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Martes, 6 de mayo de 2014
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Tonolec habla del material que compone Cantos de la tierra sin mal

El arte que no se instala en el museo

Diego Pérez y Charo Bogarín, integrantes del dúo que combina la música de raíz con la tecnología, cuentan el proceso que llevó a la edición de su flamante disco doble, donde confluyen músicas compuestas en su experiencia con comunidades qom y mbya guaraní.

Por Cristian Vitale
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“La idea, como siempre, no es tomar las músicas nativas como un relleno sino acercarse”, dice el dúo.

Es difícil discutirle a Tonolec, más allá de valoraciones subjetivas, el lugar original que el dúo ha encontrado dentro del amplio y diverso abanico de la música popular argentina. Diego Pérez y Charo Bogarín, en efecto, han logrado una síntesis inimaginable tiempo atrás: ensamblar lo más moderno de la tecnología aplicada a la música con los secretos mejor guardados de los cantos ancestrales indígenas. Así empezó con aquel epónimo disco debut de 2005, en el que samplers y sequencers se mezclaron con cantos ancestrales qom, para desembocar en una integración singular. Así devino con la causa común entre el dúo y el coro toba Chelaalapí, que los llevó a girar por el país, y en dos discos posteriores (Los pasos labrados y Plegaria del árbol negro). Y así es hoy, a través de Cantos de la tierra sin mal, flamante disco doble, que el dúo presentará el viernes 30 en el Teatro Opera. “La tierra sin mal tiene que ver con un concepto muy fuerte de espiritualidad, porque la lengua guaraní, cuando te habla de su tierra sin mal, te habla de la fortaleza de espíritu que hay que tener por sobre lo material. Por eso los cantos están depositados en los niños, porque es en quienes está más pura la energía. Es como el edén en la tierra”, introduce Charo ante Página/12 en un bar de Palermo.

La centralidad del nuevo disco está puesta, en rigor, en diversos cantos colectivos e infantiles de las comunidades mbya guaraní ubicadas en Misiones, y en su integración a un todo que también contempla cantos en qom, mediante el coro toba de Derqui, y en castellano, a través de las participaciones de Peteco Carabajal, Teresa Parodi y Patricia Sosa. “Esta vez nos costó menos que cuando hicimos el disco con la comunidad toba, porque hay una coordenada pareja entre todos los cantos de los pueblos originarios y sus cosmogonías, y nosotros ya veníamos con la experiencia. Nos fue más fácil ubicarnos en un lugar cómodo para componer, versionar y transmitir, en este caso, la espiritualidad guaraní a través de sus cantos”, señala Bogarín, ante la inminencia del recital en que Tonolec hará confluir un octeto acústico, con un coro de niños mbya guaraní, otro toba, el típico combo electrónico y una guitarra guaraní.

–¿Cuáles serían las diferencias y similitudes que podrían señalar respecto de las comunidades qom y mbya guaraní, con las que han trabajado hasta el momento?

Diego Pérez: –No somos antropólogos sino simples observadores de las comunidades originarias. Parado aquí diría que estéticamente hay diferencias. Lo qom tiene más que ver con el monte, con lo rugoso, y es casi privativo de los mayores. Lo guaraní está más relacionado con la pureza, la luz y lo infantil: para ellos, la música es el medio de aprendizaje de los niños. Desde el sentido que tiene la música para ambas culturas, hay muchas cosas en común y tiene que ver con el rol central que ocupa: la transmisión, el festejo, lo religioso, la convivencia o el contacto con la naturaleza.

Charo Bogarín: –Y la metodología con ambas comunidades fue la misma. Nos acercamos a unas seis comunidades mbya guaraní que hay entre Posadas e Iguazú, y nos pusimos de igual a igual con ellos. No fuimos como meros observadores sino que nos plantamos como pares, mostrándoles la música que conocíamos de sus hermanos qom, y luego ellos mostrándonos sus cantos.

De allí salió “Oreru”, que el dúo compuso en lengua guaraní e interpretó con el coro de niños de la comunidad Yryapu. “Oreru significa ‘Nuestro padre’, y muestra el espíritu musical guaraní: letra sencilla, clima selvático y diálogo permanente con la naturaleza”, explica Charo. “Que precisamente conecta con el nombre del disco”, amplia Pérez. “Hablando con un cacique sobre la tierra sin mal, él nos decía: ‘Es imposible que esté acá, porque hay gente que corta más árboles de los que se necesita para vivir, y para que sea la tierra sin mal tiene que haber una costumbre de no sacarle a la naturaleza más de lo que la gente necesita’. Digo, ellos tienen los conceptos claros... hay que tener ciertos valores y conductas para estar en la tierra sin mal”, relee la pata masculina del dúo, que también incluyó en el disco cantos tradicionales guaraníes como “Tacuarí porá” y “Také mitá”. “La idea, como siempre, no es tomar las músicas nativas como un relleno sino acercarse, ver cómo combinan con los tiempos de la naturaleza y poder transmitirlo con esos mismos tiempos, por más que estemos inmersos en una urbe como Buenos Aires”, sigue Pérez.

–¿Cómo se piensan dentro de la música de raíz, teniendo en cuenta que las expresiones más puras de los pueblos originarios, excepto ciertas y notables obras, a menudo ocuparon un lugar marginal dentro de ella?

D. P.: –Creo que la clave es la integración. La historia argentina ha desintegrado culturas y realidades y nosotros tratamos de destapar eso e ir a lugares que no tienen acceso a los medios. Ir, escuchar y hacerlos parte de la música y de la actualidad a través de la integración de sonidos, y de su participación. Esto, además, hizo que podamos formar parte de dos escenas: la folklórica, como “nueva tendencia”, y el folklore de los pueblos originarios que, a nuestro entender, es el más profundo.

–Pasaron de la adultez del coro toba Chelaalapí a lo infantil que prima en la interacción con lo mbya guaraní.

C. B.: –No tiene que ver con que nuestra atención esté puesta en una edad cronológica sino con un factor propio de las culturas. Hasta que no nos encontramos con la comunidad mbya guaraní no nos dimos cuenta de la diferencia entre ambas comunidades. La música tiene diferentes funciones en las distintas músicas originarias. En la qom, la música cumple una función muy fuerte en los brujos, chamanes o curanderos que curan con el canto y la palabra. Hay una densidad en la música qom que se da en la función que cumple el canto para ellos, de ahí que sea una cosa de adultos, sabios y ancianos. La función del canto para la comunidad mbya guaraní es diametralmente opuesta, porque su función es formativa. Se transmite la cosmogonía a través del canto, para mantener su lengua viva. Esto es central, porque es un pueblo que la mantuvo en Paraguay o en Corrientes, y eso es mantener su identidad.

D. P.: –A nosotros esto nos nutre, porque así como los chicos aprenden fácilmente el inglés, ahora están aprendiendo el qom. De pronto nos llaman de un jardín de infantes y nos piden la versión de “Cinco siglos igual” en qom, para que los pibes la aprendan. La intención pasa por sacar del ámbito de museo a las comunidades y traerlas a la actualidad. Sacar ese concepto de manual que decían que las comunidades “eran” de tal manera, como si ya no existieran. Contar que las comunidades están vivas, y tienen su lengua, su riqueza y su cultura, que es lo que nos moviliza, indudablemente.

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