
Es posible que el primero que haya pensado al R茅quiem como una obra sobre los muertos pero destinada, principalmente, a los vivos, haya sido Antoine Busnois. Este compositor flamenco del Renacimiento introdujo, por primera vez, la secci贸n Dies Irae y dio lugar, all铆, para hablar no s贸lo de las iras del dios sino, tambi茅n, de las de los hombres. El propio texto latino est谩 lleno de contradicciones, entre la idea de la muerte como un descanso y, por otra parte, la invocaci贸n al castigo (y al miedo) para aquellos que no acepten su suerte con cristiana resignaci贸n.
Tom谩s Luis de Victoria, que construy贸 a partir del R茅quiem dos distintas versiones y una verdadera summa del saber polif贸nico 鈥搚 de las muy humanas posibilidades de dramatizaci贸n sonora de las furias y de los reposos eternos鈥; H茅ctor Berlioz, que lo llam贸 Gran misa de los muertos y lo convirti贸 en teatro de operaciones para un ensayo acerca de la espacializaci贸n a gran escala, situando grupos de bronces en distintos lugares del recinto; Wolfgang Mozart, Antonin Dvorak y Giuseppe Verdi buscaron, cada uno a su modo, encontrar su manera de hablarles a los vivos de los muertos 鈥搈谩s que de pedirle a Dios por sus almas鈥 y Johannes Brahms directamente renunci贸 al texto latino y compuso un R茅quiem alem谩n, en homenaje a su madre. Benjamin Britten, en 1961, llev贸 esas contradicciones hasta su m谩xima posibilidad, las explot贸 contrast谩ndolas con otro texto, los poemas de Wilfred Owen, que adem谩s hab铆a sido soldado y hab铆a muerto en la Primera Guerra Mundial. Incorpora un peque帽o texto del ordinario de la misa, que no pertenece al R茅quiem: 鈥渄anos la paz鈥. Y compuso la m谩s extraordinaria obra en contra de la guerra 鈥搚 tal vez de los dioses que la permiten鈥 que pueda imaginarse.
El Col贸n incluy贸 esta obra en su abono de 贸pera de este a帽o. M谩s all谩 de que obviamente no se trata de una 贸pera, el sentido teatral de la obra lo hace pertinente. Y es que, igual que Luigi Nono en su Prometeo aunque por otros medios, el de Britten, en este caso, es un teatro del sonido. No hay historia, salvo la que cuentan los contrastes y las distintas ubicaciones de los distintos grupos instrumentales y vocales 鈥搕res solistas, coro, coro de ni帽os, 贸rgano, orquesta y orquesta de c谩mara鈥. Britten, un estudioso del barroco, se gu铆a en este R茅quiem por una de las artes de los ingleses del pasado: la ret贸rica. Y se complace en contradecir, muchas veces, lo que dice un texto 鈥揺l latino鈥 con lo que dice el otro 鈥揺l de Owen鈥 o, directamente, con la m煤sica. Obra inmensamente dif铆cil de concertar y con un poderoso andamiaje estructural que una interpretaci贸n demasiado centrada en lo emotivo podr铆a hacer fracasar de plano, el R茅quiem de guerra tiene en esta ocasi贸n una lectura poderosamente respetuosa y que logra momentos de gran altura. Los organismos estables del teatro, orquesta, coro y coro de ni帽os, tuvieron una actuaci贸n fant谩stica, en la funci贸n de estreno, logrando tanto el sonido de la furia como el del dolor y la tragedia. Parejos en todas sus filas, la Orquesta y los coros tuvieron una noche memorable, conducidos con seguridad por Guillermo Scarabino. V铆ctor Torres, en la voz de bar铆tono, fue un extraordinario int茅rprete, en una l铆nea estil铆stica muy cercana a la gran tradici贸n de esta obra (Fischer-Dieskau, John Shirley Quirk, Simon Keenlyside). Y Tamara Wilson, con muy buena voz, de color homog茅neo y potentes agudos, tuvo una excelente actuaci贸n. Enrique Folger, de muy digno rendimiento, fue, no obstante, lo m谩s discutible del elenco. Se trata, sin duda, de un excelente tenor, pero su estilo est谩 en las ant铆podas del que podr铆a esperarse para este papel, pensado como un guante para Peter Pears y modelado a partir del Evangelista de las pasiones bachianas.
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