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Lunes, 27 de enero de 2014
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MUSICA Apertura del 54º Festival de Folklore de Cosquín

Diversidad genérica en la primera luna

Una plaza Próspero Molina repleta bailó hasta el amanecer al ritmo del chamamé, la chacarera, los carnavalitos, la zamba, el tango y un sinfín de ritmos que dan cuenta de la variedad de lenguajes que conviven en la Argentina.

Por Sergio Sánchez
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Bruno Arias regó de color y baile andino el escenario Atahualpa Yupanqui y confirmó su título de consagración.

Desde Cosquín

La ciudad de Cosquín, nuevamente, se convirtió en un hormiguero. Había gente por todos lados: en los puestos de comida, en los negocios de artesanías y merchandising, en los espectáculos callejeros y en todos los espacios destinados al turismo. La calle San Martín, la que conduce a la plaza Próspero Molina, reflejaba un paisaje variopinto. Durante la mañana, las delegaciones de todas las provincias desfilaron por esa calle y mostraron las vestimentas y costumbres típicas de cada región. Esa misma esencia fue la que se reflejó en la primera luna coscoína: una plaza repleta –las entradas se agotaron– bailó hasta el amanecer al ritmo del chamamé, la chacarera, los carnavalitos, la zamba, el tango y un sinfín de ritmos que dan cuenta de la variedad de lenguajes que conviven en la Argentina. Es, como dicen, el festival más federalista del país.

Después del clásico despliegue de fuegos artificiales, Bruno Arias tuvo la difícil tarea de abrir el festival. Pero no se lo notaba nervioso. Disfrutó cada momento de su concierto, regó de color y baile andino el escenario Atahualpa Yupanqui y confirmó su título de consagración –o, al menos, el público se lo hizo notar con una ovación final–. El chango de Jujuy no se anduvo con chiquitas: se trajo a dos ballets, uno de la Puna y otro de la Quebrada de Humahuaca –con bailarines de Maymará, Tilcara y Humahuaca–. Medio centenar de bailarines evocaron al carnaval jujeño, con trajes de diablos y toda la mitología andina. El gesto solidario de compartir su escenario y no ser el centro de la escena fue muy bien recibido. “La vi por vez primera”, “Caminantes” y el himno “Kolla en la ciudad” fueron algunas de las canciones del repertorio. Más tarde, en la peña La Salamanca haría un repertorio más íntimo y no tan festivalero.

La variedad predomina en Cosquín. El folklore riojano tuvo un representante de honor: Sergio Galleguillo, quien puso de pie a toda la plaza. Su propuesta tuvo un eje predominante: la festividad del carnaval. Nunca bajó la intensidad rítmica ni el despliegue escénico –subió, en varias ocasiones, un ballet oriundo de sus pagos–. Y cantó para la hinchada, como se suele decir. “Te guste o no su estilo musical, lo de Galleguillo fue un festejo popular. En este tipo de festivales es difícil que haya lugar para propuestas que invitan al silencio, como las de Juan Falú”, deslizó un músico detrás de bambalinas, que no quiso que citaran su nombre. Es cierto que, salvo que el artista sea Yupanqui o ya se haya ganado un espacio –como Falú–, este tipo de festivales condicionan, en parte, al repertorio. Predominan los clásicos (¿Cuántas veces sonará “Zamba para el olvido” a lo largo del festival?) y los ritmos “alegres” y bailables. No hay tanto lugar, en cambio, para las cadencias más templadas o la música instrumental o más austera. Quienes tienen las cosas más fáciles son artistas fogoneados por los medios, como Jorge Rojas, quien tuvo un gran apoyo del público.

No obstante, músicos de perfil bajo, que la reman día a día y que indagan en expresiones más fieles a su tiempo y lugar, como el misionero Joselo Schuap, tarde o temprano son reconocidos. De hecho, después de su actuación, recibió un premio por su trayectoria y por su “lucha por la preservación del agua”. “Ríos libres para pueblos libres”, gritó desde el escenario. Schuap acaba de publicar El sueño del pibe, un disco en el que contó con una fuerte colaboración de León Gieco y en el que da cuenta de la crisis de los recursos naturales. “Elegí caminar el camino de la tierra, no de la alfombra roja del éxito”, dijo en conferencia de prensa. Y así lo hace: es un músico que viaja todo el tiempo por el país para investigar las raíces musicales y apoyar causas nobles, como la lucha por la tierra. Al cierre de esta edición, Luciano Pereyra, los santiagueños Orellana-Lucca, Peteco Carabajal, Antonio Tarragó Ros, Baglietto-Vitale y Mariana Carrizo daban cuenta de la versatilidad del festival. Hoy será el turno de Canto 4, Los Tekis, Inti Huayra, Facundo Toro y Emiliano Zerbini, entre otros.

“Cosquín es un festival que representa las identidades culturales argentinas”, sostuvo José Luis Castiñeira de Dios, a cargo de la Dirección Nacional de las Artes, durante la conferencia de prensa inaugural. “En estos 50 años la Argentina hizo suyo un cancionero popular –analizó–. Y los artistas hacen suyo el repertorio de otras regiones, no se quedan sólo con los ritmos de su lugar.” A su turno, María Elena Troncoso, directora de Acción Federal, dependiente de la Secretaría de Cultura de la Nación, se refirió al programa Cultura en Acción, que este año hace su debut en las calles e instituciones coscoínas con una gran cantidad de actividades gratuitas. “La intención es visualizar espacios que pertenecen a Cosquín, pero que en realidad son de todos los argentinos”, enfatizó Troncoso.

Además de impulsar muestras fotográficas, conferencias y ciclos de música y cine, el programa hará la presentación del Instituto de Cultura Pública y el recientemente creado Instituto Nacional de la Música, dirigido por Diego Boris. “Dos órganos fundamentales”, resaltó la funcionaria. El intendente de Cosquín, Marcelo Villanueva, también destacó que Cosquín “no es sólo el espectáculo que sucede en la Próspero Molina, sino que se trata de una movida cultural muy grande”. Otra propuesta interesante es la muestra Música Argentina en 200 años, que se puede apreciar hasta el 2 de febrero en la escuela Julio A. Roca. “La muestra refleja la diversidad musical argentina, un espacio sonoro multiforme que incluye los sonidos de los pueblos originarios, la música de raíz afro, las músicas europeas y muchas otras”, explicó Castiñeira de Dios. La exposición da cuenta, a través de fotografías, archivos audiovisuales, instrumentos y partituras, de la evolución y rasgos particulares de cada género musical, en el marco de un relato que despliega los procesos sociales, políticos y culturales que los acompañaron.

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