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Viernes, 7 de febrero de 2014
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UNA NUEVA CAMADA DE NOTABLES MUSICOS DE JAZZ ARGENTINO VENDEN SUS DISCOS EN FORMATO VIRTUAL

La web como forma de que el jazz siga vital

Si la cantidad de lanzamientos digitales del género dan como para hablar de un fenómeno, lo que en verdad importa es la calidad. Hay que prestar atención a trabajos como los de Juan Manuel Bayón, Fran Cossavella, Mauricio Dawid y Santiago Leibson, entre muchos otros.

Por Diego Fischerman
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Bayón, Leibson y Dawid son parte de una generación que despierta elogios por parte de sus colegas ya consagrados.

Para Hemingway, “la dignidad del movimiento de un iceberg se debe a que sólo un octavo asoma fuera del agua”. Dejando de lado los aspectos valorativos, podría pensarse en los mismos términos con respecto a los movimientos de la cultura. Y si aparentemente de la nada aparece, por ejemplo, una nueva camada de músicos de jazz en una ciudad tan alejada de los centros como Buenos Aires, con un conjunto llamativo de ediciones discográficas de un nivel notable y, además, recurriendo a maneras de producción y circulación nuevas para el mercado, habría que pensar, necesariamente, que hay por lo menos siete octavos de la cuestión que, en principio, permanecen bajo la superficie.

Los primeros llamados de atención son, como siempre, dispersos. Un músico habla de algún otro. Ciertos nombres, al comienzo desconocidos, empiezan a ser escuchados con insistencia. Un maestro menciona a cierto alumno. Y, como si se empezara a bucear, lentamente, alrededor del iceberg, empieza a aparecer, en páginas de Internet que a su vez llevan a otras, en huecos de conversaciones que antes pasaban inadvertidas, un universo de referencias y un proceso de solidez contundente. El detonante puede ser, como sucedió en este caso, las encuestas publicadas en la red por el blog de la disquería Minton’s y por El Intruso. Allí, varios de los músicos consolidados de la escena del jazz local mencionaban discos nuevos, de músicos nuevos y, como si fuera poco, agregaban: “Pero creo que sólo se puede comprar para bajar”. O sea, discos que prescindían del disco. O, por lo menos, de ese objeto tal como había sido concebido por una industria que, salvo ocasionales acercamientos, más guiados por el espanto que por el amor, cada vez aparecía más esquiva a cualquier género musical que no fuera masivo.

Pero, por debajo de la línea de lo visible, hay fenómenos como la creación y continuidad de la carrera de jazz del Conservatorio Manuel de Falla –una línea que va de profesores a alumnos y que ya abarca varias generaciones–, un festival de jazz de Buenos Aires que ha encontrado un estilo y que funciona como referencia real para músicos y oyentes y, como paisaje de fondo, una posibilidad de actualización de la información

inédita. “Sin YouTube hubiera sido imposible que fuera la cantidad de gente que fue a escuchar a Tim Berne y que supiera de qué se trataba”, dice el pianista Santiago Leibson, una de las más recientes revelaciones del jazz argentino, en relación con la actuación del saxofonista en el último Festival de Jazz pero, sobre todo, acerca de las maneras en que circula la información gracias a la red virtual.

“Creo que las dos cosas están conectadas”, dice el contrabajista Juan Manuel Bayón, uniendo la existencia de nuevas músicas y de nuevas formas de comercialización. El es uno de los que ocupan un lugar transicional. De una generación distinta que los ya consagrados –Adrián Iaies, Ernesto Jodos, Enrique Norris, Carlos Lastra e incluso los más jóvenes Paula Shocrón, Mariano Loiácono o Francisco Lo Vuolo–, ha tocado con varios de ellos. Pero también aparece formando parte de algunas de las nuevas aventuras, como el excelente El límite de la conciencia, del baterista Fran Cossavella, donde también tocan el pianista Santiago Leibson y el saxofonista Juan Presas. Ese disco, junto a Amón, del trío de Leibson (con Maximiliano Kirszner en contrabajo y Nicolás Politzer en batería); Sonora, del contrabajista Mauricio Dawid (con Federico Lazzarini en trompeta, Misael Parola en saxo alto, Tomy Fares en piano y Cossavella en batería), y Se muta, del guitarrista Damien Poots (con Sergio Wagner en trompeta, Juani Méndez en saxo tenor, Dawid en contrabajo, Cossavella en batería y, como invitado en un tema, Fares en teclados), son los que el sello Kuai tiene ya en existencia (virtual). Dawid, uno de los creadores del emprendimiento, cuenta que están ajustando cuestiones que tienen que ver con la posibilidad de venta: hasta ahora el mecanismo era únicamente a través de PayPal, pero eso no permitía las compras con tarjetas de crédito argentinas, que con ese medio están interdictas para las operaciones locales. Y también menciona que el catálogo se ampliará de manera notable en los próximos meses, con una segunda tanda que incluye discos del saxofonista Miguel Crozzoli, el del guitarrista Francisco Slepoy, otro de Cossavella (esta vez con el grupo Kybalión, con Crozzoli y Leibson) y el del baterista Pablo Díaz, además de las nuevas producciones de Bayón y de Paula Shocrón.

Bayón remarca que más allá del proyecto cooperativo, y “de encontrar un marco colectivo para proyectos individuales”, se trata de una verdadera comunión de artistas, con objetivos comunes y con múltiples puntos de contacto, aunque naveguen por estéticas diversas. De hecho, todos ellos participan también del Colectivo de Compositores. “Somos 40 o 50 músicos, de entre 20 y 30 y pocos años, que estrenamos obras”, explica Bayón. Cada quince días se sortean dos autores, que componen para tocar a primera vista, sin ensayo previo, en un lugar llamado La Playita, en Roseti 122. “Se trata más de ensayos abiertos que de conciertos –dice el contrabajista–, pero eso nos permite un ejercicio y un intercambio que resultan riquísimos.”

