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Lunes, 31 de julio de 2006
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CRONICA DE LA 9ª EDICION DEL FESTIVAL DE JAZZ & BLUES DE BUZIOS

Cruce de culturas en la tierra del samba

Durante cuatro noches, y en un clima muy relajado, convivieron artistas y público de distintos países. El representante argentino, Memphis la Blusera, le puso melancolía de arrabal a un encuentro regido por la alegría.

Por Cristian Vitale
Desde Buzios
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Memphis la Blusera, blues porteño en Brasil.

“Soy loco por ti, América.” Un brasileño rubio, Iván, porta su casaca con absoluto orgullo. Letras en rojo y la palabra América, que se mete dentro de un mapa del continente. Iván estará presente en los diez números artísticos del Festival de Jazz & Blues de Buzios, y recordará, con un simple detalle estético, el grado de pluralidad que conlleva el evento desde hace nueve años. Durante cuatro agitadas y calientes noches, no se verá ninguna muestra de fastidio por la música crisol que se escucha cada noche. Todo será fiesta y goce; cadencia lenta de los cuerpos o introspección; cuelgue extrovertido de caipirinha o desprejuicio. Viejos hippies, que descubrieron la deslumbrante isla olfateando a Brigitte Bardot, se mezclan con turistas “gringos”, argentinos, paulistas, y todos se funden con un solo fin: desterrar cualquier atisbo de tristeza. Ni siquiera Memphis la Blusera, el grupo argentino invitado a participar esta vez, puede lograrlo con la sordidez inmensa de su “Mataderos Blues”. O de “Nunca tuve tanto blues”, que suena como un cacho de porteñismo, en un lugar distante 2500 kilómetros de las brumas del Riachuelo.

Buzios, en rigor, es un lugar donde todo se hace con una sonrisa. Sus favelas son menos lúgubres que en Río de Janeiro, y además son pocas, pese al crecimiento gigante que trocó tierra virgen en una ciudad de 30 mil habitantes. Ríen los pescadores, que abastecen platos deliciosos todas las tardes en la playa, y después se emborrachan en sucuchos. Ríe el que vende tragos y el que limpia la plaza. También el songwriter callejero que canta zambas, huaynos y temas de Jaime Torres, con bombo y sikus; el francés, que intenta acercarse a una garota hablando en portuñol; la hippie argentina que ofrece alfajores de maizena a todo el mundo. Y hasta las mujeres mayores que atiborran las iglesias metodistas a la mañana.

Memphis, sumergido en la alegría del contexto, se presenta dos veces: la primera es en la colorida plaza de la ciudad, ante unas 3 mil personas. Se mezclan argentinos de toda laya, que buscaron una mejor vida y la encontraron, con cariocas curiosos por saber “como es eso del blues tanguero”. La performance es impecable. Un guitarrista, Lucas Sedler, que moldea su instrumento a ritmos diversos y solea con feeling; un baterista –Marcelo Mira– que se atreve a meter aires de chacarera en medio de un solo de batería; y el frontman Adrián Otero, aún capaz de generar escozor colectivo, con voz podrida y gestos de rufián porteño sin retorno. En Buzios es pleno invierno. Pero la temperatura, ni esa noche en la plaza, ni en ninguna, baja de los 26 grados. Mientras suena Memphis, todos tienen una copa de algo (cerveza, vino blanco, champagne o caipirinha) en la mano. La gente se entona al ritmo del “Blues de Rosario”, “Sopa de letras”, “Vivir”, “Moscato, pizza y fainá”, “Rodar o morir” –en homenaje a Pappo y a Oscar Moro– y la infaltable “La Bifurcada”.

Esa noche, Memphis cumple con el operativo nostalgia. Ningún argentino presente olvida letras, canciones o situaciones. Hay emoción y recuerdos. “Hice 150 kilómetros para verlos, y no me equivoqué”, cuenta al pasar Noelia, que hace tres vive en Belo Horizonte y no dudó en tomarse el micro, cuando se enteró de la presencia del grupo. Para los brasileños es otra cosa. Bailan “Moscato, pizza y fainá” como si fuera un samba eléctrico; pero el cuelgue de “Mataderos Blues” les resulta chino básico. No alcanza con que Tubo, un armoniquista pelado y argentino que todo Buzios conoce, se prenda en la improvisación y arranque aplausos a propios y extraños. Otero lo había anticipado. “Esto es blues porteño... de nuestra ciudad.” La segunda presentación de Memphis es en el Patio Havana. Un lujoso pub para 200 personas, decorado con fotos del Che Guevara fumando habanos, retratos de la Cuba post-revolución y bellas formas arquitectónicas. Le dicen la boîte hippie. Allí, el sexteto blusero suena más intimista. Es la hora del lucimiento del saxo de Emilio Villanueva yel sonido condensado. La música opera romántica y melanco. Memphis muestra su otra cara, poco después de una lluvia intensa, que casi arruina la última noche.

