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Domingo, 6 de agosto de 2006
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A CIEN AÑOS DEL NACIMIENTO DE CATULO CASTILLO

La nostalgia de una época

Músico, poeta, boxeador, fue uno de los grandes del tango. Escribió “La última curda” y “Tinta roja”, entre otras.

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Cátulo será homenajeado hoy en San Juan y Boedo.

Clásicos de clásicos como “La última curda”, “María”, “Tinta roja” o “Desencuentro” llevan su firma. Detrás de algunos de los infaltables del top ten tanguero está el nombre de este poeta y hombre de múltiples oficios. Hoy Cátulo Castillo cumpliría cien años y será homenajeado por la Academia Nacional del Tango y la Junta de Estudios Históricos de Boedo, en la mítica esquina de San Juan y Boedo, en el bar que lleva el nombre de su compinche de barrio y juventud, Homero Manzi. En el festejo de cumpleaños, a partir de las 18, se proyectará un video sobre el homenajeado, disertará el poeta Horacio Ferrer y actuará la Orquesta de Estilos Tangueros, dirigida por Julián Hasse.

A Cátulo Castillo le gustaba decir que era un ex vendedor de papas y carbón, una presentación que resumía su compromiso con los explotados. Además fue poeta, músico, compositor, director de orquesta, periodista, ensayista, crítico teatral, dirigente gremial, director del Conservatorio Municipal. Como dramaturgo fue autor de un gran éxito como El patio de la Morocha, con la orquesta de Aníbal Troilo en vivo. Y también fue boxeador. Esa fue la gran pasión de su vida, aseguraba. A los 14 años subió por primera vez al ring para enfrentar a Alcides Gandolfi Herrero, curiosamente, otra pluma destacada de la poesía lunfarda. Tras 78 combates llegó a ser campeón argentino de peso pluma y fue incluido en la delegación para los Juegos Olímpicos de París en 1924. A este perfil habría que sumar una afición: la parapsicología. Le interesaba todo lo relacionado con ciencias como el ocultismo, la magia, la astrología y la quiromancia. Su otra pasión eran los perros: cuando murió (el 19 de octubre de 1975, de un infarto) había juntado de la calle 43 canes.

Su padre, el escritor, dramaturgo y periodista José González Castillo, un hombre del Grupo Boedo, marcó el camino que recorrería el autor de un vals tan bello como “Caserón de tejas”. Este padre anarcosocialista (pero “justicialista sin saberlo”, según su hijo), fue el primer modelo de Cátulo, que creció en una casa visitada por Carriego y Darío, y a quien César Tiempo definió como “astilla luminosa brotada de aquel palo en llamas”. El pequeño Cátulo estuvo a punto de ser bautizado “Descanso Dominical”, a modo de ácido homenaje ácrata de un encendido anarquista. Finalmente fue Ovidio Cátulo, en homenaje a los dos poetas clásicos.

En 1924, con 17 años, participó en un concurso de tango y logró el tercer puesto con la música que les puso a unos versos de su padre: “Organito de la tarde”. “Me animo a decir que entré al mundo artístico por la puerta grande. En ese concurso participaba lo mejorcito de esa época: Canaro, Lomuto, Juan de Dios Filiberto...”, recordaba en una entrevista concedida a la revista Siete Días, de 1973 y, muy en su estilo, recordaba a un intocable de la época: “Filiberto, un personaje que gustaba mostrarse con atuendo a lo flamenco (sombrero de ala ancha, bolero apretado y faja a la cintura) en una oportunidad, antes del concurso, lo enfrentó a mi padre: ‘Es una vergüenza que echés a perder a este muchacho. Sacalo de esta vida que le va a hacer mal’, le dijo. Mi padre no le contestó. Filiberto, furioso, insistió: ‘Mirá que soy experto en matar policías’. Ocurre que se las veía venir conmigo y no aguantaba la competencia. Papá contestó: ‘Y yo soy experto en matar sargentos; les doy tres puñaladas y una patada en el culo’. Pura fanfarronería, ninguno había matado a nadie”. A los 21 años Castillo formó una orquesta típica, integrada por músicos como Miguel Caló y el cantor Alberto Maida, pero recién comenzó a desarrollarse como letrista en 1935: cuando murió su padre. Sus mejores versos comparten firmas de tangos con Aníbal Troilo y Sebastián Piana. Son letras que comenzaron a pintar otro momento de Buenos Aires y de sus habitantes. Alejadas de la vieja caricatura machista del género, pusieron su énfasis en los nuevos roles del hombre y la mujer en la pareja. Siempre, claro, atravesadas por ese inasible pero potente motor del género, el de la nostalgia. El periodista Julio Nudler analizó de este modo a esta pluma del tango: “Cátulo Castillo recorrió con sus letras los temas que siempre obsesionaron al tango: la dolorosa nostalgia por lo perdido, los sufrimientos del amor y la degradación de la vida (...). La palabra ‘último’ figura en varios de sus títulos, como dando testimonio de ese desfile de adioses que atraviesa sus letras, donde hay siempre compasión por quienes padecen y el frecuente recurso del alcohol como fuga”.

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