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Sábado, 22 de julio de 2006
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EL QUINTETO DE RAMIRO GALLO PRESENTA SU NUEVO DISCO

“Yo llegué al tango de grande”

El violinista y compositor, que mañana tocará con su grupo el material del reciente Espejada, habla del tango actual.

Por Diego Fischerman
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El Quinteto de Ramiro Gallo tocará mañana y el domingo 30 en el Club del Vino.

El grupo remite, inevitablemente, a Piazzolla: bandoneón, violín, guitarra eléctrica, piano y contrabajo. Y, por otra parte, ya desde mediados de los sesenta no parece haber otro camino para la modernidad del tango. Sin embargo, el compositor y violinista Ramiro Gallo, cuyo segundo disco acaba de salir a la venta, tiene una virtud extraña: es original. Ni su música rinde culto excesivo a Piazzolla ni se queda allí; más bien dialoga creativamente con muchos: con el marplatense, pero también con Salgán, Pugliese, Di Sarli, De Caro, obviamente, y, por qué no, con Egberto Gismonti. “La línea de los que lo preceden a uno está, sin que uno deba preocuparse demasiado para que esté”, dice Gallo a Página/12. En todo caso, sabe que no debe sobreactuar ni su prosapia tanguera ni su apertura estética por la sencilla razón de que ambas son evidentes.

En Florece, su álbum anterior, tocaba en un tema bellísimo y tocado como los dioses el trompetista Wynton Marsalis, con el que el grupo El Arranque, del que Gallo era integrante, había tocado en el Lincoln Center de Nueva York. En Espejada, recién publicado por EPSA, también hay un invitado inesperado: Pedro Aznar, que canta y toca el bajo en “Crepuscular”. “Cuando aceptó, simplemente le pedí que cantara como canta él. Y que tocara el bajo fretless. Para mí, su voz y ese bajo son los de Seru Giran y tener eso en mi grupo era un sueño”, comenta el violinista. El disco, en el que tocan, junto a él, la bandoneonista Lucía Ramírez, Martín Vázquez en guitarra eléctrica, Adrián Enríquez en piano y Marcos Rufo en contrabajo, será presentado en vivo mañana y el próximo domingo 30, a las 20, en el Club del Vino (Cabrera 4737). “En casa había discos de Canaro, había discos de pasodoble, estaban las canciones que me enseñaba mi padre, que era un gran músico, y muchas de las que componía él mismo, y todo eso se me metió muy pronto”, cuenta Gallo. Y en el nuevo disco, precisamente, incluye un tema, “Mi gaucha”, creado por Enrique Gallo, su padre. “No pienso en la necesidad de tener que cuidarme, a ver si hago tango o no hago tango”, dice. “Confío en poder manejar esas cosas con naturalidad y saber por dónde pisar para que las cosas suenen tangueras y, como uno ha hecho otras cosas, también para que esas cosas de afuera del género puedan enriquecerlas. Que, por otra parte, es lo que siempre ha hecho el tango.”

Vázquez, el guitarrista del grupo, acota que “hay algo a lo que no se le da suficiente importancia y es el peso que ha tenido para nosotros el rock y, tal vez, la necesidad posterior de diferenciarnos de él y de sentir que estamos haciendo música de Buenos Aires. En principio tenemos que cuidarnos para que ciertas maneras del rock o del jazz no se nos metan de polizontes cuando tocamos tango”. Su historia, en ese sentido, es distinta de la de Gallo. En el caso del violinista, nacido en Santa Fe, la primera fuente musical fue la casa, donde el tango era tan habitual como las canciones de tradición rural, y, poco después, los estudios sistemáticos de violín clásico. Vázquez, en cambio, se formó con los discos y, en particular, con el rock. “En casa no se escuchaba tango”, dice. “Y en mi caso sí, si empecé a escuchar tango fue bastante más grande y gracias a Piazzolla. Yo empecé por allí.”

“Es que hay cosas que son esenciales al género –afirma Gallo–, y una vez que uno sabe que maneja esas cosas, puede moverse para donde quiera.” Es posible que en esa libertad, y también en la seguridad acerca del marco estilístico en que se mueve, tenga que ver, además de su profusa actividad como intérprete, su tarea como profesor de la orquesta escuela de tango, que conduce Emilio Balcarce. “Piazzolla tiene el compás de 3+3+2 tiempos, pero Troilo tiene la síncopa a tierra, Di Sarli tiene un fraseo característico en los violines, Pugliese tiene ese rubato que a veces hasta parece caprichoso, pero que esconde siempre una lógica dentro de la combinación entre expresión y ritmo que tiene la orquesta. Y a uno le gusta todo eso, y uno se nutre de todo eso, no sólo de Piazzolla”, explica el violinista. “Si uno escucha sólo una cosa, lo que haga se le va aparecer, por fuerza. Por otra parte, todos nosotros hemos estado muy atentos a otras músicas y, en muchos casos, hemos hecho otras músicas. Yo estuve dieciocho años trabajando en una orquesta sinfónica, he hecho folklore, jazz, rock. Todo lo que un músico argentino más o menos de mi edad ha querido o ha necesitado hacer. Y como tengo ese problema de que me guste todo lo que suena interesante, mi música es una consecuencia de todo eso. Cuando veo a alguien que copia, me resulta extraño. Si se toma a Piazzolla como un clásico, está bien: se lo puede hacer como se hace un Mozart, un Beethoven o un Schubert. Pero eso no es para mí. A mí me resulta imposible hacer música de otro y creérmela.”

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