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Jueves, 13 de marzo de 2014
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El brasileño y el argentino protagonizaron una noche de pura magia en el SHA

Jaques y el Chango, dos a quererse

Se conocieron hace muy poco, pero lo del martes permitió entrever una colaboración que puede dar grandes cosas. Breve lo de Spasiuk, generoso lo de Morelenbaum; la velada terminó con ellos divirtiéndose en escena, encontrando un lenguaje común en Piazzolla.

Por Gloria Guerrero
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Estos músicos hicieron de sus estilos universos de abrumadora exquisitez: el martes los planetas se alinearon.

Por tratarse de dos sujetos que jamás se habían dado la mano, sino hasta tres días antes de este doblete (se conocieron en persona recién el domingo pasado), el mérito del concierto en el SHA resulta triple. Las dos primeras frutillas del mérito son individuales –si bien, ya de toda la cultura popular– porque, cada quien en su planeta, Jaques Morelenbaum (59) y el Chango Spasiuk (45) han hecho, de sus estilos, universos de abrumadora exquisitez. El remate del postre fue la noche del martes pasado: los planetas se alinearon, como en una brochette.

Resulta algo fastidioso enterarse de que el enorme y erudito Morelenbaum (adláter de sus compatriotas Tom Jobim, Caetano, Gal Costa, sí, pero también colaborador célebre de artistas señeros de Portugal, Gran Bretaña, Cabo Verde, Estados Unidos, Italia, México o Japón) no supo nunca, hasta hace unos cuantos meses, del chamamé ni del Chango, habiéndolos tenido bastante tanto más cerca en Apóstoles, Misiones, justo en la frontera con el Brasil. No sabía ni que existían.

Pero nunca es tarde. Y menos, de este modo.

A sala repleta, con puesta y escenografía espartanas y un sonido impecable de Amílcar Gilabert, fue el “Jesús en alpargatas” quien dio la bienvenida, puso sobre su falda su “mantita” (que para otros artistas de acordeón o bandoneón suele ser un paño mediano, pero en su caso parece un cobertor de plaza y media) y dio cátedra aporreando teclas y botones a todo gusto y placer: el acordeón del Chango, si el Chango quiere, puede sonar hasta como un flautín.

Para empezar, eligió “Alvear orilla” y siguió con “Chamamé crudo” y “Starosta” y la “Suite del nordeste” y “Mi pueblo, mi casa, la soledad”, hasta que terminó de afirmar bien los pies en “La tierra colorada”, que es de donde viene todo eso. Entre tema y tema, Spasiuk no dice nada; pero cuando sonríe, o cuando pega un pequeño grito, es como si se iluminara toda la cuadra. (“¡¡¡Changoooooo!!!”, largó los pulmones una fan desde el superpullman. “¡¿Quéeee?!”, fue la respuesta, y se acabó la conversación. La dama no tenía nada más que agregar; el artista, tampoco.)

Recién muy poco antes del final de su brevísimo set, Spasiuk explicó a la gente el origen de esta juntada con Morelenbaum: la insistencia de un amigo en común, la curiosidad de talentos y, textualmente: “Crear un espacio y después irlo llenando, con el tiempo”. Para la fervorosa grey chamamecera, la media hora de su presentación tuvo gusto a poco; a Morelenbaum, luego, se le reservó una hora entera, que el brasileño y sus dos acólitos bien supieron aprovechar.

Empiezan ruidito, cuerdita... ruidito, cuerdita (¿qué es esto?)... notita, ruidito... ¡y, de golpe, el tipo se suelta... como un competidor olímpico en patinaje artístico sobre hielo! ¡Y larga...!

Así es Morelenbaum: “Samba de una nota sola” era una que sabíamos todos (1959, música de Tom Jobim), pero nos la metió sin que nos enteráramos siquiera. El teatro se enciende. Después hará lo que se recuerda en las voces de Joao Gilberto o Chico Buarque o Caetano Veloso... pero Jaques no canta. El sólo frasea (sin el micrófono cerca, pero se lo escucha igual) cada nota de maravilla que pone en el mango, al mango. Y sigue, y sigue, irreprochable. El y sus otros dos músicos, prístinos, absolutos; complicadísimos, perfectos. Morelenbaum no tiene baches. Morelenbaum no tiene ningún dedo que se le rebele. Morelenbaum es una alfombra mágica.

Ups, pasó una hora y media de concierto, y aún no hay ni una mota de polvo en escena. De hecho, el percusionista brasileño Marcelo Costa (con un set tan minimalista que da ganas de regalarle un bombo) sigue limpiando con sus escobillas cualquier residuo de suciedad que hubiere aquí. No hay.

Y ahora es el gran momento; se apagan y se prenden y se apagan de nuevo las luces: ¡se juntan Spasiuk y Morelenbaum! La alegría de ambos y de todos es genuina. “¿Y qué vamos a hacer?” “¡Vamos a hacer una de Piazzolla!”, genio muy caro a ambos.

Y así vino “Vuelvo al sur”: en un cachito del tema va uno en acordeón; en otro cachito del tema va el otro en el chelo, tranquilos, cuidando. Recién se animan tímidamente a divertirse juntos con “Infancia” (del Chango); rato después, y hasta los bises, por la mezcla de todo, o por la “Receita de samba” (1967), los universos se mezclan... y ya el Chango parece estar tocando la sanfona de Egberto Gismonti...

Y no.

Spasiuk se lució nada más que media hora; Jaques, el doble... ¿No estaría bueno darles tres cuartos de hora a cada uno y partimos la ganancia cardíaca? Ambos han empezado a construir algo único; bien lo dijo el Chango a la gente: “Se trata de crear un espacio entre ambos, y después irlo llenando, con el tiempo”.

Fue muy rápido todo; todavía hay un montón de tiempo para llenar y calibrar.

Bienvenida esta magnífica yunta.

8-CHANGO SPASIUK & JAQUES MORELENBAUM

Cuarteto del Chango Spasiuk: Horacio “Chango” Spasiuk (acordeón); Marcos Villalba (guitarra y percusión); Víctor Renaudeau (violín); Marcelo Dellamea (guitarra).

Cello Samba Trío: Jaques Morelenbaum (violonchelo); Luis Galvao (guitarra); Marcelo Costa (percusión).

Público: 800 personas.

Duración: 120 minutos.

Teatro SHA, Sarmiento 2255, Buenos Aires, martes 11. La gira continuó anoche en Teatro Español de Neuquén (ayer), sigue en el Teatro Coliseo de La Plata (hoy) y Teatro El Círculo de Rosario (el sábado).

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