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Sábado, 15 de marzo de 2014
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César Lerner habla de Ver, su nuevo disco

Una invitación a viajar

Por Cristian Vitale

“Callar puede ser una música.
O también el vacío.”

César Lerner apela a la poética de Roberto Juarroz –el esteta de Coronel Dorrego– para intentar una explicación de su música. Entra por el absurdo. Por el silencio y el vacío. Por elementos poco usuales. “Mi música busca habitar los silencios, no evitarlos, atesorar la mínima expresión de una frase, de una idea melódica”, dice el compositor, pianista, acordeonista y percusionista, con su primer disco solista bajo el brazo: Ver. “Elijo callar tanto como tocar, así creo traducir o, mejor dicho, resonar, con el sentido del texto de Juarroz... callar puede ser una música”, determina el eje de su trabajo, doce piezas propias e instrumentales, que mostrará hoy a las 19 en la Usina del Arte (Agustín Caffarena 1). “¿Por qué Ver?, porque cuando uno calla ve más... concibo un callar activo, un no hacer que es hacer”, define.

Un hacer hiperactivo, como fundador del trío Comedia (en los ’80) y del dúo con Marcelo Moguilevsky durante casi tres décadas, y como compositor de la música de films como Nueve reinas, Cohen vs. Rosi y El abrazo partido; que lo llevó con otro de sus instrumentos predilectos –el acordeón– a musicalizar en el Cirque du Soleil; que lo tornaron eficaz para músicas de teatro (Cyrano, de Claudio Hochman, o Celebración, de Noemí Frenkel); acompañar a Hermeto Pascoal, Susana Rinaldi y al filósofo Santiago Kovadloff, o generar el proyecto pedagógico Círculo de Tambores.

–Se intuye que fue la causa por la que demoró tanto su disco.

–Más bien hacía falta una síntesis que no llegaba, un sí que no se oía y que, parece, venía a la par de procesos extramusicales, creo yo.

–¿Cuánto hay de ese pasado en Ver?

–Soy uno, o por lo menos eso intento hoy, intenté ayer e intentaré mañana, pero reconozco que me desconozco a veces al verme o escucharme en el pasado... es una autonomía inevitable.

–Ciertas piezas del disco, sin embargo, lo retrotraen al pasado, como “El abrazo partido”, del film de Daniel Burman. ¿Por qué eligió desdoblarla en dos versiones, una a piano solo y otra a piano Rhodes?

–Cada instrumento dispara otra historia, podría hacer una tercera versión en acordeón. Hacer muchas versiones, improvisar, es un aspecto fuerte que he entrenado como músico y que más me atrae. Llevar una idea a muy diferentes paisajes, desarrollar los elementos que la obra provee, un aspecto que siempre estudié y aprecié de exponentes de todas las épocas de la música clásica, culta, académica o como se entienda y del jazz.

Ver es un fino e introspectivo trabajo instrumental que, adobado por los aportes de Guadalupe Tobarías en violín, María Castro en violonchelo y Gabriel Ostertag en percusión, muestra a un Lerner puro, sin la exigencia de un más allá que no sea su propio olfato estético. Un fresco que les adhiere a las tradiciones pianísticas de cámara, elementos del jazz, aires beatle y una música popular libre que suma en viajes oníricos. “El público me dice: ‘cuántas imágenes se me aparecen con tu música, puse el CD, lo dejé y me acompañó toda la mañana’. Creo que mi obra invita a viajar de múltiples maneras, es orgánica y sensorial, y permite que seas protagonista y espectador a la vez.”

–Y no se permite, al menos en este disco, versiones de otros compositores. ¿Por qué?

–A los cinco años me descubrí músico y compositor, empecé a jugar, creando lo mío y versionando a los demás. Muchísima música pasa por mis dedos, pero no hay nada en este momento, a mis 54 años, que me represente tanto como mis composiciones.

–¿Podría nombrar referentes cuyas músicas –o conceptos– hayan “pasado por sus dedos”?

– The Beatles, desde la niñez, sacando de oído esa música infinita; el Genesis de Peter Gabriel en la adolescencia, porque ya no podía repetir y empecé a estudiar; Keith Jarret, porque me mostró el camino a los 20 años y Arvo Part, que me permitió encontrar la tecla “enter” desde los 40.

–¿De qué otros factores parte cuando encara una composición?

–Crear es para mí la posibilidad de reinventar mi realidad, de dar múltiples significados a lo que se presenta como inequívoco. Lo profundo es impreciso y toma alguna forma con mi decir. No compongo porque estoy triste o alegre... compongo para ver.

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