La otra “pata” argentina es el saxofonista Blas Rivera. Nacido en Córdoba y radicado en Brasil hace 15 años, se presenta en trío –guitarra, piano y saxo–, y se manda a puro Piazzolla. Entre “La muerte del ángel” y Michelángelo ’70, cuenta una anécdota que vivió cuando era joven. “Astor estaba tocando en Michelángelo y, cada vez que terminaba un tema, alguien le gritaba ‘filho da puta’ y así. Hasta que se cansó, se paró y fue a buscar al que lo insultaba para trompearlo. Era Vinicius de Moraes, que le dijo ‘filho da puta, como tocais’”... La anécdota causa risa entre los presentes. No es el mismo efecto el que produce el speech que precede al tango “Nieblas del Riachuelo”. “En la Argentina tenemos un lugar con barcos fantasma. Con neblina y más fantasmas”, explica. Es el primer y único momento “serio” del festival. Flamengo acaba de coronarse campeón de Brasil ganándole a Vasco da Gama. Y las calles son una fiesta. Capoeira, ritos mántricos nativos, fuegos artificiales y el carnaval (¿?) que se reproduce en todas las cuadras. Rivera le pone al contexto una cuota de dramatismo sonoro que será de excepción. Poco después de la medianoche, en Chez Michou, trepa a escena Garrafiera y la fiesta sigue.

Chez Michou es una panquequería que está enfrente del Patio Havana. Tiene un lugar para tocar, otro para bailar y una larga barra, por donde desfila una serie de borrachos interminable, que aumenta con las horas. Como el Patio, es propiedad del organizador del festival, Mario Fernández. Un argentino que llegó al paraíso vendiendo collares y artesanías en las playas, y se convirtió en un empresario que pisa fuerte en la zona. Garrafiera parece concentrar toda la pluralidad del festival en once músicos. Tocan samba, jazz, bossa, baiaiao y hasta usan programaciones. Permanecen poco más de dos horas, y ningún cuerpo se abstrae del movimiento. Al otro día, el jueves, el número de la panquequería más famosa de Buzios es Big Joe Manfra. Big Joe refrenda sus pergaminos de estrella blusera brasileña con un set impecable. Canta como un negro del Mississippi. Toca la guitarra como un émulo de Peter Green y hace versiones impresionantes de “Rodhause Blues”, de The Doors; “Purple Haze”, de Hendrix y “Since I’ve Been Loving you”. Las dos noches restantes en Chez M se extienden casi hasta el amanecer. La del viernes con Bossacucanova, que se atribuyen ser los inventores de la MPB (música popular brasileña) electrónica y la del sábado con el estadounidense oriundo de Memphis, Eric Gales. Un músico de blues contundente y virtuoso, que deja a la multitud conmovida.

La “tradición” corre por cuenta de Marcos Valle, pionero de la bossa nova junto a Edu Lobo y Dori Caymmi. Su noche al aire libre es la más apacible de todas. Un trago de Skol pone a punto para sumergirse en el encanto intimista de la bossa categoría sesenta. Canciones como “Querentao Simpático” y “Os Grillos”, conforman un romanticismo de estrellas inolvidable. Swing aletargado, melodías agradables tornan inevitable el movimiento. El Trío Azymuth consigue, dos horas más tarde, el momento más caliente del festival. José Bertrami (teclados), Iván Conti (batería) y Alex Malheiros (bajo) llegan al cenit de la improvisación funk-jazzera, sin que los años les pesen. La versatilidad explota en ellos y Bertrami es capaz de pasar de sonidos suaves a la furia sinfónica, como si fuese un Keith Emerson carioca. Y el sonido del bajo de Malheiros, mucho después del final del set, resuena como síntesis del festival. La 9ª edición del Buzios Jazz & Blues mostró que su éxito puede eternizarse, en honor a la música y su funcionalidad como integración entre culturas.

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