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Jueves, 7 de agosto de 2014
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Martha Argerich y Daniel Barenboim, a dos pianos

La otra consagración

Los músicos sólo habían tocado juntos antes en Berlín y ahora lo hicieron en el Colón. Fueron desde Mozart hasta la Consagración de la primavera, de Stravinsky, tocada con precisión salvaje.

Por Diego Fischerman
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Durante casi tres horas, Argerich y Barenboim cerraron un círculo en el Colón.

Fue la consagración de una cierta primavera. Una suerte de final feliz de novela imaginaria. Nacidos en el mismo año y en la misma ciudad, ambos niños prodigio y pianistas consumados antes de cumplir los 10 años, emigrados en la infancia uno y en la adolescencia la otra, y actualmente dos de los músicos más extraordinarios de su época, nunca habían tocado juntos hasta hace muy poco. Lo hicieron en Berlín y, ahora, en el teatro emblema de esa lejana ciudad natal.

Martha Argerich y Daniel Barenboim ya habían estado sobre el mismo escenario el domingo, cuando ella fue solista y él director (eso sí había sucedido anteriormente en sus carreras, por ejemplo en la legendaria grabación de Noches en los jardines de España, de Manuel de Falla). Pero en la noche del martes estuvieron allí a solas. Uno junto a la otra, en los dos pianos contiguos o repartiéndose el teclado de uno de ellos. Era, podría pensarse, un círculo que se cerraba. O, tal vez, algún otro que se abría. En el comienzo fue Mozart, el compositor al que Argerich dijo alguna vez temerle (por su transparencia) y en el que Barenboim es un maestro reconocido (entre otros, por Argerich). Y en el final, el descomunal arreglo para dos pianos que Stravinsky realizó de su Consagración de la primavera, tocado por el dúo con precisión salvaje. Y hubo, como con aquel soldado que tocaba el clarín de La fiesta inolvidable y que no quería salir de escena, un final más. O, casi, otro concierto.

La Sonata para dos pianos K448, de Mozart, fue la obra que más sufrió la insalvable diferencia entre los dos pianos que el Colón tenía para poner en el escenario: uno muy nuevo y uno muy viejo. Y, más allá de que presumiblemente esto haya tenido que ver con la elección de los artistas, en cuanto a con qué instrumento se sentía más cómodo cada uno, la decisión fue equivocada. Argerich tocó el más antiguo, situado detrás, y Barenboim el flamante, quedando su sonido excesivamente brillante, y hasta algo metálico, en un indeseable primerísimo plano. Como se escuchó en el primero de los bises, donde cambiaron de instrumento, Argerich era capaz de dulcificar ese timbre y, de esa manera, homogeneizar el dúo. Más allá de esa falencia sonora, tanto la Sonata de Mozart como las posteriores Variaciones sobre un tema original D831, de Franz Schubert (en este caso para piano a cuatro manos), fueron notablemente prolijas, con precisos subrayados de las líneas internas y un fluido fraseo.

Si bien existe una versión para piano a cuatro manos de La consagración de la primavera, que es aún anterior a la versión orquestal (era la que el autor utilizaba en los ensayos), el propio Stravinsky, cuando la tocaba en concierto junto a su hijo Sulima, elegía hacerlo en dos pianos. Así fue grabada en la ejemplar interpretación de Vladimir Ashkenazy y Andrei Garvrilov, y así eligieron tocarla Argerich y Barenboim. La ausencia de orquesta en una obra en que la orquestación es esencial, ya desde su comienzo, escrito ex profeso para un timbre forzado –el del fagot en un sobreagudo–, pone en escena, en rigor, otra obra. Allí son las poderosas disonancias, la construcción por montaje y el fenomenal trabajo rítmico lo que cobra un protagonismo exclusivo y la versión escuchada en el Colón, brutalmente lírica y ferozmente contrastada, no podría haber sido mejor.

La ovación que coronó el concierto dio lugar a un primer bis que, tanto por la duración de la obra interpretada como por la aparición de nuevos personajes, rompió absolutamente con la convención del género. No se trataba de obra virtuosa alguna ni, mucho menos, de una miniatura al paso. Con la notable participación de dos cellistas y un cornista de la West-Eastern Divan Orchestra, los pianistas hicieron la versión original –profundamente intimista– del Andante con Variaciones Op. 46 de Robert Schumann. Después, ya más cerca del habitual protocolo de los bises, llegó el brillante Vals de la Suite Nº 2 para dos pianos de Sergei Rachmaninov. Sobrevolaba otra primavera en la noche del martes, en que el nieto de Estela de Carlotto había conocido su identidad biológica. Y Barenboim, en una de sus pocas alocuciones (la otra fue para presentar a los músicos de la Divan), dijo: “Este es un día muy especial para la Argentina y nosotros haremos también algo especial y argentino, el ‘Bailecito’, de Guastavino”. Y como final del final, en un concierto que acabó rondando las tres horas de duración, todavía hubo lugar para una pieza más, la “Basileira” de la suite Scaramouche de Darius Milhaud.

9-MARTHA ARGERICH – DANIEL BARENBOIM

Dúo de pianos

Obras de Mozart, Schubert y Stravinsky

Teatro Colón. Martes 5

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