estaba terminando su disco y, obviamente, no tuvo tiempo para escuchar los temas que grabó en el mío. Yo ni le pregunté, la onda era divertirse”, refresca el Negro, más sereno que aquella noche, y preparando la segunda puesta para hoy en el Hotel Faena (Salotti 445, Puerto Madero) a las 20.30.

El show contó también con la presencia de Juanchi Baleirón –Hilda Lizarazu se negó a subir por un problema de amígdalas amotinadas– y sonó impecabe... exceptuando la intervención de Charly. García López presentó un ajustado power trío –Pablo “Pato” Dana en bajo y Roberto Rodino en batería– y mostró que el latinismo mexicano no atentó nada contra su poderoso touch hendrixniano. Wah wah a full, poco modernismo y un reto que hace honor al rock and roll. “Estoy dispuesto a empezar de cero, a hacer el trabajo de hormiga. En México me decían ‘pero vos tocaste con La Torre, con Sabina, con Fito Páez, con Charly, ¿no estás agrandado? Ningún agrande, yo soy un chabón como cualquiera. Me gusta comer asados, ver partidos y hacer la misma que todos”, afirma.

Review: ahijado artístico de Pappo, García López fue guitarrista de La Torre durante seis años, después grabó un disco con Zas y se integró a uno de los mejores grupos de apoyo de García –Los Enfermeros– con el que registró Cómo conseguir chicas y Filosofía barata y zapatos de goma. En 1992, desenfermado, editó su primer disco solista (Da Cruz), que tuvo suerte dispar –“Vendimos tres mil copias apoyados solamente por una minipauta de cuatro pasadas por día en la Rock and Pop”, evoca– y retornó al grupo de Charly, antes de emigrar a tierra azteca. “Me llamó para hacer dos shows en Perú y me quedé tres años y medio. Así son las cosas con él.”

–¿Fue caótico ese regreso?

–No. Jamás tuve una etapa caótica con él. La banda era distinta a Los Enfermeros, sólo eso. Pero los que reniegan de Charly, es porque él no va a grabar sus discos. No voy a decir que nunca tuvimos roces o problemas laborales, somos dos tipos con carácter fuerte. Pero nunca se rompió la amistad. No quiero ofender a nadie, pero muchas veces me dice “no aguanto a los idiotas”. A él no se le puede decir dos veces la misma cosa.

La primera parada mexicana de García López fue Coyoacán, pintoresco barrio del Distrito Federal. Su casa estaba a ocho cuadras de la de Frida Kahlo y fue el epicentro desde el que se movió hacia distintos lugares. El primer trabajo fue con un estadounidense-peruano llamado Pepe Alba, que tocaba el charango mientras el Negro no ahorraba decibeles con su Marshall. “Me lo presentó el productor Oscar López, que fue quien me insistió para que me fuera a México. Con Pepe hacíamos una mezcla medio mística... parecíamos Los Jaivas”, dice entre risas. Después se conectó con Kenny, la cantante de Los Eléctricos, y se integró a la banda; también acompañó a Alejandra Guzmán tres meses “hasta que salí corriendo” y zapó con toda banda argentina que pisó el DF durante estos años. “Hice algún laburo a disgusto, pero de algo había que vivir y yo soy violero loco, no me voy a poner a manejar taxis”, señala. En el medio fue tallando una banda a su medida. Primero con Freddy Valeriani, el ex Guarros que aporta su bajo piccolo en varios temas de Números rojos, y después con el Pato Dana, prócer del rock uruguayo que tocó siete años en Los Traidores y otros tantos en Níquel. “Allá está cabrón con los argentinos –comenta–, hay mucho garca dando vueltas.” El estigma antiporteño lo tocó de alguna manera. El track que abre el disco –“Ecos”– dice “En Buenos Aires yo quisiera estar/ México me mata más que el Luna Park”. La frase le valió una crítica desfavorable en la Rolling Stone de México. “No entendieron la ironía”, se defiende. “Pasa que los mexicanos no captan la forma tan particular que tenemos los argentinos de expresarnos. Es un problema y tuve que salir a aclararlo. Pero ya está.”

–¿Sabe a qué se atiene en Argentina? Después de Cromañón, es muy difícil conseguir ámbitos para tocar.

–Me desayuné con algunas cosas que están muy mal. Pero cuando me fui la cumbia me estaba matando, abrías la heladera y la escuchabas. Hoy no pasa eso. Y en aquel momento tampoco estaba fácil para tocar. Además, hoy se están abriendo más cabezas al rock nacional. Yo ya lo decidí: vengo para quedarme. Si no quedo como el culo... ya se lo dije a todos mis amigos.

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