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Miércoles, 3 de septiembre de 2014
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Entrevista a Joaquín Sabina, que inicia hoy una serie de shows en el Luna Park

“En España están aplicando una suerte de menemismo urgente”

El cantautor de Ubeda retoma sus giras solistas para presentar 500 noches para una crisis, una revisita a su exitoso disco 19 días y 500 noches, que ya tiene quince años. Sabina cuenta que el primero de estos conciertos estará dedicado a la memoria de su gran amigo Gelman.

Por Karina Micheletto
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Sabina hará un total de diez presentaciones en el Luna Park. En el medio, habrá conciertos en distintas provincias.

Una nueva visita de Joaquín Sabina a la Argentina marca lo que ya es una suerte de clásico, un encuentro cercano que cada tanto se reedita con este español que no es “ni del todo turista ni del todo argentino”. Si los últimos viajes lo trajeron en la grata compañía de Joan Manuel Serrat, esta vez el cantautor de Ubeda retoma sus giras solistas para presentar 500 noches para una crisis: una revisita a su muy exitoso 19 días y 500 noches –un disco que tiene ya quince años–, con todos sus temas menos uno, y con “ciertos cambios, algunos, diabólicos”. En Buenos Aires, las primeras funciones serán en el Luna Park, hoy, mañana y el 9, 11, 12, 20 y 21 de septiembre, con entradas totalmente agotadas. A estas fechas se agregaron las del 23, 24 y 27 de septiembre, completando un total de diez presentaciones en el Palacio de los Deportes. En el medio habrá conciertos en Córdoba, Rosario, Corrientes, Asunción del Paraguay y, ya en octubre, Montevideo.

Sabina cuenta que el primero de estos conciertos estará dedicado a la memoria de su gran amigo Juan Gelman y que Mara La Madrid, la esposa del poeta, será la invitada especial esa noche. De lo que significaron para él grandes amigos como Gelman y Gabriel García Márquez, de lo que sintió cuando supo que Estela de Carlotto había recuperado a su nieto –“brindé con champán... quisiera que se llame Guido”, aseguró–, de la crisis en la que la dirigencia económica y política está sumiendo a España –“están aplicando una suerte de menemismo urgente”, califica– y también de su particular visión del proceso político y social que está viviendo América latina, charló el cantautor con Página/12. Y también, claro, de las giras y de la adrenalina que significan, de la diferencia de hacerlas solo o en compañía de amigos como Serrat, de su relación con el éxito y el éxito de sus canciones, de su crisis de los 50 –cuando compuso el disco que ahora revisita– y de su presente a los 65, “la edad de la jubilación”.

“No suelo repasar mis discos, no los escucho. Pero hace unos meses volví a escuchar 19 días y 500 noches y descubrí que era un disco muy fundamental para mí”, comienza contando sobre el foco de esta gira. “Es que lo hice en 1999, el año en que cumplí los 50. Y a los 50 yo tuve un ictus, dejé algunas costumbres no del todo saludables, dejé de pasar mis noches en los bares. Dejé también de hacer las cosas con una intensidad que, la verdad, no he vuelto a tener. Los 50 fueron en muchos sentidos un quiebre para mí, fue mi momento de crisis personal”, marca.

–Y tras ese quiebre de los 50, ¿en qué se parece y en qué se diferencia el Sabina actual de aquel que compuso 19 días y 500 noches?

–Las diferencias aparecen en cosas que no son tan importantes, aunque lo eran para escribir canciones. En aquel tiempo yo me pasaba las noches en los bares, aguantaba las babas de los borrachos más impresentables y de los casi hampones, ese tipo de personajes que me cruzaba en los sitios a los que iba, que eran de muy mala reputación. Me gustaba ir porque ahí podía escribir mis canciones en una esquinita, ver ese bestiario de personajes que alimentaba mis historias, sin comprometerme para nada. Aunque hubiera querido seguir haciéndolo, no hubiera podido, porque ya no me dejan en paz en ningún tugurio. Y las cosas se han vuelto más pesadas y más peligrosas. La diferencia fundamental es ésa, además de que ahora no puedo estar tres noches sin dormir corrigiendo un verso, al menos no sin ayuda química.