En la charla que Bayón, Dawid y Leibson mantienen con Página/12 se habla, obviamente, de la industria discográfica. “Es un momento raro”, sintetiza el primero de ellos. “Por una parte, cada vez es más barato y más fácil grabar un disco; por otra, es cada vez más difícil venderlo.” Y es que, a pesar de todo lo que se dice, para los músicos el disco sigue teniendo un valor simbólico muy alto. Y, para los oyentes más dedicados, hay allí, también, algo irreemplazable. “Tenemos el deseo de grabar discos que se puedan hacer, que muestren lo que hacemos, y cuya venta cubra los gastos”, apunta Dawid. “Queremos, sobre todo, poder difundir lo que tocamos”, agrega Leibson. “Internet propone un infinito de sobreestimulación y hay que ver cómo se hace para poder asomar la cabeza en ese mundo”, reflexiona Bayón, quien enfatiza, además, que no se trata sólo de tener un sello, sino de que exista un portal virtual y que la música pueda, también, ser escuchada online. Dawid explica: “Para nosotros es fundamental que eso esté muy activo, que siempre se esté subiendo música nueva y que posibilite que se haga una red; que por un disco la gente llegue a otro”.

Para Bayón, “hay una puerta que abrió el Quinteto Urbano. Y también Escalandrum. Y, por supuesto, Jodos y Norris. Ellos mostraron caminos donde la composición se liga con proyectos creativos. Que la única posibilidad del jazz no era juntarse a tocar, eternamente, sobre los standards (los temas clásicos del género). Por supuesto que también lo hacemos. Y es parte de nuestro aprendizaje. Pero entendemos que la composición es algo vital, ya no sé si para el jazz, pero para nosotros seguro que sí.” Leibson, por su parte, señala algo que, escuchando los discos de estos músicos, resulta llamativo. “Me parece que muchos de nosotros estamos en una búsqueda similar. Los estilos son distintos, pero a todos nos preocupa integrar la escritura y la improvisación.” Si se mira el panorama de lo publicado –o puesto en circulación– últimamente, hay que contabilizar, también, aquello que los músicos editan de manera independiente –e individual–, como el excelente Rodrigo Agudelo y La Salamanca, donde este guitarrista y autor –también aquí el sesgo compositivo resulta relevante– toca con Fares alternándose en el teclado con Alan Zimmerman, Hernán Merlo en contrabajo, Pablo Moser en saxos tenor y soprano, Cossavella en batería y Leonel Cejas como contrabajista invitado en un tema. O El imperio de las luces, de Andrés Hayes (editado por Sofá Records). O No Fear, de Fernández 4 (Cirilo Fernández, Pipi Piazzolla, Mariano Sívori y Nicolás Sorín). Y, también, lo que ponen en circulación sellos casi unipersonales, como Rivorecords –que este año publicó el magnífico Hot House del noneto del trompetista Mariano Loiácono; Goodbye, de Adrián Iaies; See See Rider, de Paula Shocrón, y Backstage Sally, de Alan Zimmerman y Sergio Wagner–, o BlueArt, que lanzó dos producciones excelentes: Bondades, de Suárez, Socolsky, Heinrichsdorff y Dawidowicz, y Vuelos, del contrabajista Horacio Fumero en trío con Loiácono y el pianista Diego Schissi.

Parte de los siete octavos del iceberg que permanecen bajo la superficie tiene que ver con algunos músicos que, cada tanto, remueven el avispero tanto por su manera de tocar, o de formar grupos e integrar unos intérpretes con otros, como por la información (y la actualización de esa información que ponen en juego). Los boppers de los ’50 –los hermanos Barbieri, Lalo Schifrin, Horacio Malvicino–, por ejemplo, transformaron no sólo el universo de los nombres a tener en cuenta, sino lo que se escuchaba en Buenos Aires. Un guitarrista radicado desde hace años en España, Guillermo Bazzola, fue uno de los que, más recientemente, incorporó a la enciclopedia colectiva nombres propios, y maneras de entender la frase, la subdivisión rítmica y la armonía, que hoy ya son corrientes, pero que resultaban absolutamente nuevas hace veinte años. Jodos, que siendo muy joven tocó con él, continuó esa línea. Hoy, para el universo del jazz local, Andrew Hill o Paul Bley son casi una lengua franca. Y hay alumnos de Jodos (Shocrón, Lo Vuolo y, más cerca, Leibson), de Loiácono y de Norris, y discípulos de sus discípulos que ocupan –o comienzan a hacerlo– lugares centrales en la creación actual.

Cuando se habla de la vitalidad de un género o de su merma, suele confundirse la creación con el consumo. Y es que, aun cuando en última instancia se conecten y estimulen mutuamente, no es lo mismo que una ciudad produzca su propia música o que no lo haga. Bayón, Dawid y Leibson coinciden en ponerse al margen de cualquier búsqueda impostada de localismos musicales. Y, sin embargo, quizá simplemente porque tocan unos con otros y porque comparten una cierta enciclopedia –o porque, aunque no quieran mimetizarse con ello, hay un cierto aire que todos respiran–, su música suena distinta de la que se hace en Manhattan, París o Chicago. Hay algo allí –como lo había en el Gato Barbieri, que era rosarino y viviría en Europa y en los Estados Unidos– indefiniblemente porteño. Ya la cantidad de lo que se publica de manera independiente, por sí sola, alcanzaría para hablar de un fenómeno. Pero lo realmente importante no es eso sino la calidad. Todos los discos mencionados, se los compre o no, pueden ser escuchados online. Vale la pena hacerlo.

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