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Jueves, 13 de febrero de 2014
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A los 51 años falleció ayer el músico cubano Santiago Feliú

El trovador de la guitarra zurda

Era uno de los referentes de la “segunda generación” de juglares cubanos. Como solista o acompañando en sus giras a artistas como Serrat, Pablo y Silvio, se destacó por la sensibilidad de sus canciones.

Por Karina Micheletto
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Feliú tenía una relación muy estrecha con la Argentina.

“Se lo llevó un infarto”, escribió en su blog Silvio Rodríguez al dar la noticia de la muerte de su amigo y colega Santiago Feliú. Estaba dando una noticia completamente inesperada; tanto, que este mismo sábado el fallecido trovador tenía previsto dar un concierto en la capital cubana, en el espacio Fábrica de Arte Cubano. Santiago Feliú murió ayer a los 51 años, y era uno de los referentes de la “segunda generación” de trovadores cubanos más reconocidos de Latinoamérica. Con su proyecto solista junto a la banda que formó en 1985, o acompañando en sus giras a artistas como Joan Manuel Serrat, Luis Eduardo Aute, Fito Páez, Pablo Milanés y Silvio Rodríguez, fue uno de los trovadores cubanos más conocidos y convocantes. Con la Argentina, donde había vivido un tiempo durante los ’90, mantenía una relación estrecha, con amigos músicos y visitas muy frecuentes. “He tenido la suerte de recorrer la Argentina varias veces. Siempre he dicho que aquí es donde más he sentido que se me asimila”, decía.

Santiago Feliú había nacido en La Habana el 29 de marzo de 1962, y en su familia había al menos otro miembro destacado: Vicente, su hermano mayor, uno de los fundadores del Movimiento de la Nueva Trova Cubana junto a Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Noel Nicola, entre otros. Como compositor, su marca distintiva estaba en el tono de sus canciones, con una marca social que no era explícita ni lineal; con ese tono compuso canciones tan hermosas como “Para Bárbara”. “Mi búsqueda se basa en tratar de ser distinto de mí mismo en cada creación. Digamos que es la mejor forma que tengo de ser auténtico, de ser yo mismo. Es decir, no repetirme, tratar de sacar todos los caminos musicales y poéticos que tenga dentro”, decía él. Como músico, lo distinguía su particular toque de zurdo en una guitarra a la que no le modificaba el orden de las cuerdas, aunque también ejecutaba el piano, el bajo, la armónica y la percusión.

Feliú había llegado a vivir un tiempo en la Argentina, durante los ’90. Antes y después de esas épocas de residencia permanente, sus visitas fueron continuas y asiduas, comenzando por su gran debut local, en 1985 y presentado por Silvio Rodríguez, en una serie de conciertos en el Luna Park que fueron históricos. “Fueron cinco Luna Park inolvidables. Tenía 23 años, ¡imagínese! Cantar con Silvio y ser acompañado por la bandona Afrocuba... Luego, conocer y compartir con León, Fito y Baglietto marcó un antes y un después en mí como creador, destapó mi veta rockera. Quedé flasheado: toda la euforia del comienzo de la democracia unida a la euforia por la canción de Silvio. Fue tremendo. Gracias a esos conciertos pude entrar en la Argentina, para quedarme y para siempre volver”, recordaba aquel debut.

Desde entonces, sus visitas y conciertos en la Argentina fueron tan asiduos como agradecidos por un público que respondía a cada convocatoria. Solo, en compañía de su hermano Vicente o con su grupo, recorrió durante años el interior del país con los discos que iba sacando de modo independiente. Se acercó al movimiento de la Alternativa Musical Argentina, que en ese entonces nucleaba a la mayoría de los autores y compositores independientes. En 1986 se presentó en la apertura del encuentro de ese movimiento, compartiendo durante tres días escenario y vivencias con artistas y grupos como Ramón Ayala, Zito Segovia, Aníbal Zampayo, Magma, MPA, Lito y Liliana Vitale, Juan Falú, Alberto Muñoz, Jorge Fandermole y Emilio Del Guercio.

Feliú tenía además aquí buenos amigos a los cuales visitar en cada viaje: Fito Páez, Juan Carlos Baglietto, León Gieco, entre otros colegas. Fueron muchas, también, las notas en las que habló con Página/12 de su música, de Cuba y de la Argentina, siempre por mail, la manera más eficaz de sortear una tartamudez que en escena desaparecía por arte de magia. “Mi tartamudez cuando soy entrevistado me convierte en una especie de mudo virtuoso... así que conversemos con los dedos”, se excusaba con humor.

Se tomaba tiempo entre cada trabajo discográfico: en 2002 había editado Sin Julieta, un trabajo que escapaba a la clave estrictamente “social”, aunque recorrido por cierta idea de la imposibilidad de hallar el amor como otra forzosa clave de época. “Canciones de amor desamorado”, las presentaba él. “De mi generación, no veo más que dos o tres parejas que estén pasando por un amorazo verdadero. Veo sí parejas donde no hay ni Julieta ni Romeo sino miedo a la soledad, o alianza para el progreso, como se suele decir”, definía en una de las entrevistas con este diario, cuando vino a presentar aquel disco.

Pasaron ocho años para que editara su siguiente CD, que sería el último: Ay la vida, de 2010, en el que ofrecía “doce canciones donde hablan las palabras y los silencios”. Una de ellas iba dedicada a su hijo y otra –“Planeta Cuba”– trazaba un perfil de los cubanos, ese pueblo que sigue resistiendo.

A Feliú le cabía sin dudas la categoría de “trovador”, y esa era la definición que elegía para presentarse, por sobre la de “cantautor”. “Trovador es para los cubanos un término definitorio, muy ligado a la poesía cantada –explicaba a Página/12–. Son más de dos siglos de trova, de canciones al amor, a la patria. Muchos trovadores participaron no sólo con su canción en las guerras independentistas. Y estas guerras no han terminado... De modo que prefiero que me digan ‘trovador’, porque ‘cantautor’ es aquel que canta lo que compuso y chau... El trovador es más juglar, más poeta de la canción. Justo lo que en estos tiempos se vuelve a necesitar.” Ha muerto un trovador cubano.

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