–¿Qué extraña de Serrat?

–Extraño la risa, la fraternidad. Las comidas. Y el subirme al escenario con muchísima menos responsabilidad, porque yo se la cargaba toda a él. Ah, ¿tú eres el genio, el maestro de maestros? ¡Cárgate esta mochila! Yo soy tu humilde escudero. Un Sancho Panza, flaco, pero Panza (risas).

–¿Entonces la responsabilidad en escena no iba 50 y 50?

–¡No, eso era lo que cobrábamos! (risas). Galeano una vez me dijo: ¿Cuánto te paga éste? La mitad, le dije yo, el 50 por ciento. Y él me contesta muy serio: ¡Te engaña! (risas).

–Dice que va a dedicar su primer concierto a otro escritor amigo suyo, Juan Gelman. ¿Cómo lo recuerda?

–Como alguien que me honró con su amistad, al igual que a Gabo. Siempre que llegábamos a México, las dos noches más felices –que solían ser más de dos– eran las primeras, yendo a cenar, compartiendo con Gabo. Incluso cuando él ya no me reconocía, seguíamos yendo a cenar. Llamábamos a los mariachis, yo le cantaba al oído. Yo sabía que ya no me reconocía, pero él estaba feliz. Con Gelman fue diferente. La última vez que viajé, él me dijo por teléfono: quiero que vengais a casa. Y yo empecé a sospechar, porque lo que nos gustaba era salir. Fui a su casa y fue algo que tenía preparado, luego me lo ha contado mil veces su mujer. Había decidido despedirse de mí con una borrachera de tequila. Así que nos bebimos dos botellas y media. Estaba malísimo, cuando llegamos tenía muy mal aspecto. Después de la primera botella de tequila, estaba estupendo. Pasamos una noche fantástica, me ha cogido la mano, me llevó a un cuartito y me dijo: Flaco, esto que vas a leer no lo ha leído Mara –luego Mara me confirmó que era verdad–. Era un poema feroz sobre la muerte (“Verdad es”). A los quince, veinte días, murió. Luego Mara y yo, que nos hemos visto en Madrid, supimos que él había querido celebrar ese último encuentro con una borrachera fantástica.

–Dada su amistad con tantos escritores, ¿no pensó en traer aquí una presentación compartida con alguno de ellos?

–Tenemos planes de venir no a cantar, sino a pequeños teatritos o a universidades, con Luis García Montero, el gran poeta español, y sumar un poeta de aquí, otro de Chile o de donde vayamos. Y hacer una especie de lecturas poéticas, pero con mucha risa, casi como una peña: yo me meto en los poemas de él, él en los míos. Lo hacemos a veces por España, y es muy divertido. Lo pienso para un público al que le aburre la poesía, porque piensa que es una cosa solemne, para que vea que puede ser de otro modo, a la manera de Nicanor Parra.

–Hay algunos artistas que suelen renegar de sus éxitos, como si esos temas muy conocidos le restaran a los menos conocidos. No parece ser su caso...

–Algunos de los temas más conocidos son también algunos de los que más me gustan a mí. Pero me gustan desde un lado puntual: que te canten las orquestas “pa’ que baile don nadie con cualquiera” (“Agua pasada”), que los mariachis mexicanos canten “Y nos dieron las diez” y digan que es una canción que escribió su cuñado, que las parejas de recién casados en España elijan para bailar el vals “Noches de boda”, sin saber quién lo ha escrito... Bueno, para mí es la gloria mayor. Es lo mejor que te puede pasar en la vida.

–¿Ese es el premio de un artista popular?

–El gran premio. Luego vienen los cultos y los exquisitos y dicen: ah, no, pero a mí lo que me gusta es “Corre, dijo la tortuga”. ¡A mí también, pero no lo entiende ni dios! (risas). En eso sí soy nacional y popular. Diría que más popular que nacional.

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