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Martes, 24 de septiembre de 2013
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Se realizó en Formosa la cuarta edición de Argentina canta

Tormenta de alegría popular

Lluvia y viento no pudieron empañar la fecha del ciclo que es parte del Plan Igualdad Cultural, de la que participaron Iván Noble, Teresa Parodi, Javier Calamaro y Fabricio Rodríguez. En el cierre, todos juntos cantaron “Seguir viviendo sin tu amor” e “Himno de mi corazón”.

Por Cristian Vitale
Desde Formosa

Un relámpago bravo atraviesa el cielo en Formosa, pero Teresa Parodi y Javier Calamaro no lo registran. Guarecidos bajo techo, dentro de uno de los huecos del amplio Anfiteatro de la Juventud, esbozan el último ensayo de “Piedra y camino”. Alrededor circulan, bebiendo vino o picando queso, los Guauchos, rockeros del pago; Fabricio Rodríguez, con la armónica que se aleja poco de su boca; Guillermo Vadalá, el “salvatore” de Spinetta; e Iván Noble. Esperan, todos, por el comienzo de la cuarta edición de Argentina canta –parte del Plan Igualdad Cultural, impulsado por la Secretaría de Cultura y el Ministerio de Planificación Federal de la Nación–, esta vez a orillas del río Paraguay y con el fruto multicolor de la primavera en su día debut. Un fruto parcial, empero, porque ese relámpago que coló su estruendo en medio de la versión previa de Atahualpa Yupanqui parió mil y desató una lluvia a gota gruesa y viento sostenido, que escenificó tal gema cuando le fue entregada al público. Fue la cuarta y última del set de Calamaro. La que siguió a la linda “Este minuto”, al hit “Navegar”, que al cabo resultó una invocación (“Voy navegando a la deriva y sin timón / mientras crece la tormenta que hay en mí”), y a “No me nombres”, cuyo impacto en la heterogénea presencia formoseña, que llegó al lugar luego de un intenso día de recreo primaveral, asumió contornos épicos. De esos que suelen provocar las tormentas cuando hay música. O alegría popular. O ambas cosas, como en este caso.

Así fue el marco hasta el final. Hasta que la misma Teresa Parodi e Iván Noble consumaran sus músicas y junto al resto cantaran dos de ésas que “saben todos”. Pero antes, a clima amenazante pero seco, Guauchos había copado los sentidos colectivos con una música de impacto onírico. Una música que tiene mucho para decir desde el rock –lo que hoy no es poca cosa– y que lo que dice deviene de un alto tacto estético. De millas y millas escuchando al pendular King Crimson y todos sus derivados posibles, tal vez. Pero también folklores. Diversos y muchos folklores. Y un sentido de la fusión que, lejos de caer en nichos híbridos o esqueléticos, abreva en una dinámica de la sorpresa. Como en la versión de “Déjame que me vaya” (Roberto Ternán-Cuti Carabajal) que abre el recital y cierra perfecta en su deformidad. O en “Algo de vos”, el tema que da inicio a Pago, excelente último disco de la banda, nutrido de una voz –la de Federico Baldus– que recuerda a Ariel Minimal no sólo por sus fraseos intrínsecos, también por el sostén musical de secuaces a los que les da por la libertad, igual que a Pez. Música intensa, al cabo, que también repica en el otro estreno que la banda trae entre manos –“Pull (Una canción que espera)”–, apuntalada en la sabiduría de Guillermo Vadalá al bajo, o en “Chakarenga”, cuyos climas cambiantes, cortes y fugas remiten a la vieja guardia progresiva, vista con ojos del siglo XXI.

Entre rayos y centellas, pero aún sin agua, subió a escena el cantautor y armoniquista Fabricio Rodríguez. El autodidacta cordobés trató de concentrar en los cuatro temas “permitidos” por la grilla una parte de los varios estilos que cultiva. Una parte que dejó afuera el jazz, el country, la chacarera o el blues, pero no el chamamé (“Si lo tuviera todo”, de León Gieco); el tango (“9 de Julio”, de José Luis Padula); la zamba (“La Pomeña”, del inextinguible Cuchi Leguizamón); o una balada con pretensiones teen, que el músico dio en llamar “Solo...”; todas, excepto “La Pomeña”, incluidas en su flamante disco Etapas. Detrás llegaron Calamaro y Teresa Parodi, que optó de entre su amplísimo y rico repertorio por “Pedro Canoero”, “Esa musiquita”, “Y qué más”, más una hermosa y sentida versión de “La canción urgente”, cuya impronta emotiva le dejó la escena caliente a Iván Noble, ante el puñado de jóvenes pasados por agua que habían elegido desafiar la tormenta y quedarse.

“Gracias, fueron muy valientes”, lanzó el ex Caballeros de la Quema desde el escenario, y lógicamente confiado en el bajo de Vadalá, encaró una grilla contundente, sustentada y legitimada por su historia hecha de canciones: “Si supiera cuál es mi vaso” fue el arranque; sobrevino “Olivia”, coreada por mayoría de chicas con el cuerpo totalmente tendido sobre las vallas; el inoxidable “Oxidado”, de los Caballeros, y el ya clásico “Avanti morocha”. Principio del fin de una noche que coronó su impronta con todos juntos, en escena, recreando dos versiones de sendos semidioses del rock argentino: “Seguir viviendo sin tu amor”, de Luis Alberto Spinetta, e “Himno de mi corazón”, de Miguel Abuelo. Consumado el coro, y satisfecha la demanda de la producción –que el festival termine acorde con lo planeado, claro–, una formoseña con acento guaraní dio en la clave: “Me empapé, pa, pero valió la pena”.

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