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Jueves, 15 de agosto de 2013
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Antes de volver a la Argentina, Blur y Tame Impala tocaron en el festival húngaro Sziget

Entre britpop y psicodelia

Durante una semana, una isla de Budapest se dedica cada año a la música, en un encuentro del que acaban de participar Nick Cave, Franz Ferdinand y Mika, entre otros. Allí, dos de los próximos visitantes de Buenos Aires brillaron con shows bien distintos, pero de gran calidad.

Por Martina Arenillas
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Blur revivió sus grandes éxitos ante 200 mil personas.

Desde Budapest

Los fans rockeros que ya tengan su entrada están avisados: sí, van a encontrar eso que están buscando cuando Blur y Tame Impala pasen por la Argentina, en noviembre y octubre, respectivamente. Después de tocar en el festival inglés de Glastonbury y en el español Primavera Sound, la banda inglesa y la australiana llegaron al festival Sziget, realizado entre el 5 y 11 de agosto en Budapest, capital de Hungría. Por sus características –se lleva a cabo en una isla destinada durante una semana exclusivamente a la música y acuden 350 mil personas de 69 países– puede ser el más particular de estos festivales de climas cálidos que el viejo continente ofrece cada año. En la edición número 21 de este evento participaron bandas como Nick Cave & The Bad Seeds, !!!, Bad Religion, Calexico, Franz Ferdinand, Emir Kusturica & The No Smoking Orchestra y Mika, entre otros. Y, claro, la banda de Damon Albarn, que volvió a juntarse después de más de una década de silencio, y los Tame Impala, que siguen ascendiendo con nuevo disco bajo el brazo. Ambas bandas, en momentos bien distintos de sus carreras, se valieron de lo que mejor saben hacer para dar conciertos que estuvieron dentro de lo esperable. Claro que lo que se espera de ellos son shows enormes.

Ir a ver a Blur implica escuchar una colección de clásicos y reencontrarse con los creadores del britpop. Son abanderados de una música imposible de separar de una época y su líder bien lo sabe. Así que eso fue lo que hicieron los ex rivales de Oasis durante casi una hora y media, para las más de 200 mil personas que se agolparon frente al escenario húngaro. Y el cantante Damon Albarn, el guitarrista Graham Coxon, el bajista Alex James y el baterista Dave Rowntree se mantuvieron del lado correcto de la delgada línea que separa la decadencia de lo conmovedor en lo que respecta a las reuniones en el rock, así como en otros planos de la vida. El 2 de noviembre eso podrá apreciarse en Buenos Aires.

El show, tan poderoso como nostálgico, empezó con artillería pesada. “Girls and Boys” sacó chispas y encendió a la multitud desde los primeros acordes. Después llegó “Beetlebum” –aquella balada con la que los fans y la prensa se divirtieron elucubrando estaba o no dedicada a la heroína–, en la que a Albarn le jugó en contra la emoción, porque su voz no paró de desencontrarse con la guitarra de Coxon. Pero si de algo sabe el camaleónico frontman (también líder de Gorillaz y The Good, The Bad and the Queen) es cómo levantarse después de una caída. Sin pensarlo dos veces, se arrojó sobre la masa humana –enardecida, caliente y sudando los 40 grados de temperatura que marcaba el termómetro–, provocando el delirio del público que lo tocó, besó y tironeó. Albarn cantó “Out of Time”, desgarrador, entre la horda de fans, que gentilmente lo mojaron de pies a cabeza para ayudarlo a combatir el calor que no aflojaba.

Lo demás vino solo. Es que no resulta difícil recuperarse cuando se tiene una decena, por lo menos, de temas que son tanto hits como grandes canciones. Las guitarras de “Coffee & TV”, “Country House” y “Parklife” sirvieron para demostrar cómo la música puede transportar a miles de personas en el tiempo, cerca de un par de décadas atrás. La intensidad y los ojos llenos de lágrimas llegaron con “Tender” y “The Universal”. Y para cerrar a millones de revoluciones, el estallido de “Song 2”. Visiblemente cómodo y feliz, Albarn se movió de un lado al otro del escenario, saltó, bailó a la par de las cuatro coristas negras –a las que se escuchó poco– y conmovió con el teclado. Cantó y tocó desde las tripas, con una sensibilidad que pareció invadirlo de pies a cabeza. Podría haber sido ser demasiado, incluso, pensando en el público europeo que adhiere menos a la demagogia y tiene más exigencias que el argentino. Pero en la isla que alberga a Sziget se respira un aire más parecido a Woodstock que en otros festivales, entonces la efervescencia del frontman fue abrazada con calidez y delirio.

Casi veinte años más tarde en la historia, y dos días después de la máquina del tiempo de Blur, los pies descalzos y delicados de los Tame Impala pisaron el escenario secundario, haciéndoles frente a las bandejas de David Guetta, el encargado del cierre de Sziget. Los australianos, valiéndose de sus sintetizadores mágicos y melodías que no conocen principio y fin, sumergieron durante poco más de una hora a los concurrentes en un océano de neón. De remera blanca, chupines, chalina, pelo llovido y en patas, el cantante Kevin Parker actualizó el manual de psicodelia de los ’70 con timidez y talento.

“Se ven hermosos”, piropeó el cantante al público que llenó uno de los escenarios secundarios, antes ocupado por los franceses poperos Zaz. “Y se sienten hermosos”, agregó, reflexivo, antes de sumergir a los presentes –botella de agua en mano, más allá de la enorme variedad de alcohol en la barra, a pasos nomás– en “Why Won’t You Make Up Your Mind”. Concentrado pero fluyendo, el chico sensible pareció más guiado por sus emociones que por la razón. Como sea, no cuesta mucho creerle, porque, más allá de la pose, Parker es genuino con su música. De hecho, sólo él –su cerebro y corazón– está detrás de cada guitarra, teclado, percusión y arreglo que hacen a sus dos discos, Innerspeaker (2010) y Lonerism (2012).

Para el vivo, Parker se acompaña de Jay Watson en teclados, Dominic Simper en guitarra, sintetizadores, el bajo de Paisley Adams en el bajo y la batería de Julien Barbagallo, que hacen posible traer semejante viaje al cosmos a la Tierra. Los puntos más altos fueron “Solitude is Bliss”, “Half Full Glass of Wine” y “Elephant” (primer single de Lonerism), que crearon una atmósfera hipnótica, relajante. Después de dejar a varios enamorados y a más de uno en estado de trance –que quizá continúe en ese estado por las calles de Budapest, quién sabe–, el mágico y misterioso tour de Tame Impala llegará a América latina: el 21 de octubre pisarán el escenario de Vorterix.

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