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Viernes, 30 de mayo de 2014
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DANIEL PATANCHON Y EL CICLO FOLKLORICO LAPACHO EN FLOR

“Hay que tocar canciones propias”

El guitarrista, cantante y compositor santiagueño reivindica el valor de la composición en el género. Patanchón es un músico cuya matriz de búsqueda arranca de la enigmática Salamanca para internarse en los secretos del jazz y el rock.

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Patanchón actuará el próximo miércoles en Libario.

El sonido de su guitarra asume formas novedosas para el pago. Se nota que es de los que se hizo chacarera bajo la impronta de Jacinto Piedra, Peteco Carabajal y Horacio Banegas. Y que actuó en consecuencia cuando pudo sumar sus cuerdas a dos de aquellos tres (Peteco y Banegas), grabar un disco sin tener por qué obedecer necesariamente a la tradición, permitirse viajar en un solo de prosapia floydiana en medio de los seis compases santiagueños, o –más acá en el tiempo– armar un ciclo donde sólo son posibles piezas propias. “Se trata de tocar canciones propias, exclusivamente, porque sí, todos podemos tocar lo que queremos, pero no es la idea. Ya hay mucho de eso y, cuando voy a tocar a un festival, veo mucho de lo mismo. No hay un riesgo a la hora de presentar algo, como si fuera más fácil salir a tocar covers que creaciones de uno”, sentencia Daniel Patanchón, a punto de dar un paso más en la batalla. A punto de reconocerse en “Lapacho en flor”, “Viviendo la chacarera” o “Soledad”. O de permitirse licencias “lisérgicas y eléctricas”, como poseído por el espíritu de Transmisión Huaucke –aquel luminoso disco del trío Santiagueños– encarnado en “Oración en la tempestad”. “Imaginé un escenario de rock, en el que a nadie se le ocurre salir a tocar ‘Seminare’ o ‘Muchacha...’, ¿por qué no puede ser así en el folklore?... es el camino de la composición el que hay que seguir”, plantea el actual guitarrista de Peteco.

El set transcurre cálido, climático, casi de entrecasa, en Libario (Julián Alvarez 1315), donde repetirá el miércoles próximo con Hernán Bolleta, Alin Demirdjian, Fede Oliva y Antonio Olarte como convidados. Transcurre con piezas, dicho está, que si no corresponden a él (“Julieta me regala un sueño”, “Viviendo la chacarera” o “Bailecito de América”, entre ellos), pertenecen a los invitados. Al muy inspirado Gustavo Chazarreta. A Lolo Micucci, con un “Ojalá”, que nada y poco tiene que ver con Silvio Rodríguez. A Triura, un trío de féminas que desata bailes intensos, tanto como ternuras aplicadas a la música de raíz (“La primera vez”), o Gustavo Eclessia, cuya voz luce nítida en “Revelación”. “Decía que imaginé un escenario de rock para el folklore, aunque sin llegar a ese extremo, porque también soy consciente de que las grandes obras de Hamlet Lima Quintana o los arreglos del Chango Farías Gómez han marcado un precedente muy fuerte para el género. Hoy día uno tiene que mirar eso y no olvidar que está ahí, y hasta interpretarlo con altura, digamos, pero también decir sus cosas. Reflejar su realidad y su tiempo, porque si no es como que sigues hablando de lo que se hablaba hace cincuenta años”, profundiza el guitarrista, cantante y compositor santiagueño, sobre el alma de Lapacho en Flor –así se llama el ciclo–, por el que también pasaron Laura Ros, Jorge Giuliano, Franco Ramírez y Homero Carabajal.

Patanchón nació y creció en Santiago del Estero. Es docente y, sobre todo, un músico cuya matriz de búsqueda arranca de la enigmática Salamanca para internarse en los secretos del jazz y el rock. Fue parte de la banda de Horacio Banegas durante diez años y también del dúo Presagio (hoy Orellana-Lucca). Vivió en Córdoba y, desde 2006, anidó en Buenos Aires, donde se asume en tres formas: docente en una escuela primaria de San Martín, guitarrista de Peteco Carabajal y solista con un disco editado en tal condición (Donde todo comenzó) y otro por venir (Viviendo la chacarera), totalmente poblado por composiciones propias, o compartidas con Ernesto Guevara, Demi Carabajal, Duende Garnica y Motta Luna. “La chacarera es una danza y un formato de canción tan rico y exquisito en su simpleza que lo toca todo el país... no se considera un disco de folklore si no hay una chacarera. Entonces esa vivencia de la chacarera no termina en ella, sino que se extiende hacia una riqueza que particularmente me llevó a buscar el origen en las músicas africanas o a interesarme en Spinetta vía ‘Barro tal vez’, y terminar viéndolo en Vélez, o escuchar los discos de Charly. Vivir la chacarera es vivir toda la música que anda dando vueltas y que es de raíz nuestra”, se explaya.

–¿Se sufre el desarraigo o ya pasó? Hay para escribir un libro sobre las infinitas añoranzas santiagueñas.

–(Risas.) Por lo general, uno extraña lo que era cuando vivía allá, no lo que es hoy. Y me pasa que cada vez que vuelvo a Santiago, eso ya no está. Me gusta ir y encontrarme con los amigos de antes, pero ya nada es lo mismo. Donde todo comenzó, el primer disco, tiene temas que en su mayoría hablan de esa nostalgia, porque mi motivación para escribir canciones en ese momento era que recién me iba. Es cierto que viví en Córdoba un tiempo, pero es muy cerquita de Santiago y recién en Buenos Aires sentí que no podía volver a cada rato. Entonces escribí muchas canciones que hablaban de eso, pero ya me considero un tipo de ciudad y en este disco ya no hay cosas que tengan que ver con esa añoranza, o remembranza. Ya no.

–Casi un rockero...

–Bueno, por lo menos hago la gran Redondos... tiro temas inéditos en los recitales, que no sé si grabaré alguna vez (risas). Igual, soy de producir todo, intento que esté todo bajo control.

–Algo que por cierto contrasta con la típica “bohemia santiagueña” que impregna a muchos de sus colegas.

–Puedo ser así también, pero prefiero ensayar con los otros músicos, tener un cuidado con el sonido, porque la música de uno es demasiado importante como para que salga algo mal. Quiero que esté todo ensayado semanalmente, algo poco habitual en el rubro, sí.

–¿Qué es lo habitual?

–Ensayar una o dos veces antes del show y tocar. Pero esto no es así. Acá se trata de lograr un sonido y que las cosas fluyan. Los arreglos están en su mayor parte escritos y trato de tener todo así, prolijo, bien, porque el folklore es muy permisivo a veces y las cosas requieren un cuidado, un esfuerzo. No se puede andar por la vida haciendo temas de otro, y encima sonando mal.

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