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Martes, 18 de noviembre de 2014
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Los dos días del Futurock, con perfiles bien diferentes

De los sótanos al aire libre

El primer día, Massacre y Utopians supieron llevar a un escenario al aire libre el espíritu de tantas noches ahumadas; el segundo, Dancing Mood y Onda Vaga sintetizaron un espíritu indie que ya no le teme a la profesionalización del sonido.

Por Mario Yannoulas
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“¿Qué hace Ranni al final de la publicidad de Manaos?”, preguntó Walas, cantante de Massacre.

Cuando Marty McFly planeaba cómo volver al futuro, lo que quería era regresar a lo conocido, a lo seguro, al único universo plausible y posible dentro de su cabeza: el presente. Como espacio intransitable e ingobernado, el futuro no puede ser prometido por nadie. En materia artística, sólo queda lo que hay. Por eso el festival Futurock, organizado en conjunto por el Ministerio de Cultura de la Nación, Nacional Rock, la TV Pública y la agencia de noticias Télam, que se hizo realidad el último fin de semana detrás del Museo de Bellas Artes porteño y frente a la Facultad de Derecho, no podía cumplir jamás con la promesa de su título. El acierto fue, en todo caso, la calidad del festival gratuito y al aire libre construido sobre las bases de ese chiche desmontable que todavía hoy llamamos “rock”.

Poco sentido tendría extenderse en la discusión acerca de si propuestas como la de Onda Vaga tienen al menos un elemento rockero o pensar en la relación conflictiva que el rock y el futuro en tanto concepto tuvieron a lo largo de la historia. Sí se puede hablar de apuestas: el foco rockero de Radio Nacional (Nacional Rock 93.7) viene apostando a una estética particular, que lejos está de agotar el prisma del género. Ese recorte, válido como otros, se lee perfectamente en la elección del hit “Química”, de Banda de Turistas, como cortina publicitaria. En todo caso, hay que reconocer que amplios sectores de la cultura rock insisten en hablar del futuro, cuando muchas de las bandas que se pretenden vanguardia lo único que hacen es engordar el pasado.

El aporte de peso del festival fue en tanto evento público de rock y afines. Si bien la concurrencia del sábado fue notoriamente menor a la del domingo –quizá mermada por opciones como La Noche de los Museos o la Marcha del Orgullo Gay–, el número de unos 15 mil asistentes entre ambos días es algo exuberante. Y al fin de cuentas, una importante cantidad de público pudo ver, en una puesta al aire libre y gratuita, a algunos artistas de renombre sobre un escenario digno. El rebote global sirvió para justificar uno de los eslóganes que acompañaron la movida: “La música volvió a la ciudad de Buenos Aires”. Por fuera de la exageración y la chicana política de coyuntura, sigue tratándose de un gesto fuerte.

“Que el rock vuelva a ocupar espacios públicos” era lo que proponía el staff de Nacional Rock mientras los plomos le allanaban el camino a la siguiente banda. En cuanto a la curaduría de sus actos principales –término un tanto pretencioso para un evento de este tipo–, el reparto de los días respondió a un criterio más o menos general. El sábado, plantado en un filo-punk rock de sótano (cerraron Utopians y Massacre); el domingo, en el devenir de la world music y el hippismo viajero (Dancing Mood y Onda Vaga). El primer día sobraron remeras rayadas; el segundo, rastas y bandoleras. Además, en cada jornada hubo clínicas musicales y entrevistas transmitidas en vivo.

Entre sus variados derrames verbales que lo encontraron especialmente agudo –“¿Qué hace Ranni al final de la publicidad de Manaos?”–, Walas, cantante de Massacre –por lejos, la banda de mayor recorrido dentro del festival–, mostró cuánto interpretaba lo que estaba pasando: “Aguante la cultura al aire libre, y también la de los sótanos, ¿no?”. Le dio así una definición bastante cercana al menú del día, de música de caños oxidados y olor a humedad, en la plaza pública. El particular caso de Massacre fue quizás un faro de sentido. Una banda que de tanto abonar el under terminó siendo de culto y que recién saltó la tranquera del mainstream en 2007, de la mano de El Mamut. Y un grupo que, en el mismo tránsito, abandonó definitivamente el sonido lo-fi, hasta el punto de decidir regrabar su disco Aerial. Algún movimiento similar subsiste en el arte de Utopians, o los propios Onda Vaga, ambas proyecciones indie que renunciaron a la sonoridad austera, confusa y empastada, en función de un resultado más profesional. Así se explica que la banda comandada por Bárbara Recanati haya saltado, en tan pocos años, de El Zaguán Sur al Sonic Ranch de Texas.

El juego de cada uno no salió de un lógico fuerte y al medio, sin alterar demasiado los niveles de intensidad. Así, una lista hecha sobre la columna vertebral de “Te leo al revés”, “Nuevo Día”, “Mi mami no lo hará”, “La octava maravilla” y “Plan B” se sostuvo sin problemas para Walas y compañía; o, en el caso de Utopians, con la actitud de “Trastornados”, “Muertos vivos” y la versión de “Estallando desde el océano”, de Sumo. Ya depositados en la tarde-noche del domingo, la expectativa más importante recayó sobre Dancing Mood, que logró el pico de convocatoria del festival. El de Hugo Lobo no es un combo que se caracterice por salir de la linealidad, más bien es ahí donde hace pie. Y se consagró una vez más como un experimento exitoso en el que el reggae y lo instrumental conviven con lo popular, bajo una propuesta personal. Mientras paseaban entre la gente los vendedores de comidas vegetarianas, Onda Vaga inició su set de más de una hora en órbita flower power, que fue desde lo bucólico –“La ronda”, “En cueros”– hasta lo festivo –“Cuadradito”, “Cartagena”, “El experimento”– en el formato de “orquesta popular” que desde hace algunos años muchos implementan en la Argentina. El crescendo conservó algo del fuego de Dancing Mood, y ningún simpatizante se sintió insatisfecho. ¿Y el futuro? Bueno, el tiempo dirá si “Mambeado” expresa o no la voz de una época. Marty McFly podría averiguarlo a bordo del Delorean.

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