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Lunes, 14 de octubre de 2013
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Recital de Liliana Herrero en el Teatro Coliseo

Muestrario de rabias y afectos

La intérprete se mostró como lo que es: una cantante extrema y sensible. Presentó las notables canciones de Maldigo, su último disco, en el que versiona con su capacidad transformadora temas de Aristimuño, Cabrera, Miguel Abuelo y Violeta Parra, entre otros.

Por Santiago Giordano
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En vivo, las canciones interpretadas por Herrero multiplican sus sentidos.

Se levanta el telón y el teatro no está, faltan los fondos, las bambalinas, las patas, los expedientes de la tradición escénica y su caja. Sólo hay luces penumbrosas y humo sobre la precariedad de los muros desnudos, sobre la impudicia del ladrillo que se deja ver; sobre eso que nunca se pule porque no se muestra y ahora es el escenario. La banda ya suena, intensa pero no fuerte, y desde el fondo Liliana Herrero avanza hacia el proscenio. “Los ojos de los niños... cuando el mundo los cautiva”, canta y todo lo que suena tiene que ver con ese escenario en el que anversos y reversos empiezan a entreverar sus posibilidades. El viernes, en el Teatro Coliseo, Liliana Herrero presentó Maldigo, su nuevo disco: un corajudo muestrario de rabias y afectos que, puesto en escena, se embarazó de sí mismo y multiplicó sus sentidos, sus alcances, sus preguntas; que se elevó por sobre las categorías de lo eventual con esa tenaz voluntad transformadora que distingue a la cantora y a una banda que en muchos sentidos se le parece.

Pedro Rossi (guitarra), Martín Pantyrer (clarinetes y saxos), Ariel Naón (bajo y contrabajo) y Mario Gusso (batería y percusión), con la participación de Lucio Balduini (guitarra eléctrica) y Mauricio Bernal (marimba), compusieron un marco instrumental de transparente solidez, capaz de recostarse de variadas maneras sobre las canciones, de explotar o callar, de respirar con las palabras y la voz que las levantaba.

“Bagualín”, de Fernando Barrientos; “Marte”, de Tomás Aristimuño; “Oye niño”, de Miguel Abuelo; y “Run Run se fue pa’l Norte”, de Violeta Parra, dieron forma al primer segmento del concierto, además de ese maravilloso retrato del tiempo que es “La garra del corazón”, del uruguayo Fernando Cabrera, compositor con el que Herrero logró, una vez más, una empatía extraordinaria. Del mismo Cabrera la cantora haría luego “La casa de al lado”, el único tema de la lista, bises aparte, que no era del nuevo disco; una versión distendida, como para dejar sentado de qué manera Herrero es capaz de hacerse dueña de las canciones sin expulsar al compositor.

Herrero, que dedicó el concierto al Cuchi Leguizamón, a Juan Falú y a Guillermo Klein –toda una declaración de principios éticos y estéticos–, canta, conversa, calla, escucha, camina, sonríe, se desespera, se quiebra, se recompone. Su cantar está hecho de todo eso. En todo caso su voz es un gesto complejo y articulado, que comienza en la palabra, se prolonga en su cuerpo, retumba hacia afuera y con todo eso regresa a la misma palabra que ya quiere decir otra cosa. Herrero es una intérprete extrema y sensible, una cantante única. Sobre todo cuando, apelando a un refinado arte de la elipsis, en cada repetición va eligiendo las palabras, hasta dejar la frase poderosa, el núcleo expresivo del tema; como en el caso de “Garzas viajeras”, el clásico de Aníbal Sampayo, cuando concluye con un lapidario “qué distinto atardecer” que lo explica todo. “Este concierto es una sola canción”, dice Herrero y sigue cantando. Como piezas que van completando el gran mosaico, llegaron “Salitral”, de Carlos Marrodán; “El mar”, de Dorival Caymmi; y “Pastor de nubes”, de Fernando Portal y Manuel Castilla, con Raly Barrionuevo como invitado.

Antes del inicio, el primer aplauso de la noche había sido para Martín Sabbatella, mientras se acomodaba en la platea. Más tarde, durante el concierto, Herrero señalaría la presencia del titular de la Afsca: “Vamos por más, Martín, por mucho más”, le dijo la cantora desde el escenario y agregó: “Pero que nadie se sienta excluido; tenemos que ir todos juntos, desde distintos lugares, los que pensamos de una manera y los que piensan de otra”. En el final, antes de versiones de Charly García y Spinetta en los reclamados bises, llegó “Trabajo quiero trabajo”, de Yupanqui, y la estremecedora versión de “La diablera”, la zamba de Antonio Nella Castro e Hilda Herrera. Otra prueba extrema. Más aplausos.

Durante una hora y media, por sobre el bien, el mal y sus graduaciones, Herrero cantó, dijo, cumplió el prodigio transformador de su manera de interpretar que, entre muchas cosas, está hecha de la imperiosa necesidad de hacer de la canción algo más que una gema para coleccionar. Acaso una piedra para lanzar.

9-Recital de Liliana Herrero

Presentación de Maldigo

Músicos: Pedro Rossi (guitarras), Ariel Naón (bajo y contrabajo), Martín Pantyner (vientos), Mario Gusso (percusión y batería). Invitados: Raly Barrionuevo (voz), Mauricio Bernal (marimba) y Lucio Balduini (guitarra eléctrica).

Lugar: Teatro Coliseo.

Fecha: viernes 11 de octubre.

Público: 1200 personas.

Duración: 90 minutos.

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